Monoambiente

Por: Julieta Romano Ortiz

Lo que no sabíamos que estábamos haciendo

Durante mucho tiempo no supe bien cómo nombrar esto que estábamos armando. Monoambiente no era una productora, tampoco un colectivo artístico en sentido estricto. Al principio era apenas una necesidad: registrar, compartir, volver a mirar, seguir pensando. Tal vez lo más parecido sería un grupo de investigación -pero uno desobediente, afectivo, movido por preguntas más que por hipótesis-.

Con el tiempo entendí que Monoambiente es, sobre todo, un laboratorio. No tanto por su método, sino por su atmósfera: un espacio donde se prueba, se practica, se permite quizá volver a empezar. Un entorno donde grabar propone una forma de pensar, de vincularnos, de habitar juntos un mismo tiempo. Un tiempo roto, fragmentado, inestable.

Nuestros registros muchas veces terminan siendo pequeñas ideas que tenemos ganas de probar, ensayos que nunca llegamos a realizar, o roles que nunca pudimos -o supimos- ocupar. En la era del perfeccionamiento, nosotros damos marcha atrás. No para idealizar el error, sino para acariciar nuestro monstruo y ser más amables con él; hacernos nuestro propio revisionismo, revisitar lo que hicimos, reordenar lo que dimos por sentado, y tal vez redescubrirnos ahí.

Hay algo que pasa con los descartes, con los ensayos, y particularmente con el .RAW, con el crudo de la imagen. Quienes formamos parte de Monoambiente venimos mayoritariamente del campo audiovisual, donde el fin último muchas veces es la obra terminada, lista para circular, para competir, para ser vista. Pero acá sucede otra cosa: algo que puede convivir con ese estadio de la distribución y, al mismo tiempo, quedarse un rato suspendido en el proceso. En cómo lo hicimos. En develar los hilos. En mostrar también lo que no salió, lo que se pensó pero no se grabó, lo que quedó fuera de cuadro. De esos materiales, a veces nacen cápsulas audiovisuales: piezas breves, mutantes, que prueban formatos y que no siempre responden a una lógica narrativa o comercial. En el último tiempo incluso coqueteamos con la instalación e intervención, cruzando registros domésticos con lenguajes más inmersivos.

Y también, hay que decirlo: hay algo de respuesta a lo que no pudimos suplir desde lo académico. No por reclamarle nada a este sistema universitario público que nos sostiene, y al que amamos profundamente, sino porque había algo que nos demandaba jugar a hacer nuestro propio pseudo-posgrado con nuestras imágenes lumpenproletarias, en palabras de Hito Steyerl *. Nos inventamos una especie de práctica avanzada sin requisitos, sin validaciones externas, sin carga horaria, pero con mucha hambre de pensar, probar y encontrar belleza en intentos de proyectos que traccionamos a sangre.

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Y como si todo esto fuera poco, lo hacemos con lo que tenemos (que es un montón). Aunamos fuerza y, como una araña, buscamos tejer red: traemos nuestro capital de conocimiento, nuestras cámaras, nuestros micrófonos, nuestros discos duros, nuestras casas, nuestras ganas. No hay financiamiento, pero sí una especie de capital afectivo en rotación (no nos ofendemos si acá nos leen mecenas que quieran aportar a la producción independiente del alto valle). No laburamos por dinero. Trabajamos por otra cosa. Ocupamos un espacio con algo que no se reditúa económicamente, pero que igual nos convoca. Qué raro, ¿no? Seguir encontrándonos sin ninguna promesa de éxito, salvo la de seguir probando.

Buscamos experimentar los conceptos de Steyerl cuando habla del arte contemporáneo como una ocupación. No sólo como empleo, sino como toma, como gesto político. También que para esa gran parte del arte actual que define como hecho por “los condenados de la pantalla”: quienes editan, subtitulan, graban, exportan, traducen y sostienen con el cuerpo esa economía de la visibilidad. Monoambiente nace ahí, en esa zona de condena pero también de fuga. Es un intento por ocupar lo audiovisual sin deberle obediencia ni al mercado, ni a las lógicas del algoritmo, ni al encorsetamiento institucional.

Lo que hacemos se parece más a una conversación que a una obra. A veces se graba, a veces se escucha, a veces quizá se edita el ruido mental, cuestionando nuestras propias pretensiones. A veces, simplemente, nos juntamos a jugar a las cartas y comer pastel de papa.

En un mundo que nos quiere hacer creer que todo lo que conocíamos era terreno seguro para construir, tiende a desaparecer y mientras te convence que ya nada puede hacerse, la potencia sale de la comunidad, del equipo, de lo colectivo.

En el fondo, quizás solo seamos eso: un grupo de autoconvocados optimistas que, mientras el mundo arde afuera, se hace búnker de fuerza cuando se encuentra.

* Hito Steyerl es una realizadora cinematográfica alemana, artista visual, y autora en el campo del ensayo y documental.​Sus principales temas de interés son los medios, la tecnología y la circulación global de imágenes. Steyerl tiene un doctorado en filosofía de la Academia de Bellas Artes de Viena.

Bibliografía: Steyerl, H., & Berardi, F. (2016). Los condenados de la pantalla. Caja negra.

Integrantes Monoambiente: Rodrigo Garabito @rodrigogarabito_10, Lara Decuzzi @laradecuzzi, Chiara Diorio @chiaradd97, Gonzalo Maldonado Alam @gonzalomaldonadoalam, Chiara Siliquini @chiara_siliquini, Ángeles Carrasco, Lara Smella Duarte, Micaela Botto @mitt_______, Lautaro Giner @lautiginer, Aldana Figueroa @janadondetefuiste, Luján Cabral, Mika Rozados @mikarozados, Julieta Romano Ortiz @julietarecortes, Pilar Rey @pilar.rey.d, Gisella Pincheira @gise.pincheira, Candela Yanni @cande.yanni, Lucas Tartaglia @lucas.tartaglia, Agustina Magallanes @agustinamagallanes__, Jazmín Zampa @valezamparolo.

Julieta Romano Ortiz @julietarecortes