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Lazos profundos que exceden el fin pero que le suman una inagotable fuente de inspiración.

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Quien busca su propio camino, quien es capaz de construir su propia identidad. 

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Voy a tratar de reseñar sin spoilear contenido porque sería un atentado al mensaje.

“No está loco quien pelea” recorre la historia y vida del grupo teatral independiente El Brote, que fue fundado por la actriz, directora y gestora cultural Gabriela Otero en 1997.

La capacidad de Néstor Ruggeri para fotografiar el hábitat, el paisaje y las personas gana en profundidad en cada una de sus producciones. Creo que en este último producto es en el que más lo logró. Sostengo esto porque la mirada está puesta, en parte, en la fascinación por el proyecto de El Brote y, también, en la transparencia de sus participantes. 

Decir que es lindo es una apreciación un tanto naif, pero la verdad es que es un documental muy lindo. No sólo desde la composición cinematográfica, del encuadre del cine ojo; sino desde el mensaje, desde el contenido, desde su enseñanza, desde todo lo que deja en nosotres.

No está loco quien pelea.  

Y menos aún aquel/aquella 

que pelea contra viento y marea. 

Contra los prejuicios, 

contra la marginación, 

contra el desamparo. 

No, no está loco quien pelea.

Quien busca su propio camino, 

quien es capaz de construir su propia identidad, 

su propia familia. 

No, no está loco quien pelea.

El brote ha creado su propio lenguaje de aprendizaje y de enseñanza. Su expresión es única. Aunque, ¿quién no quisiera que el brote se transforme en monte, de profundas raíces, de esas que cuando avanza el frío son brasa compañera y cálida como la amistad?.

¨La locura es una huella por donde camino y voy juntando mis pedazos desparramados, olvidados, para ver si me encuentro conmigo y puedo vivir así, sin pedir permiso a nadie.¨, dice Guillermina y me conquista. 

Nada más que agregar. Pasen, vean y sobre todo, disfruten. 

No está loco quien pelea

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Nacido en Buenos Aires. Estudió con Rolando “Oso” Picardi, Fernando Martínez, Horacio López, Eduardo Casalla, Sebastián Peycere, Carlos Riganti, Joe Porcaro, Ralph Humphrey, Efrain Toro, Richie García, Casey Scheuerell, Adam Nussbaum, Robbie Ameen, Tommy Campbell, Frank Katz, Bobby Sanabria, Toss Panos, Kenny Washington, Rodney Green y Jonathan Blake. También estudió en Los Ángeles, en el Musicians Intitute en 1992 graduándose con honores y ganando el premio a mejor baterista de ritmos latinos del año. En 2010 editó su primer libro de batería llamado “Batería contemporánea”. Ha tocado con artistas mundialmente reconocidos. Junto a su grupo Escalandrum ganaron el premio Gardel de Oro (máxima distinción de la industria musical Argentina), es el primer grupo de jazz en lograr esa distinción. Con Escalandrum presentó 3001 (décimo disco del grupo) por el mundo, disco que comparten con la artista mundialmente reconocida Elena Roger.

¿Cómo andás, Pipi?

Bien bien, practicando bastante, grabamos disco nuevo con Escalandrum con todos los protocolos. Ahora me salió para grabar un disco de música de Sandro. Pero bien, trabajando y dando miles de clases online. Vamos a aprovecharlo hasta que se pueda.

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¿Cómo era tu relación con Astor? ¿Cómo era en intimidad abuelo-nieto?

Mi relación con él fue siempre espectacular. Lo veía poco porque él estaba doscientos cincuenta días por año de gira. Pero siempre nos llevamos espectacular, siempre que estaba en Buenos Aires me llevaba a sus conciertos emblemáticos, como el del Teatro Colón, los de Jams, los Opera con Milva o cuando tocaba en la Capilla. Después tuve la suerte que mi papá en los setenta tocó en el Octeto Electrónico con él, con lo cual yo iba a todos los ensayos. Me regaló mi primera batería, me dio muchos consejos sobre música, era un tipo muy chistoso, divertido. Siempre que entraba a su casa, la puerta estaba abierta y él estaba escondido con alguna máscara del hombre lobo. Le encantaba comprar máscaras, pero no de cotillón. El cagazo que me pegaba cuando lo veía así (risas compartidas). Cada vez que iba aparecía con una máscara diferente. Un tipo genial, la verdad.

