18:46. Afuera sigue lloviendo. El bolso de cuero te pesa como si llevaras ladrillos dentro. Una mujer grita llevándose la mano al pecho. Un hombre sale corriendo por un pasillo lateral para llamar al cabo escuálido de la puerta de ingreso. Finalmente el urso negro y gigante que se había lanzado de cuerpo entero sobre el escritorio, toma una computadora y la arroja contra las carpetas, las fichas y los formularios. Continúa con las sillas.

El bolso te pesa. Lo descruzas, te sientas. Observas la calle a través de la pared vidriada. Sigue lloviendo.

18:40. Te quedaste parado con la esperanza que alguien te vea. Al fondo ves las personas cruzar de un lado hacía el otro y de nuevo repetir el mismo movimiento. Recordás los bichos removerse cuando eras chico y levantabas una piedra- ¿cuál de esos será el doctor Gutiérrez?-

– No señor, no pertenezco a esa área.

– ¿Pero y usted con quién habló previamente? ¡No puede venir y presentarse así nada más acá!

– Y si le dijeron que espere, es que tiene que esperar.

Rumias en la cabeza posibles respuestas a cada comentario. Empiezas de nuevo con ese juego de mandíbula que tanto te molesta. Te das cuenta que deberías haberte comprado los chicles. Miras compulsivamente tu reloj de muñeca, ya no quieres sacar la cuenta.

– ¡NO! ¡ES LA TERCERA VEZ QUE VENGO POR LO MISMO! ¿VOS SABÉS LO QUE TUVE QUE VIAJAR PARA ESTAR ACÁ? DESDE LAS 3 DE LA MAÑANA ESTOY LEVANTADO. AVISALE AL DOCTOR, AL LICENCIADO O A QUIEN CARAJO SEA QUE YO NO ME VOY DE ACÁ SIN QUE ME RESUELVAN ESTO.

El urso gigante había comenzado a gritar y apuntar con aquel puño macizo. Parece un muñón. Su camisa está medio salida por un lado, el cinto se le aflojó. Puedes ver por atrás el calzoncillo con el elástico vencido y cómo se le marca la raya.

17:25. Aburrido del celular, observas el hall -¿cuántos cables pueden salir de esa máquina?- En el techo también hay –¿seguirán cumpliendo alguna función?-. Los cables se cruzan, se enredan y se convierten en un único macizo de plástico, tierra y telarañas. Los ves perderse en un agujero tosco de la pared, sólo para volver a aparecer por otro- Te recuerda al Pacman. ¡Que juego que nunca te gustó!- 

Revisas tu bolso por octava vez para confirmar no haber perdido ningún documento y tener todo a mano para cuando llegue Gutiérrez. Miras tu reloj. Suspiras.

16:55. Finalmente llegas a la sección que te enviaron. Sujetas la correa de tu bolso. Estás donde comenzaste.

16:47. Abres la puerta para salir de la sección a donde te habían enviado anteriormente. Te diriges a la siguiente sección. Cruzas un pasillo interminable. Las carpetas colgantes, las anilladas y los archiveros te rodean. Sientes que te caerán encima. Las manos te transpiran.

– Disculpe, me puede decir si…

Intentas preguntar si la sección a dónde te mandaron ahora es la correcta. Nadie te escucha.

16:28. Una mujer te hace señas desde una de las infinitas ventanillas.

– Señor ¡señor! Por acá por favor. Rápido, que acá hay gente esperando desde las cinco de la mañana.

Vuelves por un instante la vista hacia atrás. Hombres grises y opacos, mujeres anchas con lentes anticuados, cabello recogido y faldones hasta los tobillos. Todos sentados pacientemente. Nadie pronuncia vocablo, todos miran hacia el suelo mugriento, a la nada.

– ¡Señor! Necesito cédula laboral al día, certificaciones de servicios de todos los establecimientos donde se desempeña o se ha desempeñado en los últimos 15 años, estampillas y copias autenticadas por el juzgado correspondiente a su domicilio, registro de antecedentes…

Mientras la enumeración de la mujer prosigue, procedes a soltar las hebillas de tu bolso y retiras la carpeta con toda (esperas) la documentación solicitada.

