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Había leído varias de sus publicaciones donde reflexiona sobre algunas prácticas que están en auge relacionadas a lo espiritual. Voy a confesar que sus textos me incomodaron, pero todo lo que incomoda es bueno revisarlo y tratar de comprender qué sucede y qué hacemos con eso. 

Como advertía Lacan, los psicólogos deben estar a la altura de la subjetividad de la época y Julián, lejos de convertirse en tu coach, hace una crítica polémica a la religiosidad/espiritualidad new age. Aquí vamos.

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En varias de tus publicaciones mencionás el concepto de hipsoterismo, ¿a qué te referís con ese término? 

Cuando hablo sobre hipsoterismo me refiero a un neologismo entre hipster (personas cool con cierta ilustración) y esoterismo, es decir, a personas que buscan o encuentran en la astrología, en el horóscopo y en demás formas del ocultismo ligadas al destino, un espacio de exploración, un dispositivo para conocerse a sí. Esta mezcla la pensé para ceñir formas de lo que clásicamente podrían pensarse como creencias o prácticas esotéricas, que incluyen aspectos ligados a la espiritualidad en sentido amplio pero alejadas de los cánones religiosos clásicos, y aparentemente contrahegemónicas. Es decir, la apelación a creencias astrológicas mixturadas con elementos new age (las energías, vidas pasadas), recubiertas o redobladas con determinados discursos de moda, políticamente correctos; o incluso legitimados por sofistiquerías provenientes de la retórica neurocerebral, que no es otra cosa que una versión posmo laica de uno de los costados del dualismo cartesiano: el alma. Personas cool que practican y creen de ese modo, al tiempo de sostener, sin conflicto ni contradicción, posiciones culturales, teóricas, ideológicas y estéticas totalmente posmodernas.

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¿Pensás que el éxito de estos nuevos enfoques o prácticas vinculadas a la espiritualidad new age tiene que ver con la ruptura del tejido social? 

Algo de eso hay. En estos últimos años se hicieron estudios interesantes en relación a las creencias de la sociedad argentina, donde se observa que ciertas formas de la espiritualidad más new age o de creencias no reductibles a las concepciones religiosas clásicas, tipo la judeocristiana y otras, tiene como correlato que el lazo social no sea el centro de la escena. De todas maneras y evitando generalizar, me atrevo a pensar que lo central en esto que llamo hipsoterismo no es la relación con los otros o el lazo social, sino que es reemplazado por otros modos de subjetivación de corte más neoindividualista. De hecho, vengo pensando estas cuestiones en términos de un neoindividualismo astral. 

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¿Cuándo creés que pueden afectar este tipo de creencias a la salud mental de una persona? 

A este planteo habría que hacerle algunas rectificaciones. La salud mental, como yo la pienso, no es meramente el estado de salud de alguien, o su reducción en términos de tratamientos en salud mental; o salud mental como mero reverso de enfermedad mental. La línea de trabajo que vengo desarrollando, apoyada en la experiencia más o menos singular de mi práctica clínica, interroga, por un lado, cómo personas que están en el marco de un tratamiento psicoanalítico copractican búsquedas neoespirituales; y por otro lado, aquí el punto más problemático y donde hay más necesidad de pensar o problematizar, cómo de un tiempo a esta parte las prácticas o practicantes de ciertas formas de la astrología u otras, no sólo ofrecen o publicitan sus servicios, conocimientos y demás cual si fuesen cuestiones meramente espirituales, metafísicas, religiosas, sino que se valen de determinadas retóricas o herramientas que las hacen pasar como si fuesen prácticas psi o en salud mental. Así, se ofrecen modos de tratamiento, incluso espacios de escucha en donde no queda claro si se trata de un espacio espiritual o si se trata justamente de un espacio de pseudoescucha, es decir, dispositivos con pretensión clínico.

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¿Es como si hubiese un intento de apropiación de un campo específico del psicoanálisis por parte de estas nuevas prácticas? 

Sí, sobre todo por la influencia y el lugar que tienen en la cultura de nuestro país las prácticas psicológicas, el psicoanálisis, etc. Es como si hubiera una apropiación de ese baluarte simbólico, que termina en la oferta de espacios que parecen psicoterapéuticos, donde incluso sus practicantes se anuncian como, por ejemplo, terapeutas astrales, teniendo incluso algunxs título de psicólogx. Por esta razón, mi preocupación es cómo esta mixtura no termina sólo degradando las prácticas psicoterapéuticas, y a los espacios de escucha de salud mental en general, sino cómo también se degrada la espiritualidad a causa de todo reducirla a la individualidad. Es decir, dominios que debieran ser pensados como inconmensurables (la razón y el espíritu, lo psicológico y la metafísica, el acontecimiento y el destino), aún cuando tengan puntos de roce, son condensados en espacios terapéutico-espirituales generando, a mi juicio, consecuencias muy inconvenientes para situar la relación entre la salud mental/espiritualidad y la comunidad.

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¿Qué ocurre con el consumo desenfrenado en torno a lo espiritual? 

