Acá, sentada en la computadora dando mis propias clases, o tomando las de otros profesores, juego a imaginarme cómo sería una clase virtual con Merce Cunningham.
Él dándonos inicio, aceptándonos a los que nos alojamos en la sala de espera, mirando cada cuadradito de la pantalla. Era un curioso por la tecnología, imagino que habría sido un gran desafío.
Merce Cunningham, para muchos una leyenda de la Danza Contemporánea, fue un maestro y coreógrafo estadounidense que revolucionó los procesos que se venían desarrollando hasta el momento en el campo de la danza. Según Germano Celant, crítico y Doctor en Teoría del Arte Contemporáneo, el impulso que ha caracterizado el trabajo de Merce fue encontrar los límites de la danza. Desde muy joven ha centrado su investigación en preguntas como: ¿Qué son los movimientos? ¿Qué son el tiempo y el espacio? ¿Qué son la materialidad y el gesto? ¿Qué soy yo? Todos estos interrogantes dieron cauce a una extensa carrera artística.
A Cunningham lo conocí mediante un sinfín de mediaciones infinitas de lo que otros dicen de él: Celant, Rainer, Child, Brown, Copeland, Armitage, June Paik, Paxton, Mumma, Greskovic, Jordan y muchos más. Obviamente en esta lista no podía faltar, mi amiga y colega Claudia Gómez Luna, persona que me enseñó su técnica por años y quien podía descostillarse de la risa viéndonos invertir una secuencia de movimientos que ella misma había creado, y que claramente tenía todas las trampas y las picardías para que las inversiones resultasen en secuencias enredadas o en resoluciones graciosas que resolvieran lo imposible.
Les contaré de qué trata la idea de inversión para Cunningham, como si estuviéramos en una clase y se los tuviera que decir por primera vez. Invertir una secuencia de movimiento tiene reglas claras.
Todo lo que abre, cierra; todos los torsos que estaban a favor, ahora están en contra; si se avanza en diagonal con pierna derecha por delante, invierto retrocediendo con pierna derecha por detrás, por ejemplificar. Todos los movimientos realizados de adentro hacia afuera (en dehors), ahora se invertirán de afuera hacia adentro (en dedans). Aún cuando la posibilidad anatómica no lo permitiera, el hecho de pensarlo, abre una vía de cambio.
Me encantaría definir a Merce desde una contradicción. Sus búsquedas son posibilidades dentro de lo imposible, ¿es posible que así sea? Pensarlo de esta manera, aunque reconozca la contradicción de mis palabras, me resulta atractivo, porque su trabajo permite friccionar los límites del cuerpo para hacerlos cada vez más difusos.
Hoy, que el concepto de inversión está mucho más presente en las conversaciones cotidianas de la mano de la economía, podría afirmar que su gran inversión fue su Compañía Merce Dance Company, en la que por largos años pudo profundizar sus métodos. Necesité buscar una definición precisa de inversión, y me encontré con un apartado que me resultó más cercano de lo que esperaba.
“Cuando se realiza una inversión se asume un coste de oportunidad al renunciar a ciertos recursos en el presente para lograr el beneficio futuro, el cual es incierto. Por ello, cuando se realiza una inversión se está asumiendo cierto riesgo”.
Toda inversión que conocemos en los lenguajes de movimiento asume riesgos y necesita de un capital (experiencia, materialidad) para obtener como resultado una vivencia. Aún así, aunque lo haya hecho por mucho tiempo y conozca las posibilidades, siempre será una propuesta cargada de vértigo, frágil y cambiante.
¿Qué posibles aparecen al traducir los cuerpos danzantes al nuevo mundo de las videollamadas? ¿Qué posibles abre aplicar las reglas de inversión cuando la anatomía se hace imposible?
Acá, me toca jugar. Somos veinte personas en la pantalla. Él nos observa, nos explora. Probablemente investigará cómo guiarnos mientras observa minuciosamente cómo son estos cuerpos multiplicados en veinte pantallas. ¿Utilizará su propia nomenclatura de los pasos universales de la danza? Asumo que se irá despojando de ellos mientras observa que perdemos la referencialidad de los otros cuerpos en el espacio al que estábamos acostumbrados en el aula, y nos permitimos reconocer otras referencias: nosotros, el espacio, nuestras casas, las delimitaciones, las derivas personales. ¿Cómo pensará las secuencias? Con mucha imaginación, me pregunto cómo aparecerá la posibilidad de invertir la propuesta en todo este nuevo mundo.