– Acá está todo, creo.

Sin responderte nada, la mujer comienza a revisar (Ajá, mmmm, bien). Pasea entre los folios. La observas. Uñas largas pintadas de un rojo furioso, cabello teñido de rubio. Largo, con ondas. Las raíces se hacen visibles en el flequillo de adelante. No parece dotada de una mirada que evoque demasiada lucidez. Y estás casi convencido que ella opina lo mismo de vos. Como si fueras un personaje de Alicia a través del espejo, curioseas aquel otro mundo detrás de la ventanilla: el gris plomo de las paredes cede lugar al marrón de carpetas y legajos. No parece muy…

– No, no va a poder ser.

La mujer se quita los lentes. Te regresa tus documentos como quien devuelve carne en mal estado. Tus manos se tensan. Tu saliva.

– ¿Cómo que no va a poder ser?

– Es que así no le puedo recibir. Eso está incompleto.

– ¿Pero el qué está incompleto? Si traje todo, ¿qué le falta ahora?

– Le falta el sello y la firma de la Jefa de Coordinación de Personal, Aportes y Asuntos Especiales.

– Bueno, y la voy a buscar y me recibe los papeles.

– No va a poder ser. La Lic. Manrique salió de licencia y no se encuentra disponible.

– Bueno, pero ¿y cuándo vuelve?

– Nosotros no manejamos esa área.

El cuello se te tensa. Te estrujan los intestinos. La saliva, las manos. Estás estrujando una tuna con las manos desnudas. 

– Bueno, pero a ver, usted no me puede decir eso. Alguna solución tiene que haber.

La mujer ya no te mira. Ahora revuelve carpetas, acomoda la taza de un lado hacia el otro, guarda lapiceras.

– ¡EY! ¡TE ESTOY HABLANDO! ¿QUÉ TENGO QUE HACER PARA QUE ME DES UNA RESPUESTA?

Tu voz retumba en la parsimonia de aquel lugar sumergido. Te asustas de escucharte a ti mismo. Un agente te dirige la mirada.

Al fin, la mujer levanta nuevamente la vista.

– Mire, lo único que le puedo decir es que así no le puedo iniciar el expediente. En todo caso si quiere iniciarlo va a tener que pedir una audiencia con el Dr. Gutierrez y ver si él se los puede firmar y sellar.

– Bien, ¿dónde lo encuentro?

Ya no te mira. Señala:

– Vaya por esa puerta y camine hasta el fondo.

Más tranquilo, acomodas nuevamente tu bolso. Te diriges hacia el picaporte y cruzas el umbral.

15:10. El hambre ya se te pasó, pero el cansancio comienza a hacerse sentir. Tienes la esperanza de que por lo menos ya falte poco para que te atiendan y poder irte.

13:05. Te acercas al agente de la policía provincial que está sentado en el acceso de la sección de Emergentes Laborales, Asistencia al Empleado y Problemáticas Urgentes.

– Buen día, ¿cómo le va?

No responde y sigue mirando su celular con los codos apoyados sobre la mesa.

Carraspeas. Insistes.

– ¿Qué tal? Mire, yo estoy buscando la oficina en la que tengo que entregar estos papeles del trabajo. Me mandaron acá, pero no sé a dónde los tengo que presentar.

El agente se recuesta contra el respaldo de la silla, te mira de abajo hacia arriba y de regreso. Mira hacia atrás y señala con el dedo sin levantarse de la silla, hacia un todo tan vago y genérico como un curso de sanación espiritual.

– Es por ahí flaco. Pero no sé muy bien. Sacá número y fíjate.

Y regresa a la posición inicial, perdido en su celular. 

Como sos una persona obediente y paciente, hiciste caso. Te duele el estómago. Afuera debe seguir nublado y fresco, especial para un puchero (uf, ya empezaste a salivar). Miras a tu alrededor: hormigón gris pelado por todas partes, salvo por algún cartel recordando que el cigarrillo está prohibido en establecimientos públicos (menos mal que no fumás). Percibes el olor que te envuelve: naftalina, plástico (el piso tiene una cubierta de goma) y una humedad pastosa, como la de las esporas de los hongos. Blindado de la luz solar, no distingues si es de día o de noche. 

