
–
De repente, una performance podía surgir en cualquier sitio, en cualquier momento. El artista sólo necesitaba su cuerpo, sus palabras, su imaginación, para expresarse frente a un público que se veía, a veces, interpelado por el evento de manera involuntaria o inesperada. Los espacios y tiempos del performance borraron las fronteras entre “la vida y el arte”, entre “público cotidiano ” y “espectador” (Tylor, D. 2012, p.64).
.
Irrumpir lo cotidiano
Usurpar o tomar la vereda de forma repentina, con los elementos a cuestas, que por cierto no son pocos, representa para la cotidianidad un estado de atención latente. Entre tachos de pintura, nylons protectores, escaleras y, en el mejor de los casos, algún andamio, el contraste con el paisaje se maximiza, situando a la calle y a lxs vecinxs del barrio en un rol de público partícipe, testigo o simple espectador de lo que empieza a acontecer.
De pronto, dependiendo la hora, la celeridad exacerba las rutinas familiares. Aparecen miradas diversas: algunas muy atentas y curiosas, que se quedan acompañando mientras intentan descifrar el suceso. Casi siempre son personas mayores, vecinxs que se entretienen entre el juntar hojas y la novedad. Hay silbidos o bocinazos que, más que alentar, me sacan de foco. Otras miradas, en cambio, son indiferentes. Pasan ensimismadas, metidas hacia adentro, sin permitirse girar la cabeza, como cuando la rutina solo acelera el paso para que no se te queme la comida o te cierre el almacén de la esquina. La calle es eso: un sinfín de historias. Podrían ser muchas. Infinitas.
.

.
Como propone Ana C. Gutiérrez (2017), el muralismo es una de las tantas expresiones artísticas que acontecen en la calle. Muchas surgen en el ámbito de la clandestinidad, no porque sean perseguidas por la justicia, sino porque no cuentan con la validación de instituciones artísticas. Existen otros factores presentes entre lo artístico y lo extra artístico. Gutiérrez describe la importancia del componente comunicacional entre pares y con el entorno como un punto trascendental en el arte.
De repente, “ser y estar en acción” en la calle pone en manifiesto la dicotomía entre lo público y lo privado. La calle, históricamente y aún hoy, es concebida como el espacio público donde se gestionan y articulan múltiples lenguajes expresivos y gráficos, una especie de “galería de la calle” (1) abierta a la circulación y la exposición desmedida. Un entramado de códigos y discursos fusionados que hacen posible convivir y coexistir en expansión.
Aún así, si a este análisis, sumo la percepción del cuerpo e invito a mirar la ciudad desde una perspectiva de género, es inevitable verme involucrada en una especie de poética de la resistencia. Ocupar el espacio que históricamente nos fue vedado a las mujeres por haber sido confinadas al plano de lo privado, lo doméstico e invisibilizado es asumirse artista desde una proyección política. Es disputar las connotaciones patriarcales de la mujer y su relación con el espacio público.
El cuerpo es y significa. Representa, pertenece y materializa. Es parte del lugar, de la hora y del contexto. Carga tensiones, significados, historias propias y colectivas, atravesado por un entretejido de visiones y esperanzas. Es territorio vivo.
Cuerpo en estado de arte. Cuerpo sensible, afectado, vibrátil a las manifestaciones de la vida escénica. Un cuerpo percibido, presente, habitado y sentido, que actuará de plataforma de lanzamiento de numerosos signos que se proyectan hacia el espectador en busca de producir un efecto (Hemsy de Gainza & Kesselman, 2003, p. 18)

