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Mario mira al cielo escapar de los límites del pequeño patio al que puede acceder desde su escritorio o desde la habitación que lleva compartiendo más de cinco décadas con Olga. Ya ha terminado de leer las noticias de la sección Actualidad y se está dando un respiro para salir a caminar unos minutos antes de la hora de almuerzo. 

Los periquitos australianos que hacen del patio su sala de conciertos acompañan sus meditaciones con algunos sonidos propios de los periquitos, tal vez por ello Olga sale de su habitación.

-¿Qué pasa hijitos? Sí, ahora les doy más comida. Sí, sí hijitos. Pobrecitos.

Olga mantiene más de una conversación con los periquitos sin nombre propio, pero bautizados de forma general por ella como los Pollos y estos a su vez le responden con más sonidos propios de periquitos australianos que se conocen a sí mismos como hijos de las gallinas. 

-Ya casi está el almuerzo, Ma ¿Irás a dar tu paseo antes?
-Sí, ya voy.
-Te espero entonces, pero no vengas muy tarde que las wawas ya tienen hambre. 

Los paseos de Mario necesitan de mucha atención, llevar a caminar ocho décadas de vida es una aventura que aumenta su adrenalina cada día. Primero debe bajar un pie tras otro los tres escalones que separan la puerta de su piso con el exterior de la residencial. Habiendo efectuado aquella tarea, debe decidir si va por el camino angosto y baja un escalón más o si atraviesa la acera ancha invadida por las raíces del árbol de toda la vida. Luego de ello, podrá caminar más tranquilo entre aceras y edificios mientras, tal vez, encuentre algunos vecinos a quienes saludará, preguntará por su salud, escuchará hablar de sus malestares corporales propios de la edad y a quienes dedicará una sonrisa de despedida sin mencionar que camina durante menos tiempo y menos días a la semana debido a su escoliosis, ni que tiene que armarse cada mañana para empezar a funcionar. “Ay, ay, ay, ay, ay” se le puede escuchar decir cuando necesita agacharse para ponerse los zapatos. 

-Allillanchu Pedro.
Allillanmi, señor Mario. Ha salido la nueva colección de filosofía, ¿va a querer?
-Por ahora no Pedro, primero le preguntaré a mi wawa si le gustaría leer. Hasta luego.

Pedro, el eterno vigía de las noticias, se despide con una seña desde su asiento dentro del quiosco, el cual es una parada oficial y sagrada en las caminatas de Mario. 

Pedro, es partícipe de instantes de la historia de Mario desde hace 30 años; de modo que podría ser también un narrador de su historia, si quisiera. Él no habla mucho, pero observa.

-Ya está casi lista la comida, Ma, le dice Olga apenas abre la puerta de la casa. 
-¿Trajiste más plátanos? Ay, Mario. Lávate las manos.
-Papapa, ya vamos a comer, le dice una de sus nietas mientras corre a la cocina.

Mario siempre se ha lavado bien las manos, de la misma manera que explican las enfermeras en los anuncios de los hospitales, por eso se toma su tiempo y llega con calma a la mesa, en la cual sus dos nietas están esperándolos para tomar la sopa. 

-Te demoras mucho papapa.
-Toma, Ma, dice Olga mientras le alcanza el plato. 

-Mamama, ¿y tú?, pregunta Ani, su nieta pequeña impaciente por comer.

El comedor de diario es grande, es parte de la cocina y ya tiene algunos asientos eternamente asignados. Mario se sienta en una de las cabeceras dando la espalda a la heladera y al reloj, a su costado derecho se sienta Olga que siempre busca tener más espacio y, por último, sus nietas van alternando sus puestos en la mesa dependiendo de quién llega primero a comer.

Cuando termina la sopa Mario empieza a chocar la cuchara contra el plato para dejarla limpia de caldo. Todas lo miran.

-Deja de hacer ruido Ma, le dice Olga.

Entonces, él decide convertirlo en un ritmo. Sus nietas ríen, mientras Olga sumergida de pronto en sus pensamientos hace gestos faciales que dan ciertas ideas sobre qué será lo próximo que la escuchen decir.

-Ma, ¿dónde desemboca el Sena?, pregunta Olga mirándolo muy seriamente.

