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No recuerdo exactamente si me lo comentaron, lo leí, lo escuché o simplemente apreté el botón de “play” como tantas otras veces sucede que le damos vía libre a las cosas porque hubo algo que nos interpeló, y no sabemos bien qué. Vi por primera vez Las mil y una en el 35° Festival de Cine de Mar del Plata, en el 2020. Desde que soy chiquita viajo al mar casi todos los veranos y a principios de ese año, había enviado un mensaje de whatsapp que decía: “este año vamos a viajar al Festival de Mardel”.
Pandemia, virtualidad, un plan fallido, mi habitación, mi notebook, alguna cosa para picar y tomar por unas dos horas, y yo.
Las Mil Viviendas es un barrio periférico de la provincia de Corrientes; “Las mil es un personaje más de la película”, comenta su directora Clarisa Navas, en una de las entrevistas que le hicieron; ella nació y se crió entre aquellos monoblocks, sus terrazas -en donde se le daba paso a cierta clandestinidad- y sus pasillos. Las mil y una es su segundo largometraje; relata la historia de Iris, de sus dos primos, de Renata, de un grupo de amigxs, de vecinxs, de un barrio, de la juventud, de lxs cuerpxs y los deseos, de la salud, de las disidencias, de la vulnerabilidad, de la resistencia, de los vínculos y la opresión.
En cuanto le damos vía libre a esta obra, tras unos minutos, lo confirmamos: Las mil es uno más del elenco. Durante toda la película nos envuelven sus sonidos, sus espacios, sus formas, sus luces y sus sombras; de repente somos un vecino o una vecina más del barrio, e Iris nos va mostrando un recorrido -el suyo-, pero hay algo que te dice que aquella historia no es del todo única y particular.
Clarisa larga una media sonrisa en la presentación que hizo para el Festival de Cine de Mardel al decir “…que puedan ver un cine que muchas veces no llega”, refiriéndose a la virtualidad como una posibilidad de despejar fronteras. Lejos de un discurso cercano a la meritocracia, aporta que “desde la imposibilidad pueden surgir cosas increíbles”; en Corrientes (como en muchos otros lugares) es sabido que hacer cine no es siquiera una opción, menos que menos algo viable.
¿Cuántas historias no nos llegan? ¿Cuántas y cuáles son las fronteras que debemos transgredir? ¿Qué pasa con estos imposibles que nos representan un obstáculo pero que, ante el instinto de sobrevivencia, se re-convierten?
A veces pienso cosas que me parecen extraordinariamente brillantes y entonces las digo en voz alta; hace poco fue una de esas veces. Es que no se repiten muy seguido, lamentablemente. Y caminando por la calle afirmé: “si te sentís tan segurx y confiadx de lo que estás haciendo o de lo que querés hacer, me preocuparía”. Si quien me está leyendo pensó que iba a decir algo completamente revelador, acaba de decepcionarse; pero no voy a pedir perdón por eso, perdón.
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Marcaría un momento exacto de mi vida en el que no estuve segura de prácticamente nada: cuando estaba terminando la primaria. Lo puedo visualizar perfectamente, y eso es un gran logro teniendo en cuenta que tengo una memoria bastante similar a la de Dory en Buscando a Nemo. Desde ese entonces, mis cuestionamientos empezaron a florecer por todos lados, diversos, sin respuestas claras; no lo estoy contando como algo negativo, creo que es todo lo contrario.
Pasaron casi diez años y hoy, gracias a aquel pensamiento extraordinario que afirmé caminando por la calle, estoy tranquila porque no estoy segura de prácticamente nada.
Aquel día, en mi habitación, con la notebook sobre las piernas y masticando algún “snack” que arrebaté de la alacena, hubo algo (o mejor dicho, todo) de Las mil y una que me hizo empatizar apenas empecé a asimilarlo.
Por supuesto que hay millones de razones por las que no dejamos de ver una película, pero la curiosidad, la vulnerabilidad y la ingenuidad de Iris me transportaron a lugares que conozco, a preguntas que me hice y momentos que habité; el vínculo tan tenso y eléctrico que genera con Renata me resuena; la resistencia, la opresión, el cariño y el cuidado los vi, los veo, y los siento, al igual, y de esto sí estoy segura, que muchxs otrxs.
Es un cine que muchas veces no llega, sí, es tan cierto como doloroso y principalmente injusto, pero cuando llega, como a mí me llegó aquella tarde, es un gol de media cancha (no sé nada de fútbol, cabe aclarar). A veces, cuando logro de alguna manera consciente o inconscientemente, salirme del papel de la que todo lo planifica y la que todo lo controla, estas cosas suceden, ¡y qué bueno que está!
Quiero cerrar esta recomendación con una pregunta que hizo Clarisa en una de las entrevistas que dio para la película:
“¿Qué le queda a alguien cuando su modo de existencia es puesto en discusión?”
Y ojalá nunca dejemos de cuestionarnos absolutamente todo.
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