Aquí resulta pertinente juntar esos dos términos: consumo y espiritualismo. Hablar de “consumo espiritual” es un problema, una paradoja, y debemos preguntarnos por qué algo como lo espiritual tiende a ser reducido o aplanado por la lógica del consumo. Además de las consecuencias en la propia espiritualidad, también nos permite pesquisar que en definitiva hay una concepción de sujeto que es hegemónica y que encuentra en el consumo una pieza central. Un ropaje o enmascaramiento que se vale de una pátina espiritual pero que de espiritualidad tiene poco o nada: algo así como una criptoespiritualidad.

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Tenemos mucho para reflexionar sobre el concepto de individuo y la espiritualidad new age, ¿cómo cerramos esta entrevista?

El concepto de individuo es un obstáculo epistemológico para cualquier práctica en salud mental. Justamente, cuando pensamos en términos de singularidad, esto es, ello más propio de mí que se entrama a discursos y procesos más allá de sí, es en realidad el individualismo el primer obstáculo para esa concepción de sujeto, para dicha forma de pensar(nos); o para problematizar un proceso terapéutico, una cura por la palabra, o incluso también para quien es religioso y tiene una afinidad con alguna práctica espiritual. Digámoslo: si interesa ceñir y habitar la espiritualidad, debemos acordar que no hay nada menos individualista que el alma.

Lo interesante es pensar cómo determinadas formas de subjetivación hegemónicas de corte individualista se valen de lo que se puede pensar como algo de “moda”, para enmascarar algo viejo con una pátina supuestamente novedosa interesada por algo más que lo material, cuando en definitiva es una paradoja, una espiritualidad demasiado materialista. 

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Julián Ferreyra

Vive y practica el psicoanálisis en Villa Crespo. Es Licenciado y Doctorando en psicología. También es docente en Salud Pública/Mental II (Psicología, UBA). Dirige el MultiEspacio Hacer-Clínica, y años atrás trabajó en distintas instancias de implementación de la Ley Nacional de Salud Mental. Compiló Neurocientismo o salud mental (2019) y es autor de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (2020). Fanático de Elvis, Star Wars y del peronismo.

No vamos a ir al infierno astral

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Tomás Pérez Vizzón
Periodista especializado en cultura digital y Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Tiene una Diplomatura en Gestión de Medios Digitales (Universidad Austral). Es director de Anfibia Podcast, conduce Todo es fake, Muy en una y Enredadera. Editor y responsable de la estrategia e innovación digital de Revista Anfibia. Dicta talleres y charlas sobre narrativas digitales en distintas universidades y organizaciones.

Encontrarme con Tomás me ayuda a construir un camino para encontrar todo lo bueno que pasa ahí, en la nube, porque también pasan cosas muy buenas a pesar de las FAKE!

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En un mundo que se vuelve cada vez más audiovisual, ¿por qué creés que los podcast vienen creciendo tanto?

Creo que son fenómenos diferentes. Por un lado, hay un cierto agotamiento de los contenidos audiovisuales: estamos llegando a una saturación, por así decirlo, donde hay mil plataformas, mil tipos de contenidos y una pandemia que ha fomentado y ha escalado esto a niveles impensados. Entonces, me parece que en este sentido hay mucha saturación, y detrás de toda esa sensación, la gente empieza a buscar nuevas actividades. El podcast, en ese contexto, no requiere tanta atención como lo audiovisual y te permite escuchar mientras hacés otra cosa, como caminar, lavar los platos, cocinar, limpiar, trasladarte de un lugar a otro. Por otro lado, creo que los podcast vienen creciendo también porque van apareciendo nuevas propuestas y la gente se va entusiasmado y va conociendo el formato también. 

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Respecto a la situación pandémica, ¿qué ves que está pasando con las escuchas en función al nuevo uso del tiempo?

Creo que la pandemia promovió justamente el crecimiento del consumo del contenido audiovisual. No lo hizo tanto para el podcast, porque los momentos de mayor consumo eran los de traslado. Ahora tenemos menos momentos de estar moviéndonos de un lado a otro, o momentos de espera. Esas son cosas que fueron modificándose por la pandemia, entonces creo que el podcast todavía tiene que encontrar su lugar, encontrar que la gente diga “este es el momento para escuchar un podcast”. El podcast es algo muy cercano, mucho más íntimo, mucho más propio en los contenidos. Uno puede encontrar específicamente lo que le gusta en un podcast: “si soy fanático de la remolacha voy a encontrar un podcast que hable solo de recetas de remolacha”, eso hace que genere un vínculo distinto con quien lo hace. 

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Anfibia es siempre tendencia y son podcast que se destacan. ¿Cómo o por qué creés que lo logran?

 Me parece que apenas salimos, empezamos a darle mucha manija al podcast, cuando en los medios no se les daba tanta bola, entonces eso hizo ponernos en un primer escalón. Le dimos mucha intensidad e importancia y hemos ido diversificando formatos. Si te das cuenta, en los demás medios prima el formato más radial, y nosotros hemos ido en búsqueda de otras cosas.