Hay personas sentadas también esperando, pero no casi no las distingues del resto del entorno. En frente, una hilera de ventanillas que sigue a un angosto pasillo hasta perderse en el fondo. Observas para ver si encuentras algún contacto humano del otro lado, pero es inútil. Hay gente, pero a la vez no. Nadie pasa, a nadie lo atienden, nadie se mueve, salvo un perro que entró al edificio para refugiarse del agua y se rasca las pulgas. Recuerdas esa necesidad imperiosa que a veces tienes de abrazar tu almohada.

12:45. Por fin te atienden. Una mujer corpulenta, de enormes brazos, examina tu carpeta. Lleva una camisa floreada gastada (algodón? No, alguna mezcla de poliéster y otros sintéticos). Mirás hacia abajo: Mocasines negros de cuerina (hace cuánto no los veías?). Cabellos color cobrizo. Una composición que no pasa desapercibida.

En la mesa, a un costado, una estampita de la Virgen de Itatí o Caacupé (igual no las distingues). Dos fotos enmarcadas: la mujer con el marido y sus hijos posando en corte marcial, y la otra de ella levantado los dedos de una mano mientras abraza con orgullo al gobernador en la inauguración de una escuela de algún oscuro asentamiento perdido en interior provincial.

– Bueno, hagamos esto rápido que todavía tengo que ir a cocinar.

Lo dice sin mirarte, mientras examina tu carpeta y va marcando con birome los documentos.

– A ver pasame la nota.

Se la entregas obediente. 

– “Estimado sr…. Me dirijo a usted con el objeto de…” ¡Pero a ver! ¿Vos para qué trámite estás presentando todo esto? 

– Y es lo que le dije hace dos minutos cuando le entregué los papeles. Necesito el reconocimiento de mis años de aportes en la provincia, que sigo sin entender porque mi carpeta de legajos está vacía.

– ¡Ah! Pero hubieras arrancado por ahí y no me hacías perder tanto tiempo. Noooooo, noooo, nooo, yo no tengo nada que ver con esto. Eso tenés que resolverlo con la gente de Emergentes Laborales. Sonia se hace cargo de eso. No, yo no tengo nada que ver.

– ¿Sonia? ¿Quién Sonia?

– Y la que te acabo de decir, la de Emergentes.

Cerró la carpeta y te la tiró expeditiva sobre la mesa. Prendió un cigarrillo.

– Fijate, andá por aquel pasillo al fondo. Alguien tiene que saber.

Sin mediar más palabras, te levantas y te vas.

11:22. Dudas si volver a mesa de entrada, capaz te confundiste. El hombre del ingreso te dijo que fueras hasta el departamento de Coordinación de Personal, pero ahí nadie te atiende. Las personas van y vienen, aunque no se entienda muy bien haciendo qué.

Fuiste hasta la mesa de informes, pero las dos veces la encontraste vacía, incluso extrañamente limpia y ordenada. No importa, alguien te atenderá. Apoyas el brazo sobre las rodillas y a la vez descargas el peso de tu cabeza sobre tu mano.

– ¿¿¿Cómo que me falta??? ¡¿Y qué me falta ahora?!

– Ya le dije señor. Esta estampilla con que usted certificó sus documentos está vencida. El Registro emitió una nueva serie desde el 5 de este mes. Va a tener que ir de nuevo al juzgado para comprar la nueva y volver a sellar la documentación.

Un urso gigante se balanceaba con la boca medio abierta mientras escuchaba sin comprender del todo lo que la empleada le decía.

– Pero escúchame una cosa: yo soy del interior, no vivo acá.

– Con más razón no le voy a poder recibir la documentación. Va a tener que pedir una audiencia especial con el secretario del juez de paz y pedirle que le reciba los papeles. A ver si es que le recibe. Y apúrese que hasta las doce y cuarto atienden en el juzgado, después cierran las puertas y sólo a los que están adentro.

