De un tiempo a esta parte, los museos se vienen adaptando
a un nuevo paradigma.

El nuevo paradigma que los entiende como centros culturales vivos y sitios de encuentro de la comunidad, en oposición a un ya anticuado museo elitista y de puertas cerradas. Dichos espacios buscan redimensionarse dejando de ser templos sagrados para devenir foros de múltiples voces y debates. Es así que muchas propuestas actuales han conseguido impulsar nuevas actitudes y comportamientos respecto al museo y la comunidad. Y si la preservación y problematización del patrimonio es una empresa urgente y de preocupación constante, su difusión y concientización comunitaria alcanzan en estos momentos las mayores atenciones y dedicaciones de profesionales, instituciones y proyectos.

Desde hace muchos años, mi objeto de estudio ha sido el museo de patrimonio histórico Museo Taller Ferrowhite, @ferrowhitemuseotaller, ubicado en Ing. White, provincia de Buenos Aires, durante la gestión de su alma mater y primer director, el Arq. Reynaldo Merlino. La mayoría de mis trabajos versan sobre dicha experiencia.

A partir de atender al modo en que este espacio ha llegado a preguntas y puestas en acto que se acercan sustancialmente a lo deseable por una Nueva Museología -pues con un equipo en el que hay “de todo” menos museólogos, ha planteado la interdisciplinariedad, el desplazamiento del objeto al sujeto y la apertura al territorio que lo rodea- he ido encontrando interés en estudiar los alcances, limitaciones y potencialidades de ciertas transformaciones operadas en museos no artísticos a partir de estrategias, poéticas y recursos retóricos del arte contemporáneo que llevan a problematizar teorías y concepciones canónicas tanto de lo museal como del arte.

Es decir que, de algún modo, mi mirada problematiza la dimensión social y se inscribe en el cruce de un doble anclaje. Por un lado, tiene en cuenta la deriva actual de los museos que supone tanto la inclusión de nuevos usos y fórmulas de escenificación de sus acervos, como la redefinición de sus funciones. Respecto a ello, sabemos que desde hace varias décadas, algunos espacios han comenzado a plantear su trabajo con y desde la comunidad, además de haber apuntado a la renovación de procedimientos y formas de presentación de sus colecciones.

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Por otra parte, me interesa pensar su inscripción en el arte latinoamericano contemporáneo al considerar esa escala geopolítica como un conjunto de referencias (históricas, sociales, culturales) en el marco de la globalización. En este sentido, diversos debates generan para el arte actual posiciones y oposiciones que van desplegando una cartografía de bordes inciertos y este traspaso entre formatos y tipologías de las producciones contemporáneas traduce algunas de las tensiones de la memoria y de las formas de archivo en las prácticas participativas y colaborativas en museos, que me interesa analizar. Concebidos en un principio como colecciones privadas, sabemos que los museos nacieron en el seno de sociedades monárquicas de la mano de una aristocracia que imponía, preservaba y legitimaba objetos seleccionados según sus ideales de buen gusto. Los primeros museos públicos y modernos surgen en el marco de la Revolución Francesa bajo esta premisa. Habiendo sido creados como espacios para la contemplación, eran formados en torno a colecciones pre-establecidas en las que no se ponía en tela de juicio la naturaleza del objeto coleccionado. Así, como espacio de socialización típicamente urbano, los museos se constituyeron en reflejo de los valores de la razón, la civilización y el nuevo espíritu científico. Y, a pesar de los discursos fundacionales de los museos de nuestro continente, estos surgieron en estrecha vinculación con las normas implantadas por los proyectos ilustrados iberoamericanos.

Pero poco a poco se fue tomando conciencia sobre la necesidad de educar y hacer partícipe más directamente al público de la experiencia museística, dado que en el contexto de revisión se hizo evidente el fuerte poder legitimador que el discurso del museo tenía en las diversas audiencias y en el fortalecimiento de ciertas estructuras culturales. En este sentido, históricamente estos espacios -en particular los etnográficos- han servido para almacenar las memorias colonizadas y robadas, mientras que la Historia del Arte y los Museos de Bellas Artes sirvieron para edificar las memorias y logros de Europa y la Civilización Occidental. Así, estas instituciones han sido funcionales a la consolidación de la modernidad occidental y a la expansión de la Europa imperial, desestimando otras trayectorias civilizatorias. Esos inicios fueron los que habilitaron una historiografía de la sociedad y su memoria aparente, con sus batallas y predominios de clase, que se mantiene hasta el presente en muchos de los museos que conocemos.

Sin embargo, hoy en día, muchas propuestas contestan a partir de una labor destinada a recuperar memorias robadas y silenciadas, a la vez que a curar las heridas de sus modos denegados de ser y estar en el mundo. En tal sentido, diversos proyectos emergentes desde su creación, presentación y funcionamiento decolonizan y reorientan los objetivos de la institución, mostrando los caminos por los que transita el trabajo museográfico en la actualidad, con prácticas participativas y colaborativas que involucran a la comunidad. Es decir que tiene también ciertas implicancias pedagógicas, pues supone una metodología participativa que promueve la creatividad y la capacidad de investigación, modificando las usuales relaciones entre quienes cuentan la historia y quienes son contados por ella.

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Muchos de los museos que conocemos por lo general ponen a circular, mediante sus colecciones, un relato en el que aparecen los héroes, los heroísmos, el patrimonio cultural y natural. Un relato en el que se supone que todos los ciudadanos nos reconocemos y celebramos mediante la construcción de una comunidad imaginada. En los casos que me interesan, por el contrario, la yuxtaposición de narrativas nivela la heterogeneidad de los elementos.