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Es clave la reinvención… 

Sí, este año especialmente va a ser interesante en ese sentido. Venimos trabajando en documentales grandes que van a salir a partir de julio. Estamos muy entusiasmados con eso porque es algo totalmente diferente a lo que uno piensa que hace un medio. Me parece que ahí está lo diferencial, lo que hace que se destaquen nuestros podcast. 

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¿Hacia dónde creés que van los podcast?

No me gusta hacer futurología. Es muy difícil, porque las plataformas van cambiando permanentemente. Pero, creo que hay una apuesta interesante que hace Spotify, que es hacia la idea que ellos le llaman “rutas diarias”, o la idea de cruzar podcast con música, que en otras palabras es la radio pero la radio en una plataforma. 

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Que los podcast estén en el día a día. 

Me parece que va hacia ahí, a incorporar al podcast dentro de la rutina diaria, los podcast diarios o daily podcast. Esa idea de instalar al podcast como una forma de entretenimiento: cuando uno está aburrido y tiene ganas de hacer algo puede ver una serie, leer un libro, ver una película, escuchar la radio o escuchar un podcast. La diferencia del podcast con todo lo demás es que el resto son actividades que no te permiten hacer otras cosas a la misma vez, el podcast sí. Entonces, hay que ver ahí cómo se juega y qué pasa cuando aparezcan verdaderos contenidos que se metan en la agenda y que surja el podcast del que todo el mundo hable. 

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Se observa una vuelta a muchas cosas, ¿creés que puede haber una vuelta a la escucha de radio en vivo?

Esta idea, sumada a plataformas como Clubhouse, que son plataformas de audio social, corresponde a esta idea de que todos charlemos, cruzada con contenidos. Ahora, Spotify está pensando en sacar una plataforma con estas características también. Está todo muy verde, se está preparando la escena pero pareciera que desde “Silicon Valley” están insistiendo en que la cosa ahora va por el audio. Pero está todo por hacerse, y no se sabe para dónde va a ir, o por lo menos yo no sé para dónde va a disparar. 

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¿Cuáles creés que son las nuevas formas de expresión y consumos del arte en la nueva normalidad?

Lo mío son el audio y las redes. Respecto del arte, hay cosas interesantes vinculadas a las ficciones sonoras, cosas experimentales. Aparentemente ahora se viene una etapa del audio, una nueva era del audio. Hay que ver qué pasa con eso, cómo se adaptan las nuevas maneras de producir contenido a eso. Después, en cuanto a otros formatos, no podría decir mucho porque se escapa de mis conocimientos. Pero, el arte está en todos lados y se va experimentando en el gamming, en la realidad virtual, en redes sociales, en lo que ahora se llama criptoarte. Sin duda, el arte va encontrando su lugar en todas las narrativas. 

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¿Qué expresiones artísticas te llamaron más la atención en este tiempo? 

Ahora, estoy loco con los jueguitos. Estoy jugando uno de Playstation que se llama GRIS. Es español y es una obra de arte. Es un juego bastante sencillo a nivel jugabilidad: es una chica que tiene que ir encontrando cosas; es simple, pero la puesta en escena, los escenarios son obras de arte. 

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Escribís sobre cultura digital, y este tema está muy relacionado a los avances tecnológicos y los nuevos paradigmas de comunicación, ¿alguna vez creíste que ibas a terminar grabando en un ropero? Y, ¿qué vuelta creés que está dando la tecnología que hace que hoy termines ahí? 

La idea de la improvisación y de la creatividad a la hora de generar contenidos estuvo siempre y es la vuelta que encontramos, y me parece que en lo digital lo interesante es que con herramientas muy básicas uno puede llegar a audiencias muy grandes. Hay mucho de producción casera creativa y un ejemplo de esto es Tik Tok, que es tecnología, más creatividad, más producción casera. Ahí, te podés encontrar gente haciendo pasos coreográficos con las mayores tecnologías en un country o en barrios completamente humildes con un celular de calidad media para abajo. Eso, es creatividad más allá de todo. Todos estamos adaptados a la tecnología y estamos creando con ella. Creo que meterse en un ropero es una vueltita que igual tiene mil años. La radio ya lo hacía en los ´60, pero es una vueltita a los inconvenientes que te va poniendo la vida, o los obstáculos como en este caso la pandemia o alguna otra situación. Lo que te permite la tecnología es eso, te comprás un teléfono barato y ya tenés una cámara y estás transmitiendo en vivo para todo el mundo, eso es una potencialidad impresionante. Y si lo sabés usar, vas a tener muy buenos resultados, o resultados que jamás hubieras tenido en otro momento.

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Top 5 de podcast por Tomás Pérez Vizzón

  • Fútbol a muerte – Producción mexicana sobre historias de deporte que tienen crímenes y demás. Está muy bien contado. Hablan con los protagonistas, víctimas y demás. A mí, me encantó.
  • El verdadero robo del siglo – Documental sobre el famoso robo al Banco Río.
  • Fugas, el plan perfecto no existe – Es de Anfibia y en la línea del podcast que recomendé anteriormente. 