El urso tomó de nuevo su carpeta, exhaló espeso y se retiró por la misma puerta por donde tu habías entrado hacía dos horas, mientras se levantaba una y otra vez el pantalón que por alguna extraña razón siempre parecía a punto de caerse.

9:20. Entras a la sección donde te enviaron. Tomas un número. Estás en el lugar justo, con toda la documentación y llegaste en horario. No puede complicarse demasiado.

8:47. Al fin te reciben en mesa de entrada.

– Buen día, vengo porque necesito…

– Espere, espere. Primeramente necesito que me complete estas planillas. Las firma y después me llama.

Ves retirarse a la empleada. Se lleva su vasito de café. Observas las planillas.

Si posee aportes al sistema mixto integrado inscriba su n° de legajo….”, “N° de cédula de su cuenta al esquema federal compensatorio para trabajadores en actividad…

Una mujer te habla, o algo así.

– ¿Me puede completar…?

Es una señora, quizás unos 50, no más, pero es como si cargara con todas las edades de todas las mujeres de la historia juntas a la vez. Su hijo, o algo así, está a su lado, parado. No mira, escribe con su celular. Miras hacia arriba mientras te extienden la planilla, el techo del edificio en toda su inmensidad, sólido, macizo, irreal. ¿Cómo vas a completar la planilla de alguien que probablemente no pueda escribir su nombre si ni si quiera sabes cómo completar la tuya?

– Sí, no se preocupe. Termino con la mía y le ayudo.

Como si no hubieses dicho nada, la señora llama a otro hombre y repite la operación.

Recurres a la contabilidad creativa y esperas que nadie lo note. La empleada te recibe los 4 juegos. Por suerte sólo las mira para aprenderse tu nombre.

– Bien, Pérez, vaya para el Departamento de Coordinación de Personal, Aportes y Asuntos Especiales y lleve todo lo que trajo. Ahí lo van a derivar. 

7:50. Bajas del taxi que te deja a mitad de calle porque ya no hay lugar para estacionar. Sigue lloviendo desde la madrugada. Las calles están inundadas, como siempre los drenajes se taparon con basura. No importa. Lo único que te importa es que no se mojen los papeles que llevas en tu bolso de cuero.

Cruzas dando zancadas. Atraviesas la puerta vidriada. Por suerte, eres un tipo previsor y llegaste temprano.

Manuel Pérez

Nací en Formosa en 1988.

Hijo de padres ingenieros, tuve profesor particular de matemáticas hasta que terminé el secundario.

Viví en tres provincias, hasta ahora: Formosa, Santa Fe y Río Negro.

Fui mozo, ayudante de cocina, animador de fiestas infantiles, vendedor, tutor particular, y muchas veces un simple desempleado. 

Me recibí de profesor de Historia en la Universidad Nacional de Rosario y trabajé en escuelas medias, institutos y universidades públicas y pprivadas, y hasta en la unidad penal federal n°5 de General Roca. No me quejo, reconozco que me gusta trabajar con público adulto.

Llegué a exponer trabajos de investigación en jornadas universitarias y a enviar artículos a revistas académicas, aunque es una parte de mi ccarrera que continúa pendiente.

Si bien me dedico a la docencia, le tengo más afecto a la enseñanza que al sistema educativo.

Milité en un partido político socialista durante casi una década y quizás sea de los pocos que no se arrepiente de esa experiencia, a la que cconsidero que ya no le debo nada, pero a la que sigo agradeciendo por espolear mi curiosidad intelectual y mi sentido de la moral.

No me considero escritor, me gusta ejercitar la escritura, y con un grupo de compañeros del taller virtual coordinado por María Negro, ppublicamos una antología de cuentos titulada “Cuentos en cinco claves” en el año 2021.

Como muchos coprovincianos, tuve que migrar al sur escapando del desempleo, la arbitrariedad y la desidia política. 

Poco antes de la pandemia pude participar de mis primeros talleres de escritura y desde hace unos años adopte a General Roca como mí nnuevo lugar de residencia.