A lo cual, Mario, que parecía tener ojos solo para el plato de comida, levanta la mirada y responde, “en el mar”. Sus nietas vuelven a reírse junto a Olga que no tiene otra opción, porque la respuesta, aunque no es específica, es correcta.

Los almuerzos en casa de Olga y Mario son así, variados, con una pizca de diversión para sus nietas que a veces se sienten parte de una comedia de Ionesco cuando sus abuelos se responden cosas diferentes a las que se han preguntado, con otra pizca de filosofía cuando cuentan sus aprendizajes en la vida, con una gran cucharada de noticias porque los dos siempre andan muy bien informados y, sobre todo, con muchos engreimientos al gusto. Cabe añadir, que la cantidad de los ingredientes dependen de si esa tarde sus abuelos habían decidido ponerse los audífonos o no.

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-¿Quién quiere postre? 

Mario, quien ya tiene varios años jubilado, aunque el sueldo que le dan no es proporcional ni a su trabajo, ni al tiempo de servicio por estas cuestiones de la política, la economía y los cambios en la moneda, busca siempre nuevas diligencias que sus hijas gustosas le dan. Una de ellas es el pago de los servicios de su vivienda y, dentro de ellos, es posible que disfrute particularmente el pago del teléfono. 

-Mica, ¿me acompañas a hacer una cosa?
-¿Qué cosa papapa?
-Una cosa.
-¿Vamos a caminar mucho?
-¿No quieres caminar?
-Bueno…
-Muchacha de cuatro por medio, responde Mario mientras se ríe. Acompáñame.

Mica se ata rápidamente las zapatillas mientras mira a su abuelo colocarse la boina y revisar si tiene todo lo necesario: las llaves, el recibo del teléfono y la billetera.

-Estoy lista papapa.

Mica es su nieta mayor, ella y Mario tienen una conexión única generada a través de los libros que desde siempre él ha coleccionado y que ella ha disfrutado. Además, como buenos amantes de las historias suelen entretenerse conversando acerca de todo.

-Papapa, ¿cómo aprendiste a hablar quechua?
-No sé hablar quechua.

-¡Pero si te he escuchado!

-Sé algunas palabras, pero no aprendí bien porque a mi familia no le gustaba que hablase. Ya que, en Cusco se prohibió su uso después de la revolución de Túpac Amaru y desde ahí estuvo mal visto.

-Mmmmm, qué mal.

Mica y Mario se quedan en silencio unos minutos mientras caminan.

-Papapa, ¿y cómo se dice buenos días en quechua?
-Good morning, responde Mario vocalizando cada letra y comienza a reír.

Cerca al edificio de la empresa de telefonía Mica agradece que falte poco para descansar sus pies, pero no cuenta con lo que a continuación le dirá su abuelo.

-Estos muchachos suben los precios como si a uno le subieran de la misma forma el sueldo. Como no es nacional, seguro que si hablo como ezzpañol de Ezzpaña me van a escuchar.
-¿Papapa por qué hablas raro?
-Estoy hablando como en España, con la z.
-Papapa, mejor no. ¿Y si se dan cuenta?

Han pasado 20 años desde este momento y Mica recuerda desde Madrid como su abuelo que jugaba a hacerse el español en la empresa de telefonía, en realidad habría amado conocer España. Pero, él nunca ha atravesado el charco, ni ha tocado el Atlántico como ella. 

“Mica estamos siempre pendientes de tus triunfos. Abrazos de amor y cariño” lee Mica en el mensaje de WhatsApp que su abuelo ha aprendido a mandar.

“Quizás puedo hacer conocer España a papapa, quizás puedo comprarle algún día un pasaje en primera clase y así no le duela la columna, quizás…” piensa Mica.

“Papapa muchas gracias, siempre te tengo presente. Te amo”, le responde Mica al mensaje esperando volver a ver pronto a su abuelo antes de que se ponga a bromear más seguido sobre sus conversaciones con San Pedro.

Mario vuelve a sentarse en su eterna silla marrón y mira al cielo. ¿En qué estará pensando? Tal vez esté recordando el Cusco, su boda en la Iglesia de San Francisco, los nacimientos de sus hijas o de sus nietos, las provincias que recorrió en el Perú, los amigos que tiene que llamar o a los que les gustaría volver a escuchar.

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La casa de las gardenias

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