Caso 63 – Ficción chilena muy buena, sobre un mundo futurista; y además, es una ficción, lo que la vuelve interesante.

De eso no se habla – Podcast español sobre los silencios que está increíble.

Las opiniones y comentarios desarrollados en esta publicación responden a la subjetividad de los autores que participan.

Es el momento para escuchar un podcast

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Federico Falco.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación, realizó un Master en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. Su última novela, Los llanos, resultó finalista de la 38va. edición del Premio Herralde de Novela. Algunos de sus libros destacados son Cielos de Córdoba, 222 patitos, La hora de los monos, entre otros.

Hola, Fede ¿cómo viene tu día? 

Bien, muy bien, se suspendieron unas actividades que tenía programadas así que pude ir a hacer unas compras a la feria de productores, ¿y vos? ¿cómo estás?

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Bien, muy bien.

Por mi cabeza pasaban mil imágenes: todas las que me había provocado al leer su libro: el invierno desolador, las manos en la tierra, la soledad, los libros, las pérdidas, muchas más, pero para manejar ese código visual solamente levanté el libro Los llanos para que él lo vea a través de la pantalla y no hizo falta explicar más. A veces una imagen vale más que mil palabras. 

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¿Empezamos? 

Sí, dale…

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¿Qué película viste y pensaste “cómo no escribí ese libro”

En general todas las cosas que veo que me gustan mucho, que me interesan o me generan curiosidad, me dan ganas de escribir. Me suele pasar ver algo y decir “¡uy, qué interesante lo que hace con este personaje, quiero escribir un personaje así”. O por lo menos usarlo como incentivo, como disparador, porque, por otro lado, sé que cuando lo llevás al papel y lo empezás a trabajar, también empezás a sumar cosas de gente que conocés, o de personajes de otros libros, o de algo que escuchás. Es parte del proceso de escritura, en esto de digerir, mezclar, procesar, se genera algo nuevo que tiene que ver con lo que le pasa a uno.

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Fotografía de Federico Falco

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Todo eso explica tu notoria influencia de la fotografía y las artes visuales en el desarrollo de tu obra literaria. 

Para mí es muy difícil de calibrar cuánto me influencian las artes visuales porque parte de mi formación tiene que ver con el arte audiovisual. Mi forma de percibir el mundo pasa por imágenes. De hecho, yo creo que instintivamente soy alguien mucho más visual, hay cosas que entiendo de manera mucho más rápida por imágenes, de manera instintiva y después poner esas imágenes en palabras me lleva un cierto esfuerzo, un cierto grado de desafío. 

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¿Tuviste que ver con la elección de la foto de la portada de Los llanos?

Sí, los editores me preguntaron si tenía alguna sugerencia. Fue todo muy rápido, el mismo día que me avisaron que Los llanos era ganadora del premio Herralde de Novela, se comunicaron y, entre otras cosas, me consultaron sobre la portada, y me vino esa imagen a mi cabeza.

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Fotografía de Federico Falco / Portada de Los llanos

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¿Por qué esa imagen y no otra? ¿Qué representa la pelopincho en la llanura en ese imaginario literario?

Esa imagen tuvo mucho que ver a la hora de escribir la novela. Cuando me perdía en la escritura, volvía a esa imagen como referencia, y ahí el tono y el ritmo volvían “¿a ver? es por acá… ¡es esto!”. ¿Viste cuando los músicos buscan afinar el instrumento con determinadas notas musicales?, para mi ese afinar era esta imagen. Después, se la propuse a los editores, gustó, quedó, y se materializó.

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Es que tu libro es muy fotográfico, hacés descripciones muy finas de algunas secuencias. Se me viene a la cabeza el cierre de un capítulo “telas de araña en la araucaria llenas de gotas de rocío”. Todo el libro es muy visual.

Es que en parte esta novela también surge de plantearme ese desafío, de estas fotos. La imagen es más rápida que mi cerebro, hay algo del impacto visual que funciona a una velocidad mucho más rápida. 

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Fotografía de Federico Falco

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Pero había que transformar todo eso en palabras… 

Un poco el desafío era ver cómo ralentizar esa percepción de las imágenes. Todo el tiempo me preguntaba cómo lo pongo en palabras, cómo comunico lo que estoy percibiendo tan rápido. Cuando uno logra poner esas imágenes en palabras lo vuelve comunicable y comunitario. Las cosas que quedan por fuera de las palabras son cosas que percibimos pero se quedan en un lugar demasiado íntimo, tan íntimo que a veces no llegamos a valorarlas del todo. 

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Eso ocurre con las artes visuales.

Las artes visuales, en parte, tienen que ver con un golpe de vista, con un impacto de primer momento. En una micronésima de segundo, ves un cuadro, una escultura, una pintura y te llama la atención, es algo corporal que te atraviesa, es un instante. Después te detenés en eso, te acercás, te alejás, lo ves por sectores, pero el primer golpe es muy rápido. En cambio, con una obra literaria nada de eso sucede. No está esa inmediatez, es todo más lento, secuencial. Escribo una palabra, después otra, la imagen se empieza a armar como mínimo después de un párrafo, y la imagen total, si uno pudiera comparar, se arma recién al final. 

