Recuerdo la primera vez que escuché la canción “Miedos” de Emanero. Era chico y ya en ese momento, la letra me hacía sentir representado en sus palabras sinceras, que se sintonizaban con muchos pensamientos que en ese entonces reflexionaba. Sentía como si viviéramos el mundo desde una misma perspectiva, con los mismos ojos.

Llegando al final de la canción se escucha un fragmento de una película que desconocía: The Network de Sidney Lumet. En ese fragmento, un hombre grande que suena preocupado, molesto y con mucho miedo, reniega de cómo se normaliza hablar de homicidios, robos, violencia y crueldad. Como si fueran temas muy naturalizados en el mundo, este hombre suplica que lo dejen tranquilo en su living, con sus cosas y termina diciendo “Soy un ser humano, maldita sea, mi vida tiene un valor”. 

Las películas de Sidney Lumet nunca llegaron al olimpo de los directores dadas sus  temáticas incómodas. De cierta forma, este director estadounidense es el antihéroe, con un fuerte sentido de justicia y una fuerte inclinación hacia el debate moral. Su obra relata la condición humana vista desde las perspectivas crudas de la posmodernidad. The Network no es la excepción porque se siente como un tibiazo a los dientes. Una sátira pionera en politizar la controvertida manipulación de los medios, los abusos del poder, la alienación del ser humano en las ciudades, la salud mental y la violencia.  

El mundo es un negocio” le dice un magnate al protagonista, Howard Beale, mientras  sentado en una gran mesa de negocios le da un discurso sobre cómo a la masa hay que mantenerla entretenida y controlada, algo así como plantea Huxley en Un Mundo Feliz o Foucault con el término panóptico, ambos ejemplos respecto al individuo y a su estado de permanente vigilancia que garantiza su pasividad y control. 

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Un mundo donde el confort de la vida moderna es lo suficientemente cómodo para sacrificar la memoria, la identidad, las  raíces y la naturaleza. Donde no importa que las grandes empresas destruyan y hagan mierda el planeta porque todos asumen que se van a morir mañana, por lo tanto, no hay porvenir que valga la pena salvar. Los placeres pasajeros como el sexo frío, la televisión al palo y la constante masturbación de adoración narcisista valen más que una tarde de mirar el cielo, leer un libro  y compartir con un ser querido. Sacar una foto al río y tomarse unos mates pensando en cómo Tom Sayer fue tan pillo para cruzar el semejante Río Misisipi, o si realmente los cavernícolas vivían la vida en la más amplia forma de experimentarla.  

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Sé que lo que escribo tiene, posiblemente, una perspectiva anticuada, y quizás todos esos pensamientos que tenía de chico, solo me causaban ansiedad y responsabilidad ante un futuro tan poco natural y orgánico. No obstante, en todo este recorrido, partiendo de la canción de Emanero hasta la película de Sidney Lumet, puedo tener una cosa muy clara: sigo teniendo los mismos ojos. Y quizá es ese impacto como si Howard Beale me recordara lo que en esencia soy: un  idealista suicida. 

Wenceslao Rocha / @wencerocha / Estudiante de Artes Audiovisuales del IUPA

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