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Dicen que era muy bueno para las piñas. ¿Cuánto de verdad tienen esas historias?

Sí, era muy violento, defendía lo suyo. Se crió con las pandillas en Nueva York. Cuando era chiquito estaba en una pandilla del campeón mundial de boxeo Jake LaMotta, y se tenía que pelear una o dos veces por día para que no lo saquen de la pandilla. Yo creo que ahí aprendió a defenderse. Si bien yo no justifico la violencia, obviamente, mi abuelo se defendía muy bien verbalmente y si era necesario ir más allá tenía las herramientas para hacerlo. Era una época en que las cosas, a veces, se arreglaban así. La verdad que sí, era un tipo bravo cuando salía a la calle.

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Vos que presenciaste muchos ensayos, ¿cómo era él como director de orquesta?

Era un líder muy copado y muy focalizado. Cada error que aparecía en la música, él frenaba el ensayo e iba a dar indicaciones, no te la dejaba pasar. Estaba en todo, muy concentrado, como todos los grandes artistas. Está dando vueltas por ahí un video del ensayo previo al gran concierto del Colón, donde está toda la intimidad del ensayo y que muestra lo exigente que era y a su vez, lo cariñoso. En un momento le está explicando una cosa a uno de los músicos y en vez de hablarle mal, como alguien se puede imaginar que puede ser Astor Piazzolla, lo abraza para explicarle, le da como ese afecto que tal vez es necesario cuando alguien te tiene que corregir algo para seguir adelante y no perder la confianza. Eso es la muestra de un gran maestro.

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¿Cómo vivías vos los ensayos? ¿Cómo era estar ahí?

A los ensayos que fui, era muy chico. Siempre fui muy tranquilo, mi papá me decía que me quedaba ahí y observaba. Yo tengo mucho mundo interior, puedo estar cuatro horas sentado y mi cabeza va para todos lados, desde muy chico soy así. Mi papá me contaba que a veces me paraba y apoyaba el pie en una banqueta y hacía que tocaba el bandoneón mientras ellos ensayaban, pero la verdad no tengo un recuerdo claro porque tenía menos de 10 años.

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Y el famoso viaje en limusina, ¿cómo fue?

La limousine era… Un amigo de mi abuelo manejaba su auto, un auto normal, pero él iba adelante y nosotros atrás. Y le decíamos Limousine, pero era un auto común… (risas de ambos). Ese viaje fue hermoso. Viste como la data va cambiando. Uno se imagina la limousine de los Oscar’s, pero no, era un Renault Break que como íbamos atrás, era más importante la situación. Íbamos con mi abuelo y Laura -su pareja-. Fue muy lindo. Mi papá me preparó, me puso un trajecito, todo para la gala del Colón. Y me acuerdo que mi asiento era en el palco presidencial. La verdad un lujo. Tenía 11 años ahí. Un grande mi abuelo, que en su noche más importante, según me lo anotó en una dedicatoria, lleve un pibe de 11 años. Pero bueno, yo era muy tranquilo y no molesté para nada.

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Astor era pescador, ¿era de los pescadores mentirosos o de los que contaban la verdadera hazaña?

La verdad no lo sé, porque los pescadores son muy exagerados y en mi familia somos todos exagerados. Nos gusta ponerle vértigo a las historias. Siempre exageramos para que la historia tenga más contenido, que la gente se sorprenda. Pero sí, era un pescador. Era como un poco su cable a tierra. El mío, por ejemplo, es ir a la cancha pero el de él era ése.

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¿Cuál es el recuerdo de tu relación con tu abuelo que te marcó?

Hay varios. Ir a su departamento, yo tendría 16 años y pasar toda la tarde ahí, que me muestre discos de jazz, que me de consejos, que me cuente un poco la música que estaba escuchando. Me decía que tenía que estudiar con los mejores maestros y las mejores escuelas.
Yo hice un día de la carrera de Marketing. Fui un día a la facultad y dejé. Me fui al restorán de mi viejo y justo estaba mi abuelo, una casualidad increíble. Mi viejo revoleó todos los papeles de la universidad re feliz y mi abuelo me dice “Grande pibe, sé músico, sé pobre pero sé feliz”. Fue muy importante para mí. Después recuerdo juntarnos en un bar en la Avenida Libertador y San Benito de Palermo en un bar, de esos emblemáticos, y él sólo quería que le cante canciones de la cancha, no podía creer las letras. “A ver otra, otra“, me decía, estaba fascinado.