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Fotografía de Federico Falco

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Como si fuera otro tiempo.

Es otro ritmo diferente y otra forma de posicionarse respecto de la obra. Estas diferencias me interesan porque son terreno fecundo para la escritura. Tratar de poner estas impresiones visuales en esta novela, por ejemplo la naturaleza, tratar de secuenciarlas, y ponerle palabras fue parte del impulso inicial para sentarme a escribir. 

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Siguiendo con Los llanos, ¿Qué hay de ese paisaje que te ayudó a contar esta historia? ¿Cómo se vincula con esta forma de escribir llana, clara, profunda, con esa analogía “de un espacio donde podía leerme”?

Habría dos formas de responder esta pregunta. Por un lado esta novela no surgió de un plan demasiado claro. Surgió de un tratar de relacionarme con la escritura de otra manera y a su vez, con una obsesión con un paisaje. Hay algo de esa forma de escritura que surgió de una manera bastante intuitiva, no hay demasiado preconcepto de trazo, intención, fue como un tratar de escribir una cierta quietud, por momentos un cierto estancamiento, un determinado paisaje, que es el paisaje de la llanura. Después, en algún momento, la empecé a pensar como una novela, como un texto más largo. Ahí sí apareció algo más intencional. Tuvo que ver con una situación de montaje, de hacer coincidir todos esos textos y editarlos, de montarlos, ver qué pasaba cuando se superponían unos con otros, ver la continuidad. Ahí apareció la idea más fuerte, por un lado de este personaje en una situación de cierta planicie o estancamiento y por otro, de tratar de evitar las disrupciones en ese montaje del texto. Que fuera fluido, que no hubiera interrupciones, imaginándome como una línea sin demasiados picos. Una idea del paso del tiempo donde no pasa nada. 

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El llano… 

Las novelas generalmente se piensan desde la tensión, de atrapar al lector desde los conflictos. Yo pensaba cómo generar un marco narrativo pero que no tuviera picos de tensión y que copiara lo más posible la línea del horizonte, lo más plano posible, como la llanura, desde el lenguaje, desde la estructura.

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Fotografía de Federico Falco

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¡Y lo lograste!

Gracias, (risas), ¡muchas gracias! 

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El escritor habla de un duelo y para terminar de cerrar esa historia decide en soledad ir al llano, y comienza a planificar una huerta, donde ese nacimiento de su cultivo es incontrolable. Ese morir y renacer también, que tiene que ver en parte, con su experiencia de ese duelo. ¿Cómo influye descubrir ese vínculo con el territorio, en tu proceso de escritura? ¿Cambió tu relación con la escritura a partir de Los llanos?

Es algo que empezó antes, que tiene que ver con esto del control, sobre todo cuando estaba escribiendo mi libro anterior Un cementerio perfecto. Sentí que había algo en mí, en mi propia relación con la escritura, que había dejado de funcionar o que no estaba funcionando tan bien como antes. Había algo de esas ganas y ese deseo que había empezado a ser un poco más turbio. Hice una mini crisis, y me dí cuenta que tenía que encontrar otra manera de escribir. Escribir cuentos implica ciertos elementos de equilibrio o armonía en la estructura, que te obligan a que la escritura sea muy controlada. Entonces hubo un momento de cambiar la estrategia de escritura y decidí escribir de otro modo. Quería poner en palabras mis sensaciones visuales, táctiles, olfativas, tomar nota, ir bocetando cosas para calentar la mano, cosas que tal vez no iba a usar. 

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Fotografía de Federico Falco

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¿Ahí surge el mundo vegetal como parte de ese descontrol/control, vinculado a ese duelo? 

Hay un diálogo con el mundo vegetal, diferentes aproximaciones al mundo vegetal, diferentes situaciones de competencia entre otras especies, diferentes formas de convivir con ese mundo, otra formas de convivir con el paisaje y con el hábitat. Y la idea del duelo estaba en mí por una serie de pérdidas recientes. Me parecía interesante la idea del duelo como lo imposible de controlar, donde va y viene eso de estar ansioso, donde no hay conflicto; el conflicto ya sucedió y está fuera del marco de la obra. Lo que estamos viendo son reverberaciones un poco impredecibles. Nunca sabés qué va a traer de nuevo la zona del duelo, y a veces no hay disparadores, es una zona fantasmática. Yo me preguntaba, ¿cómo se escribe esto?, incluso tal vez, ¿cómo se controla esto? 

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El libro presenta varias citas de otros escritores, en esa soledad aparecen los libros como compañía, no sólo surge el escritor, sino también el lector, ¿cómo dialoga el escritor con el lector (personaje)?  