Recuerdo cuando escuché decir a alguien con tanta seguridad, que quedó grabado como un tatuaje, que la Danza Contemporánea más que una forma de hacer es una forma de pensar la danza. A veces, entre charlas informales con otras docentes nos hemos atrevido a decir que Merce hubiera nadado a gusto en estos contextos tecnológicos tan vertiginosos. El azar se alojó en parte de sus innovaciones como un modo de pensar la escena y las relaciones que se establecen entre las capas que la componen. En 1951, decidió determinar la disposición de las secuencias de una de sus obras arrojando monedas al aire. ¿Apelando a un sentido impersonal y más objetivo? Quizá, apelando a mantener un distanciamiento irónico del mundo.
“No significa licencia, sino libertad, es decir, una completa conciencia del mundo, y al mismo tiempo, un distanciamiento de él” (Merce Cunningham, 2009).
El azar de articular una consigna en mi hogar, en medio de toda esta propuesta virtual, está cargado por el hecho de que, mientras lo busco y lo tracciono, ya está sucediendo: el perro que me mueve la cola, el gato que me roba la manta, algún integrante de la casa que pasa cerca o habla, el ruido de la calle que se filtra, la temperatura del suelo que me invita a no tocarlo y los objetos de mi casa que se hacen presentes cuando acciono en el espacio. Múltiples objetos llenos de texturas, temperaturas, bordes y familiaridades, que permiten evocar nuestras más profundas sensaciones y ver el movimiento de una nueva manera.
Pausa. Este es el momento romántico de este escrito. Porque no hay Merce Cunningham sin su gran compañero, John Cage. Cage y Cunningham fueron la gran dupla de los 50-70. Basta con escuchar dos minutos de sus entrevistas para quedarnos embobados con la risa desordenada de Cage. Bastan dos minutos de escucharlo hablar, para saber un poco más de Merce. Desde su boca, en entrevistas digitalizadas, salen palabras como “Merce es mi mejor amigo”, “me sorprende constantemente, nunca puedo adivinar lo que va a decirme” “todo lo que dice me sorprende, conocerle implica una continua revisión”.
Cage y sus 4´33¨ se han vuelto canónicos en el mundo de la Danza. ¡Cómo no pensar en su obra! Siendo docente en estos tiempos me pregunto mucho sobre el silencio. Algo de mi cerebro cada vez que hace una pregunta espera algo que no sé qué es. ¿Será ruido? ¿Serán signos? Sin embargo, el zoom te devuelve una aparente calma cargada de una multiplicidad de gestos fragmentados en veinte cuadraditos pequeños. Por momentos, siento que mis ojos no son capaces de poder registrarlos y la ausencia se hace evidente.
En algún texto de Celant, leí la idea de que la función del cuerpo para Merce es más la de un objeto que la de un sujeto. Eso le permite hacer avanzar más que nadie el estudio de la desestructuración de los gestos y los movimientos. Como si el bailarín pudiera volverse una tercera persona, maleable y transparente, a la que se pudiese someter a cualquier técnica. En el mundo virtual, esta idea es más clave que nunca. Su utilización está en relación con el intento de resolver el conflicto entre conciencia de la imposibilidad y posible extensión concreta en el tiempo y en el espacio. Germano Celant falleció hace menos de dos meses por Coronavirus. A sus 80 años, el fantasma Covid-19, que nos ha conducido a dar clases por zoom, se llevó al gran historiador; quien, probablemente, haya sido la persona que más ha indagado sobre nuestro artista.
Por mucho tiempo tuve su libro titulado “Merce Cunningham” que fui leyendo paulatinamente y que incluye varias de sus investigaciones. Sin embargo, debo confesar que el libro que llegó a mi biblioteca fue sobrevolado antes de su lectura profunda y eso me hizo leer un subtítulo que decía “Merce era muy silencioso”. Por un tiempo, creí que Cunningham hablaba muy poco, y esa idea se fijó en mí. Es por eso que, cuando les contaba de los silencios del zoom, imaginaba su gesto impoluto, tímido, observando callado. Todo es una mentira gente; llegué a esa sección del libro, y lo que el autor contaba sobre él es que era muy silencioso para saltar. Sí, así como leen. Así que, lamento informarles que el Merce de este artículo, también es el Merce de mi imaginario.