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Recién decías que Astor te dijo que estudiaras con los mejores maestros y tengo entendido que estudiaste en Estados Unidos en la Berklee.

No, en el Musician Institute. Eso también es una información que se fue deformando. Fui ahí porque el curso duraba sólo un año. A Berklee tenés que ir como cinco y como yo soy muy de acá y me gusta mucho el fútbol, no me quería ir mucho tiempo y me fui sólo un año a un curso acelerado para aprender a leer partituras. Yo quería leer partituras porque había tenido una muy mala experiencia con un grupo donde me maltrataron, donde tuve que reemplazar a mi maestro, me dijeron que era un ladrón, me preguntaban si no me daba vergüenza con el apellido que tenía no saber leer una partitura. Yo tenía tan sólo 18 años. Te leía cien mil libros de batería, pero una partitura nunca la había visto. Me maltrataron mucho, casi dejo la batería. Yo no podía creer que en la música alguien te podía tratar mal. Pero bueno, indagué mucho y encontré este lugar y me formaron muy bien para ser un baterista profesional a nivel oficio. Yo estaba bien preparado técnicamente pero me faltaba eso.

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¿Cómo fue presentarte allá con tu apellido?

Mirá, yo pensé que en Estados Unidos nadie conocía a mi abuelo, sobre todo en 1992. El primer día de clases allá, toman lista, yo hablaba poco inglés, y el profesor dice Piazzolla, levanté la mano y dije “I’m here” y el tipo me empieza a hablar. Tenía un puertorriqueño al lado mío y le pregunté qué me estaba diciendo porque no entendía, y me dice que me preguntaba si tenía algo que ver con Piazzolla. “Yes, is my grandfather” y el profesor pidió a todo el curso, que eran todos mejores bateristas que yo porque tuve la suerte de entrar a un nivel alto, que se levante y me alabe. Les pidió que me alaben, no que me aplaudan, como dicen las anécdotas. Peor, que me alaben. Primer día de clases, ¿a vos te parece?. La presión absoluta. Le tuve que dar con todo para estar a la altura, pero gracias a esas cosas es que también no siento el peso del apellido ni la mochila. Me fue muy bien ese año, me recibí con 99,80 sobre 100. Terminé siendo uno de los tres mejores bateros del año, porque en Estados Unidos es todo tipo Oscar’s. A fin de año hay gala de nominaciones. Me nominaron a Mejor Baterista de la escuela, a Mejor Baterista de Ritmos Latinos, que fue el que gané, a Mejor Baterista que domina todos los estilos. Me permitieron, por mi promedio, dar un examen ante los mejores sesionistas de Los Ángeles. Te ponían en un cuartito y te daban ocho partituras y tenías que tocar con ellos, todo a primera vista. Fue un año increíble. Entrar como el peor y terminar así, te termina dando mucha confianza. Después, ya acá de vuelta, el Zurdo Roizner, por ejemplo, me pidió que lo reemplace en la Orquesta Estable de ATC; me convocaron Lito Vitale, Juan Cruz Urquiza y Daniel Maza. A ellos no les interesa el apellido, les interesa que toques bien.

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¿Volviendo a Astor, y conectando con tu viejo que tiene un restaurante, que comidas eran las preferidas de él?

Las comidas preferida de mi abuelo eran todas. Pero le gustaban mucho los espaguetis con una salsa que preparaba él, salteada con mucho ajo y oliva. Los quesos, los fiambres, las picadas, los asados. Pero en primer lugar creo que está la pasta y la pizza. La buena pizza.

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Y la pizza no puede faltar. Si hay algo que une a un porteño y a un italiano, es la buena pizza.

Totalmente, y hay una muy buena pizzería en Albamonte, que es en Chacarita. Mi abuelo solía comer ahí. Y por suerte a mi me llega el delivery a casa. Así que en cuarentena, una vez por semana, pido a esa pizzería que es como una pizza argento-italiana perfecta. Albamonte es una cantina tremenda, en frente al cementerio. Mi abuelo iba ahí con mi papá. Después papá nos llevaba a nosotros y ahora mis hijos ya saben de qué se trata.