Lo cierto es que los museos se han convertido en las últimas décadas en un lugar de encuentro e intereses múltiples para la sociedad. La situación actual ha venido precedida por una profunda reconstrucción y transformación física, técnica, museológica y sociocultural surgida en la segunda posguerra mundial, y por una dolorosa superación de la crisis de identidad que les sobrevino al final de los años sesenta y primeros setenta. Así, el museo ha soportado a lo largo de su historia, una cadena de invectivas contra su figura, cuyos matices dibujaron un abanico muy contrastado de posiciones frente al problema.

Pensar al museo como institución que históricamente ha instaurado ciertas jerarquías estéticas que atraviesan y ponen en foco la matriz colonial del poder, del saber, del ser y del ver a partir de los dispositivos de exhibición y en las políticas de representación, así como en la gestión de la diversidad cultural que promueven y en las políticas de adquisición, conservación y catalogación invita a re-pensar de qué manera las jerarquías estéticas de la modernidad-colonialidad se manifiestan y recombinan, y cómo se inscriben y mutan en el interior de esta institución, mostrando sus limitaciones pero también sus alcances.

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En este contexto, los circuitos a través de los cuales se mueven los museos actuales deben reacomodar presupuestos teóricos, objetivos y estrategias. Esto plantea dificultades serias, pero también abre nuevas posibilidades. Y se multiplican así las cuestiones que deben enfrentar estos espacios que buscan dar cuenta de los desafíos de su propia actualidad. Espacios que ejemplifican un nuevo modelo de trabajo museístico, en el que el proceso lineal tradicional de colectar, preservar y difundir -constituyendo un mundo en parte aislado de la sociedad- se transforma e integra dinámicamente, en otro circular y abierto.

Una de las características sustanciales de estos espacios que ofrecen una respuesta novedosa a la transformación que -en el marco del desarrollo de la industria cultural- compete al rol y a la función de los museos en la contemporaneidad, tiene que ver con la implementación de estrategias de trabajo con la memoria comunitaria y el apelar a diversos recursos para proponer la experiencia de rememorar, efectuando en la recepción un desplazamiento singular de la actitud contemplativa tradicional.

Ciertas prácticas museales basadas sobre el diálogo abierto propician y producen interacción social a partir de un marco definido por el museo o el artista (participación) y en otras, un grupo de personas desarrolla una idea conjuntamente (colaboración). El abanico de acciones es bien amplio, buscando que se supere la simple invitación a “apretar un botón” en pos de instancias que tiendan a un hacer pensar común que suponga aportes y aprendizajes colectivos. 

Esta actitud supone pensar el espacio museal como constructo sociocultural en el que la presencia de los vecinos/sujetos contribuye a una memoria del lugar con la cual estos espacios se han ido forjando a sí mismos, y con la cual los habitantes se han configurado como sujetos individuales y colectivos, portadores de una historia particular. Esta apuesta habla de una variación de intereses: del objeto –cerrado, concluso, en vitrinas hacia el discurso y la idea, en la aceptación de que la permanencia del bien cultural que el museo conserva es completada por una interpretación o relato, que también puede ser plural y cambiante.

Me interesa entonces preguntarme: ¿desde dónde mirar y analizar estas formas de expresión y comunicación que no responden totalmente a lo que tradicionalmente conocemos como “museo”? ¿Qué es un museo hoy, qué debiera ser, cuáles debieran ser sus objetivos? ¿Es verdad que existen muchas formas de contar la historia? ¿Cuáles son? ¿Es cierto que se puede hacer contra-historia desde un museo y con la retórica del patrimonio en términos de una práctica cultural? ¿Qué nos dice la noción de exhibición al respecto?

Siempre que puedo me detengo a pensar en algo que sostiene el equipo de Ferrowhite y que me parece fundamental; y es que entender los museos como construcciones colectivas supone revisar la jerarquía establecida entre quienes cuentan la historia y quienes, de algún modo, son contados por ella. Es decir, implica reconsiderar las reglas que regulan la producción de relatos sobre el pasado compartido.

Hoy el museo conjuga una revisión del pasado con problemas surgidos del presente, permeadas al mismo tiempo por la experimentación con los lenguajes. Espacios emergentes que ponen en cuestión algunas aproximaciones al arte contemporáneo enunciadas desde lugares hegemónicos, con una continua actitud crítica y creatividad dignas de ser destacadas.

De este modo, me interesa estudiar estas posibilidades de una visión basada en la relación experiencia-museo-comunidad, en el trabajo desde una multiplicidad de lenguajes y  con la aparición de nuevas mezclas entre el pasado y el presente, lo cual convierte la escena en un espacio de intercambio como lugar de comunicación y promoción de la creación colaborativa de conocimientos.

Por ello entiendo que, tan importante como las colecciones de piezas, obras u objetos, es la crucial trama de vínculos sociales gestados por estas instituciones; la red social que desde ellas se genera, enlazando profesionales y vecinos, en torno a una reelaboración incluso de compromisos geopolíticos urgentes. El resultado es una combinación asociativa cuya densidad sostiene y supera el impacto contextual y vincular de los museos tradicionales.

¿Cómo asumen los museos -en tanto instituciones modernas y coloniales- el desafío de desempolvarse ese legado a la vez que generar prácticas que impliquen tanto a sus destinatarios como a su contexto? ¿Qué debería venir a aparecer en el lugar de los museos o de las galerías de arte (no necesariamente sustituyéndolos, pero sí junto a ellos)? ¿De qué modo pueden interpelar y proponer miradas críticas?

En mi trabajo de estudio cotidiano me entusiasma descubrir proyectos en los que estas preguntas se ponen en juego; no clausurando respuestas, sino para relanzar discusiones. Porque sospecho que estos espacios se ofrecen como parte de un proyecto mayor vinculado a nuestra realidad histórica y a los esfuerzos por comprenderla, transformándola.

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