Las citas aparecieron bastante tarde en el proceso de armado de la novela y tuvo que ver con la sensación de que yo como autor estaba obligando a ese personaje a enfrentar una soledad con la que yo no hubiera podido lidiar, una soledad demasiado extrema y agobiante. Incluso cuando leía el texto y lo releía pensaba “¡esta soledad es demasiado extrema! no se puede” y, pensando en eso como un problema a resolver en el texto, me llevó a pensar cómo lidio yo con mi propia soledad. Para mí la lectura es fundamental, es una gran compañía y entretenimiento. Es una forma de evadirme de mi propio run run mental, y una forma de dialogar con otros, un diálogo diferido en el tiempo, un diálogo que no tiene posibilidad de ida y vuelta, pero es una forma de dialogar y encontrarse con otra voz. Quizás con alguien que vivió hace doscientos años y a 2.000 km de distancia. En este sentido, para mí la lectura es una parte fundamental de mi cotidianidad, como un diálogo, una compañía. 

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Un gran desafío construir ese personaje…

El desafío con este personaje era cómo sostenerlo en esa soledad y también a nivel narrativo. Cuando no hay diálogo con otros es más difícil, cuando aparece otro personaje es más fácil porque el personaje “habla”, pasan cosas, dicen cosas, hay intenciones. Pero cuando no hay otros personajes ¿qué pasa?, y entonces, ahí surge la idea de que él mudara su biblioteca al campo y que de alguna manera esos libros estuvieran disponibles para leer y releer y que algunos fueran formas de sacarlo de su propio enredo mental, que lo llevaran a pensar temas nuevos, una inquietud nueva, a ver otras maneras del mundo. La lectura en la soledad aparece como un diálogo con el otro. 

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¿Un escritor tiene que ser un buen lector? 

No sé qué es un buen lector, cada lector se apropia del texto como quiere, como puede, a través del tamiz de la propia historia, de su propio recorrido. Sí creo que si uno tiene intenciones de escribir de alguna manera tiene que resignar una especie de inocencia a la hora de leer, la inocencia que tiene un lector que no tiene intenciones de escribir. 

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¿Cómo pensás entonces esa relación lector/escritor? 

A mí me gusta pensarlo con los magos y los trucos de magia. Podés ir a ver al mago y fascinarte y disfrutarlo y te quedás con esa ilusión e irte con eso. En cambio, si querés ser mago vas a estar atento, tu mirada va a estar pendiente de ver cómo lo hizo. Estás resignando una parte del disfrute, más inocente, pero estás encontrando otra fuente de placer que son los mecanismos ocultos. Si uno quiere escribir, tiene que aprender a leer con lápiz en mano, marcando, es como obligarse a releer. Sí creo que a la hora de escribir es importante, al menos para mí, leer aprendiendo o tomar la lectura como fuente de aprendizaje para la propia escritura. 

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¿A qué lector le hablabas cuando escribías Los llanos?

¡Qué pregunta! (risas) ¡¡es muy difícil!! No podía imaginarme un lector, de hecho, parte de lo más difícil de escribir esta novela fue todo el tiempo pensar a quién le podía interesar lo que estaba escribiendo o cómo escribir un duelo sin conflicto, cuestiones que a mí me interesaban, me entretenían y me generaban deseo de escritura, pero tenía mis serias dudas de que le pudieran interesar a alguien más.  Le daba el texto a mis amigos, personas en las cuales confío plenamente, y me hacían devoluciones del texto que yo no me terminaba de creer, porque no terminaba de ver un lector posible. Fue una gran sorpresa todo lo que ocurrió después y una gran alegría, pero en el momento de escribirla era algo muy difícil de ver.

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Imaginate que lloré mucho con tu libro…

Perdón. 

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Risas cómplices…

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Una imagen vale más que mil palabras

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¡Podés escuchar el audio relato acá!

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-¿Todavía escuchás a los Doors?

Leo la pregunta. La vuelvo a leer. Miro de quién viene, ingresa a mi teléfono su solicitud de seguimiento, acepto y comienzo a seguirlo también. Increíblemente apareció el que jamás pensé que iba a caer, pero sin embargo cayó. 

A mis catorce años, sí, así nomás, catorce años, vivía con mis padres, mis dos hermanos, muy pequeños por cierto, y mi abuela. Todas las tardes durante mucho tiempo, me visitaba un chico de diecinueve años, que aún no recuerdo bien dónde lo conocí, cómo sabía donde vivía ni por qué iba a mi casa. Charlábamos de todo, pero más que nada de música. Nunca lo hacía pasar, siempre nos quedábamos en el cantero de la vereda por horas. Él trabajaba y eso me llamaba la atención. Yo iba a primer año del secundario y veía muy lejos el mundo del trabajo. Él me gustaba, pero nunca me atreví a decirle, supongo por mi edad prematura. Él tampoco. Jamás me dijo nada al respecto. Un día desapareció por arte de magia y nunca más supe de él. Hasta esa noche. 

La realidad era que después de unos cuantos años no escuchaba más a los Doors, pero no quería pinchar la charla sin saber absolutamente nada de este ser. Me intrigaban detalles como si era padre, si estaba en pareja, si era gay, si era deportista, músico o lo que sea. Lo único que sabía era que vivíamos en la misma ciudad porque más de una vez, en la calle, había sentido su mirada en mi nuca.