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Tu viejo tuvo la oportunidad de compartir banda con tu abuelo. No me imagino cómo será tocar con tu padre.
Sí, pero la pasó muy bien, dice que fue uno de los momentos más altos de su vida. Estar ahí. Dice que la pasó genial con un gran grupo humano, con el Zurdo Roizner en Batería, Adalberto Zebazco en Bajo eléctrico, que pasaron a ser casi mejores amigos con papá. Ellos tocaban con el Gato Barbieri en esa época, unos músicos increíbles. La pasó muy bien. Hay un disco, Olimpia 77, en vivo en el Olimpia de Paris, que es impresionante. Hay varios videos de esta agrupación tocando en Europa, porque en esa época se grababa mucha música en vivo en canales de televisión sin público. Y hay muy lindos registros.

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Esa herencia es imposible perderla, ¿no?

Yo creo que esos son los genes que uno hereda. El gen es la vivencia. Si vos tenés un tipo como Piazzolla en tu familia, que se levantaba a las 6 de la mañana a componer y que apostaba todo el tiempo por la música nueva, eso es lo que yo recibo de herencia y creo, de genética. Eso se me mete en el cuerpo y entonces yo actúo en consecuencia.

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Si tuvieras que elegir una canción o un disco de Astor, ¿con cuál te quedarías?

Perdón que te diga dos pero son discos muy lindos. Con el Olimpia 77, con el octeto electrónico que a mí me marcó muy fuerte, y con Camorra, con el quinteto que también me marcó muy fuerte.

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¿Con qué amigotes de Astor compartiste?

Con los amigos de mi abuelo, y con los pocos que quedan lamentablemente, tuve una relación increíble. Casi como si fueran mis abuelos también. El zurdo Roizner, Víctor Oliveros, Natalio Gorin, Miguel Selinger, Horacio Malvicino. Con Fernando Suárez Paz tuve la suerte de irme de gira. Todos me quieren mucho y los quiero mucho.

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El Zurdo Roizner es un personaje interesante dentro de ese universo de amigos, ¿qué te contó de su relación y de tocar con Astor?

El Zurdo es uno de los más grandes bateristas del país y de la historia de la música argentina. El otro día estaba escuchando un disco de Vinicius de Moraes y Toquinho, disco de música brasilera de primer nivel, y él estaba en Batería. Es un músico increíble que tocó con todo el mundo. Y lo que te puedo contar es que cuando el Zurdo empezó a tocar en el Octeto Electrónico, mi abuelo les dijo a él y a Adalberto Cevasco, “necesito que ustedes dos inventen el ritmo del tango moderno”. Viste que vos ponés en un órgano jazz y te aparece el ritmo, ponés rumba y te aparece el ritmo. Les pidió el nacimiento del pattern, el 3-3-2, para poder escribirlo. Y surgió ese pattern en los 70’, en una época muy funkera. Mi abuelo era fanático de la serie Shaft, que arrancaba con un Hi hat -dos platillos del mismo tamaño de la batería- en semicorchea. Y en las partituras que yo tengo de mi abuelo de batería, dice arriba SHAFT. Como que el ritmo lo toques pero con ese Hi hat así, y de ahí, un poco, surge este ritmo.

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¡Qué gran anécdota y qué gran batero El Zurdo! Aún sigue activo.

Como curador de la Experiencia Piazzolla en el Konex, tuve la idea de que El Zurdo Roizner y Luis Ceravolo, toquen con la Bomba del Tiempo. Tocaron los dos juntos. Duelos de baterías con toda la fuerza de la Bomba.

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¿Qué les dirías a los músicos y músicas para que se adentren en Piazzolla?

En primer lugar, escuchar mucho su música. Hay muchos músicos que leen las partituras pero no escuchan los discos. Y creo que primero, hay que escuchar bien los discos. Un montón. Y después, leer las partituras. Y seguramente si escucharon bien los discos en las partituras encuentren errores que siempre los hay. Con mi abuelo es muy común eso, porque lo que toca él y sus músicos en vivo es único. El músico popular por lo general frasea bastante, mueve las cosas de lugar, para darle un sentido a eso que está tocando. Es muy bueno escuchar mucho y comparar con las partituras para ver qué decisión tomás, para saber a dónde vas.

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Llegamos a la Cátedra Libre en IUPA, ¿qué esperás?

