Jenny, algún día, Jenny

Por: Nacho Salem Westermeier

Forrest Gump es de esas películas que, nos guste o no, quedaron grabadas en la memoria colectiva. Un emblema del cine de los 90: entrañable, emotiva, marcada por la mirada ingenua de su protagonista y su forma optimista de atravesar la historia del siglo XX. Todos tenemos algún recuerdo de ella: una tarde de tele, un VHS alquilado, o esa escena repetida mil veces en chistes y memes.

Pero cuando dejamos de mirar el mundo con los ojos de Forrest y prestamos atención a Jenny, la película se transforma.

 Recuerdo una clase en la que nos propusieron adaptar una película al género de terror. Elegí Forrest Gump, pero me concentré en Jenny. En mi versión, ella dejaba de ser ese personaje contradictorio que tantas veces se presenta como “la mala” y se volvía alguien comprensible, atravesada por sus contextos. Cuando terminé de exponer, el profesor comentó: “Lograste defender al personaje más nefasto de la película”. Lo dijo medio en chiste, pero me quedó resonando. ¿Realmente es tan odiada Jenny? ¿Y por qué?

Con el tiempo entendí que buena parte del rechazo hacia su personaje tiene que ver con cómo fue escrita y narrada, pero también con cómo fuimos educados para leer ciertos relatos. El Hollywood de los 90 todavía estaba atravesado por una mirada masculina que tendía a simplificar o distorsionar a los personajes femeninos. Y ojo, no era solo allá: el cine que veíamos acá también repetía esas lógicas. Jenny no es la excepción.

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Y, sin embargo, sin ella muchas de las emociones más profundas que despierta Forrest Gump tal vez no existirían. Durante años, en cada nuevo visionado, Jenny fue interpretada bajo la misma lógica: egoísta, inestable, cruel con Forrest. Pero esa lectura ignora todo lo que representa: una mujer marcada por el abuso, la violencia familiar, los traumas de la infancia. Una mujer que intenta huir, como puede, de un sistema que la castiga.

Mientras Forrest recorre la historia de su país con una pureza casi mágica, Jenny sobrevive en los márgenes. Ella no avanza con el viento a favor: lucha contra una corriente que la arrastra desde niña. La película elige no profundizar demasiado en su mundo interno. Todo lo vemos a través de los ojos de Forrest, lo cual explica —aunque no justifica— que su dolor quede difuminado.

 Esa elección estética es clave: la cámara no la sigue a ella, la sigue a él; la música celebra sus victorias, no sus heridas; el montaje la coloca siempre como un paréntesis, nunca como un centro. Así, Jenny queda atrapada en el relato de otro. Se nos vuelve “una mujer que toma malas decisiones”, cuando en realidad es una mujer que intenta liberarse.

Forma parte de los movimientos contraculturales, del amor libre, de la militancia pacifista. Experimenta, se equivoca, se pierde, pero también busca construir otro camino. Uno que no siempre se entiende desde afuera, pero que resulta esencial para que Forrest, aun sin comprenderla, crezca, ame y se enfrente a momentos que lo definen.

El problema es que la película nunca termina de darle un espacio genuino para narrarse a sí misma. Entonces, la condena moral cae rápido. Jenny no encaja en el “sueño americano” que representa Forrest. Él es la postal perfecta: el éxito sin cuestionamientos, la pureza ingenua. Ella es el revés incómodo de esa postal, el lado B de una época que también fue dolor, caos y crisis de sentido.

Treinta y un años después, tal vez sea hora de mirar a Jenny de frente. De leerla no como una “nefasta”, sino como un personaje trágico, atrapado entre lo que se espera de ella y lo que verdaderamente desea. Porque Jenny no es un monstruo ni un obstáculo para el héroe, es la grieta por donde se mete todo lo que el relato oficial tapa con sutileza. En ella habita lo que el sueño americano no puede asimilar. La vulnerabilidad, el deseo, la desobediencia. Jenny es la prueba de que toda historia luminosa necesita una sombra para sostenerse. En su cuerpo se inscriben los costos invisibles del ideal americano: las vidas que no entran en la postal, las que no pudieron ser salvadas por la pureza del héroe.

¿A cuántas y cuántos Jennys seguimos juzgando por no cumplir con el rol que se les asignó?
¿Y cuántos Forrests seguirían igual de ingenuos si no hubieran conocido a alguien como Jenny?

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