-Sí, aún escucho los Doors. ¿Cómo te acordás de eso?
-Cada vez que los escucho me acuerdo de vos…
-Ahhh mira vos…qué bien!
-¿Fuiste a visitar la tumba de Jim Morrison como estaba en tus planes?
-Jajajajajaa, no fui, pero aunque no lo creas una amiga me trajo tierra de su tumba.
-¿Y dónde la tenés?
-¿Guardada? ¿A la tierra?


Cada vez entendía menos esta charla. Me había incorporado en la cama entre intrigada y divertida.

-Sisi, ¿dónde está?
-En una cajita, en mi cómoda… (Respondo ingenuamente)
-¿En San Martín 534?

Se me heló el corazón. Sentí un escalofrío. ¿Cómo este ser sabía exactamente dónde vivía?, automáticamente pensé si había puesto llave a la puerta. 

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-¿Cómo sabes dónde vivo?
– Porque esa casa fue la casa de mi abuela. Yo también viví allí durante mi infancia y, además somos vecinos, vivo a 4 cuadras, siempre te veo en la vereda.

Stop. Mi cabeza pensó cincuenta cosas a la vez…

  1. ¿Su abuela habrá muerto acá adentro?, ¿en este mismo cuarto donde estoy acostada ahora? Son dos dormitorios, no había muchas chances.
  2. Debe pasar por mi cuadra y me debe ver hecha un desastre barriendo la vereda.
  3. Claro, a 4 cuadras, en este pueblo todos los seres humanos estamos separados de a 4 cuadras, 4×4. 

-¡Qué casualidad! – me atrevo a responder, ahora que había vuelto mi respiración a la normalidad. 
-Siempre me quedé con ganas de darte un beso
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Leo. Vuelvo a leer. Ahora sí que estaba descolocada por completo. 

-Wooowww, qué confesión! – respondí haciéndome la canchera.
-¿Te parece?
-Sí, muy valiente de tu parte. – Sí, me gustó.
-Ahora mismo también te daría un beso…
-Ahora no se puede – respondo haciéndome más la canchera, total la situación inusual que vivíamos podía salvarme de cualquier episodio.
-Tengo permiso para circular. ¿Dónde estás? ¿En la casa de mi abuela? ¿Puedo ir a darte un beso?

Este chico de amor retardado, un viejo amor que no llegó a viejo pero tampoco llegó a ser amor, estaba ahí, frente a mí, muchos años después, haciéndome una propuesta tentadora. Rápidamente sentí que se le había fugado el deseo por algún lado.

Volví a concentrarme. Ya no podía hacerme más la canchera porque claramente iba en bancarrota. Dude de decirle que lo esperaba, que sí, que no, ¿quién era? Un desconocido al fin y al cabo, no podía decirle que sí, aunque reconozco que tuve ganas. 

-No estoy en mi casa, estoy en lo de mis viejos, 
-Ahhh, bueno voy a buscarte…
-Nono, ya no viven en el centro, viven lejos.
-No importa, voy,… ¿te busco? ¿Querés?
-No puedo en este momento salir,  pero si te parece organizamos una cita…
-¿De verdad? ¿Te gustaría?
-¿Por qué no? Me intriga…
-Tu boca

Con estos dos o tres mensajes encendió mi cama. Imaginé que golpeaba la puerta y nos besábamos hasta llegar a mi cuarto, mientras iba perdiendo la ropa por el camino. Hasta sentí que sabía bien, rico, mi temperatura corporal se había elevado a mil, casi que pensé en destaparme. Esa noche estaba helando, apague el velador, ya no iba a poder continuar con mi lectura nocturna, ahora yo había puesto el deseo en un desconocido… pensé en atarme el pelo y desencadenar ese efecto domino que llevaría a esa guerra que mi imaginación ya había desatado. 

Y así pasaron unos meses y nos seguimos comunicando por mensajes, yo desplegaba mi diccionario completo y el zeñor trabajador (de ahora en más ZT), era un monosílabo total. Se notaba que había usado toda su habilidad la primera noche que nos comunicamos, mejor dicho que él se comunicó conmigo y ya no más.  

Lo mío era cuestión de “bla bla bla bla”… sus respuestas eran: SÍ, NO, NO SÉ, BIRRA ARTESANAL, ASADO, AMIGOS, JA. 

Al fin accedí a la cita, creo que más de aburrida que de otra cosa. Fue en la casa de su abuela, o sea mi casa. Espíritu tercera edad dando vueltas más campari en mano: combinación rara. 

Charlamos cuatro minutos y medio, tour mediante por la casa de su abuela, y pasamos a mejor plan. Jamás nunca nadie me había poseído de tal manera, con tantas ganas y efervescencia, Fue genial sentirse así de deseada. Y así fuimos transitando unos cuantos meses. ZT tocaba el timbre, abría la puerta y directo a echar pasión. Más que eso no se podía hacer con él. A veces ampliaba su vocablo (escrito u oral) y entonces era: SÍ, NO, NO SÉ, CERVEZA ARTESANAL, ALE, IPA, AMIGOS, ASADO, FÚTBOL, JA. 