.
El gesto pictórico.
Desde arriba de la escalera el mundo se ve distinto. Lo siento distinto. Puedo percibir el apuro del mediodía en contraste con mi calma.
Los primeros trazos inauguran la acción performática y llevan consigo la fuerza desafiante en la premisa de resolver. Una línea cromática cruza el espacio y captura la esencia de la forma. En ella se gestiona la síntesis del gesto que trasciende la acción para convertirse en un manifiesto artístico. Es el momento en que la acción se materializa y se convierte en un trazo tangible que devendrá en imagen.
Me interpela la urgencia, mientras el agua marina comienza a ser mancha y gestualidad en el muro. Implícitamente, es la imagen monumental que demanda ser resuelta a partir de un encaje articulado de líneas, ejes y códigos alborotados. Un caos inminente que comienza a ser estructura, forma y composición.
El campo de acción se expande y el encuadre del boceto me intima a articular con líneas estructurales. Los movimientos se tornan amplios y el recurso de la proximidad y la lejanía me permite resolver. La imagen empieza a perfilarse en un continuo devenir.
.


.
El mural es obra viva. Un ritual de la memoria que hace de lo intangible un material reconocible, a partir de acciones corporales secuenciadas e improvisadas. Una gráfica espacial que proyecta en la materia lo que se resuelve previamente con el cuerpo en una especie de simbiosis con un único anhelo: el de existir. Diana Tylor nos habla de saberes sociales, memoria y sentido de identidad aprendidos en prácticas de incorporación y reconocibles en prácticas de inscripción (2012).
Cada decisión sobre la materia y la superficie tiene una intención pictórica que, junto a la intuición, revela lo esencial: el juego de resolver. Parte fundamental del proceso muralista se nutre en la construcción de la escena y en la organización de las materialidades, son puntos claves en la dinámica del oficio. Las señales, como las grietas y el revoque añejo de la superficie, casi siempre anticipan la caducidad del muro, revelando un tiempo aproximado de existencia.
De todas formas, la mancha avanza. El fondo comienza a cubrirse.
.

.
Poner el cuerpo.
El mejor momento para pintar en la calle es cuando la ciudad se apaga. Supongo que es cuando se duerme la siesta. Es lo bueno de vivir en una ciudad con alma de pueblo. Lo escuché por ahí, y es muy cierto. El silencio es buen compañero, porque me ayuda a encontrar la plenitud y ser precisa en el gesto.
El silencio se torna detonador del instante al caos creativo y me abandona al desierto de saberme creadora. Me vuelvo desafiante. Todo es un movimiento audaz sobre la escalera ,un tanto inestable, pero sabré “poner el cuerpo”.
Cuando hablo de poner el cuerpo, no solo me refiero al accionar físico en el muro. Hablo del gesto pictórico como acto de transferencia y carga emotiva que se asocia al acto vital. Diana Taylor describe al cuerpo como materia prima del arte del performance, no como espacio neutro o transparente. El cuerpo se vive de forma intensamente personal (mi cuerpo), producto y copartícipe de fuerzas sociales que lo hacen visible (o invisible) a través de nociones de género, sexualidad, raza, clase, pertenencia, entre otros (2012).
El cuerpo es territorio vivo y lleva consigo una carga simbólica construida a partir de significados y sentidos propios, que del mismo modo resultan intervenidos, modificados y muchas veces estandarizados por ser parte de una dinámica social y un territorio que puja de forma constante por prevalecer. Un territorio corporal en constante conflicto, atravesado e interpelado, que nos impulsa constantemente a reconsiderar nuestras prácticas hacia nuevas reconfiguraciones.



Al pintar mi cuerpo está presente, pero mi cabeza divaga, vuela, sobrevuela y aterriza. Derrapa y vuelve a volar en la impronta de resolver cromáticamente. Es puro goce estético. Me gusta encontrar efectos visuales que me provoquen placer visual.
Ir de cálidos a fríos y de fríos a cálidos entre grises indefinidos.
A veces intento quebrar el color. Solo a veces, como cuando se quiere decir algo apelando a las mejores y sutiles palabras con la intención de alivianar la pena, pero me es difícil y gana la provocación hacia el goce cromático perfecto. Así de literal es mi paleta.
.