Esto fue una idea de Leonardo Álvarez, que lo conozco desde los 18 años. Es un tipo increíble. Yo le he dado clases y al muy poco tiempo estaba tocando en el circuito profesional, acá en Buenos Aires. Por ejemplo, tocó María de Buenos Aires (obra emblemática de mi abuelo) con Horacio Ferrer en el Teatro Cervantes, quien sabe mucho de Piazzolla porque lo toca en todas las orquestas del mundo. Y tal vez lo que faltaba era que se enseñe un poco quién era y cómo se interpreta su música. Lo que me toca a mí, que es la parte de Batería, me entusiasma mucho porque casi no hay bateristas de tango. Y el tango es uno de los estilos populares más importantes de Argentina y es lo que después te abre las puertas del mundo. Yo tengo la esperanza de que a fin de año, con esta Cátedra, haya cuarenta o cincuenta bateristas de tango moderno. Porque Piazzolla no es sólo un genio y un compositor, es un inspirador. Su historia es casi como la de un super héroe. Los bateros están mal vistos en el tango, porque es como un tipo que te va arruinar el grupo por su volumen, que va a tapar todo. Mi idea es que eso deje de suceder.

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¿Cómo se vivía el jazz en tu familia entre vos, tu viejo, tu abuelo? ¿Por qué no te llevaron al tango?

Tanto mi papá como mi abuelo escuchaban Jazz o Música Clásica, no escuchaban tango. Mi abuelo a los 18 años ya tocaba en la Orquesta de Troilo, así que yo cálculo que ahí habrá escuchado Tango y se sabía los discos de memoria. Por lo menos cuando yo estaba en su casa, era mucho Jazz, las Big Band, había de esas obras de Broadway, Cats. Y en el Jazz me metí solo. Mi profesor fue clave porque empecé a estudiar con él y me pasó el Four & More de Miles Davis y Time Out de Dave Brubeck. A partir de ahí, me di cuenta de que había otra cosa, que realmente era infinito, que se puede improvisar. Todo eso me volvió loco.

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¿Qué tal el nuevo disco de Escalandrum?

Salió en 2021, para el centenario de mi abuelo. Es un disco todo dedicado a Astor. La mitad la grabamos en Abbey Road, la otra mitad acá tocando la Suite Troileana, que está buenísima y es muy poco tocada lamentablemente.

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Hablaste recién de Troilo y tu abuelo. Me gustaría que nos cuentes acerca de su relación.

Eran grandes amigos, todas las peleas que había eran actuadas, a propósito, por joder nomás. De hecho cuando falleció Troilo, su mujer lo llamó a mi abuelo y le regaló el bandoneón de Pichuco. La verdad, tenían una relación increíble, donde Troilo depositó toda su confianza en mi abuelo, y al poco tiempo, era el arreglador de la Orquesta.

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Con Pipi, sobre Astor y milanesas

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La idea de la residencia se basa en la lectura y comprensión del texto “WalkScapes, el andar como práctica estética” de Francesco Careri, en donde el autor plantea, en un marco de revisionismo histórico del arte, que el andar es en sí un arte que contiene en su seno tanto al menhir como a la arquitectura, el paisaje o la escultura. Y es sólo andar la acción que permite reintegrarlas a todas ellas de manera unitaria.

“En la actualidad podríamos construir una historia del andar como forma de intervención urbana, que contiene los actos simbólicos de aquel acto creativo primario: el errar en tanto que arquitectura del paisaje, entendiendo por paisaje el acto de transformación simbólica, y no sólo física, del espacio antrópico”, afirma Careri. 

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Careri estudia y resignifica el concepto nómade dentro del arte. El andar, el caminar, es ya por sí una intervención sobre el medio, sobre la naturaleza, el paisaje. Los caminos, las calles, las rutas adquieren también importancia simbólica por la transformación del andar.

Es en esa búsqueda que Gustavo Lesgart les plantea e invita a sus estudiantes ha reconocer un lugar, atravesar un espacio, dibujar un punto, trazar una línea, inventar una forma, captar sensaciones, percibir un sonido, guiarse por olores, tocar cuerpos, perseguir personas, construir relaciones […] seguir el instinto, dejar huella, en esta Residencia al sur del País. Más precisamente en Lago Escondido, Río Negro.  