.
Herencia del Territorio o Memoria colectiva
Taylor describe el performance como acción corporal y estética que se repite una y otra vez como producto de prácticas culturales, es un comportamiento reiterado, revivido y que además responde a un sistema de códigos, particularidades y convencionalismos específicos (2012). El gesto proporciona la singularidad y la huella que caracteriza la acción como un impulso artístico, un tipo de sello propio formado y adecuado con prácticas incorporadas que posteriormente se reflejaran en la inscripción de un discurso visual identitario.
En este sentido, ella anticipa un escenario de múltiples significaciones donde la subjetividad se traduce, desde lo personal, en una selección de acciones y decisiones voluntarias e involuntarias que traspasan lo meramente técnico y formal. Existe en la acción una identidad que le es propia con sus características, códigos y universos. Cada performance consta de sus propias gramática y vocabulario y convencionalismos que además no son únicos, tampoco universales. El sentido cambia según el contexto y el momento histórico.
¿Qué rastros, huellas del territorio y la memoria colectiva existen en mí? Pienso en ese lugar intangible entre la acción performática y la materialidad. Ese íntimo espacio (para denominarlo de alguna manera) donde habita la intención y lo sensible. El origen de las cosas y las decisiones que toman vida para ser acción y obra al mismo tiempo. Ese minúsculo sitio donde descansa la memoria compartida y se fusiona con el presente para luego definirse en acción.
Un entramado de decisiones, una especie de vaivén dinámico que configura y redefine la relación entre el hacer y el ser, de manera individual y simultáneamente de manera colectiva.
.
“La materialidad de la vida y la existencia misma.El lugar donde se encarnan las sensaciones. Un devenir de formas expresivas. Un tapiz sobre el que se imprimen mandatos. Un locus cargado de marcas de poder, donde tienen lugar las resistencias, los deseos, las rebeldías individuales y colectivas”. Zurbriggen, R. (2021)
.

.
La retirada
La imagen puede ser percibida como discurso visual y a la vez como testimonio que mediante la interpretación conduce a múltiples subjetivaciones con el contexto. En este sentido, las representaciones compositivas en los espacios públicos permanecen activas, proponiendo diálogos y lecturas de postproducción, cuyos trascendidos exceden los límites espacio – temporales del momento propio de la creación.
“El artista trabaja con el entorno en una relación simbiótica y su obra se instala en él a partir de las posibilidades que su performance, como exploración activa y creativa, hace visibles. La performance entonces es no solo la acción sobre, sino el proceso desde el cual emerge la obra”. (Dos Santos, L. 2017, p. 5)
.

.
Es difícil saber cuándo se termina, entendiendo que ese último detalle marcará la retirada. Por lo general, es una parte que me cuesta bastante: desapegar. Siempre me quedo observando de lejos, contemplando en la distancia para contraatacar con las últimas pinceladas, que, de veras, serán las definitivas.
Entrecierro los ojos y solo veo en valores. Es ver el mundo solo por su luminosidad y oscuridad. Lo asocio con la tempestad y la calma.
El mural ya casi está listo. De lejos se escuchan nuevamente las voces, la caminata y las risas. Es el fin de la siesta.

(1) Galería de la calle. Concepto utilizado por la dupla Irreversible-colectiva, integrado por Guadalupe Quezada y Karina Romero, en el marco del l Primer encuentro Pluricultural de Muralismo. Fiske – Roca (2021)
(2) Tylor Diana. (17 de octubre de 1950) es una académica y teórica del performance. Renombrada estudiosa de la performance, especialmente la performance latinoamericana. Su trabajo abarca la teoría, la práctica y el impacto social de la performance, con un enfoque particular en la memoria, la política y el activismo social.
.*Karina Romero Muralista de Fiske Roca. Docente de Artes Visuales en IUPA. Integrante de Irreversible Colectiva de Fiske Menuco. Conforma AMMura RNE. Agrupación de mujeres muralistas de Argentina -Rio Negro Este. Delegada de la ciudad Fiske-Roca en MIM. Movimiento nternacional de Muralismo. ÍTALO GRASSI.
.