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Pero seguir el instinto, ¿qué significa para nuestros cuerpos estructurados racionalmente? Caminar buscando una respuesta. El instinto es corporal, no reconoce de operación de pensamiento sino más bien de operaciones instantáneas de los músculos, de reacciones. El cuerpo y el instinto son nuestra conexión animal con la naturaleza.

Caminar es una búsqueda personal y grupal de cuerpxs diferentes y heterogéneos que intentan construir su propia historia. Cuerpxs que se mueven y se encuentran, desencuentran, que se rozan y se rechazan, que se unen y dialogan. 

“Uno se mueve con lo que entiende, uno se mueve con lo que siente, uno se mueve con su propia sensibilidad y yo ahí no puedo decir nada… pero lo que pasa entre ustedes lo tienen que conversar entre ustedes. Propongo que sacrifiquen, lo que yo les dije que tenían que hacer en pos de lo que ustedes hacen, que al revés” dice Gustavo Lesgart a les estudiantes soltando la rienda para que esos cuerpxs fluyan en un diálogo sincero y grupal.

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No es extraño tampoco que la residencia se haga en las montañas, frente a un lago, alejado del ajetreo de las ciudades, del ruido de las instituciones. En realidad es parte de esa construcción, el conectarse con un aire más limpio, con otras energías que entran por los pies y recorren la columna hasta el pelo. Zambullirse en las aguas, admirar la montaña en silencio también invoca un diálogo con el cuerpo mismo y todo es parte de la experiencia y de la construcción de esa historia a contar.

“Trabajo con las experiencias que ellos tienen, con lo que hay y es cierto que yo los expongo a una situación que tiene que ver con la danza, como ese cuerpo funciona individualmente y como funciona con otros, en conjunto. Convergemos todos acá porque tenemos ese interés de estar en ese espacio investigando algo que nos convoca”, sostiene Lesgart.

La danza contemporánea abre el juego a otras disciplinas del arte porque no impone un tipo de cuerpx, reniega de las estructuras clásicas e invita a reencontrarse con el movimiento desde otro lugar, dejando las certezas de lado y haciéndose más preguntas que dando respuestas. La búsqueda como camino, caminar buscando, o mejor dicho, moverse preguntándose. 

Desde el punto de vista académico, Caminar convoca a preguntarse, a buscar, es que “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. La experiencia de una residencia es disímil a la rutina universitaria, el trabajo, la investigación y la convivencia grupal generan lazos profundos que exceden el fin pero que le suman una inagotable fuente de inspiración y de diálogo constructivo. La residencia artística cómo práctica académica permite una emancipación del contexto institucional y libera los modos de creación al conjunto no sólo humano sino también en relación con el espacio, la naturaleza como contexto dialógico y el silencio que nos permite viajar en reflexiones.

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Dejar Huella

“Estar con estos chicos acá también es parte de un proceso de este año, porque los que están aquí, son chicos que participaron de las clases que di durante el año en IUPA, era una condición para poder acceder a esta instancia final […] Fueron días muy intensos” confiesa el director.

Dejar huella simbólica implica no sólo mostrar el producto resultante del trabajo, sino también procesar individual y grupalmente lo aprendido y aprehendido, las sensaciones y emociones que genera la convivencia de un trabajo investigativo, experimental y creativo.

Dejar huella también en el tránsito por la tierra que pisamos y que ella haga lo mismo en nosotres, con sus sonidos, con sus silencios, con sus energías.

Por eso Lesgart sostiene que le parece importante lo que viene ahora, que es llevar esto a la instancia escénica. Que todo esto, ahora se muestra. Termina un ciclo y empieza otro.

La obra Caminar, una práctica escénica debutó en escena el domingo 3 de noviembre de 2019 en Casa de la Cultura, General Roca, Río Negro. Montada por les quince participantes de seminarios y residencia, estudiantes de Artes del Movimiento y Teatro del Instituto Universitario Patagónico de las Artes, bajo la dirección de Gustavo Lesgart.

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Las sonrisas, los aplausos, el encuentro emocional de quienes desde arriba del escenario entablan una relación con les espectadores quizás resume el porqué del andar, del nómade, del caminar: encontrarnos para contarnos algo, una anécdota, un paisaje o los secretos que nos cuenta el viento, aquí en la Patagonia.

Mirá el documental:

Caminar: Crónicas de una experiencia

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