ZT me aburrió, tuve un sexo increíble pero no todo en el vínculo es el sexo, y ya no podía tolerar abrir las fotos que me mandaba. Me hacía mal. 

Stop. Descripción fotos: 

  1. Vaso con la consigna “salud, acá con los muchachos”
  2. Imagen de cadáveres de envases de cerveza “Hola, por acá fútbol” 

No se le caía una sola idea. Mi tolerancia con el género opuesto a esta altura era muy pequeña, y con ZT era sostener mucho, por unas horas al mes para jugar a ser caníbales. 

Al poco tiempo dejamos de vernos. Creo que su abuela estuvo de acuerdo. 

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Un beso unos años después

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Escritora, docente -trabaja en una escuela del conurbano bonaerense-, madre de 7 niñes y transversal a todo esto, es militante feminista. Impactó con su primera novela Cometierra (Ed. Sigilo, 2019). El libro va por la sexta edición y está próximo a publicarse en casi una decena de países. Actualmente, escribe la segunda parte.

Traté de imaginar qué significa meterse un bocado de tierra a la boca. Tuve una especie de deja vú de cuando era niña y sentí alguna vez esos granitos amargos, húmedos y agrios. Mi cuerpo hizo carne con la protagonista y pude poner en mis ojos, a través de la lectura, todas mis emociones y al fin encontré los términos adecuados de lo que pasa por mi cuerpo al enterarme de otra víctima de femicidio: amargura, dolor, desgarro, ganas de vomitar. Desde ese momento en adelante, sentí que todas somos un poco Cometierra.

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-Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
-No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
-Aflojá de una vez, todos te esperan.
-Si no me escuchan, trago tierra.

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Con todas tus responsabilidades laborales, además de ser mamá de siete niñes y todo lo que ello implica, ¿cuál es tu cuarto propio? ¿En qué momento escribís?

No, no tengo cuarto propio (risas), no tengo cuarto con material, ni nada… directamente no tengo cuarto propio (más risas).

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¿Y qué momento encontrás para escribir?

Super temprano, muy cansador. Me tengo que levantar muy temprano y hasta que encuentro un huequito. De hecho, los sábados me levanto muy temprano, pero tampoco puedo porque mi hija estudia idiomas y la tengo que levantar super temprano… y se complica. Sin embargo, metí ya dos huequitos de la mañana para corregir un cuento en el que estoy trabajando. Pero es todo así… (más risas), voy  buscando el momento.

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¿Qué fue lo que te conmovió para que te nazcan esas ganas de escribir?

Para mí, escribir tiene que ver absolutamente conmigo, con quien soy yo, y con lo que me gusta hacer. Es como una conexión absolutamente profunda conmigo misma. De alguna forma, fue volver a mí indagando. Después de tantos años de postergación por la maternidad, ¿qué me gusta a mí?… No ya acompañando o incentivando a mis hijos o a los demás. Sino, ¿qué me gusta hacer a mí? ¿dónde me siento cómoda? ¿dónde siento que estoy profundizando conmigo misma? Y eso, sin lugar a dudas, es la escritura y la lectura.

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Siempre hay un libro que te avasalla, que lees y decís: “mañana me levanto y no soy la misma después de leer esto”. ¿Cuál sería esa obra en tu vida?

Hay varias… pienso en Zama de Di Benedetto, en Eisejuaz de Sara Gallardo, Glosa y Lo imborrable de Saer. Pienso en La luna y las fogatas de Pavese. Hay muchas que me han generado eso, una experiencia transformadora de lectura.

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¿Y algún libro que te haya dicho: “no, no me leas, dejame, andate”, que te haya expulsado?

(Risas cómplices). Muchísimos, pero voy a ser generosa y voy a pensar en alguno que no esté vivo (risas). Nunca pude terminar Proust En búsqueda del tiempo perdido, con una gran frustración, tengo los siete tomos y nunca pasé del segundo, me ahogo ahí. Creo que ya no lo estoy ni intentando. Yo soy de pensar que… bueno intento, vuelvo a intentar y si no puedo, lo dejo. Pero por otro lado sé que cuando son Clásicos es algo que yo me estoy perdiendo, tiendo a considerarme yo peor lectora, que decir este es un mal libro. Otra más (piensa)… El Ulises de Joyce, también (más risas).

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¿Están ahí juntando tierra?

Si, totalmente, me divierte igual. Hay que ser benévolos con nosotros mismos, y decir “bueno, quizás no es para mí ahora, en este momento”, y buscar uno que te vuele la cabeza.

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¿Creés que el canon literario mide con la vara más alta a las escritoras mujeres que a los escritores varones?

Ya el concepto de canon me parece que es bastante problemático. En cuanto a las escritoras, rara vez hemos tenido acceso a lo que se llama el canon. Me parece mucho más interesante ver cómo armamos algo alternativo, una suerte de corpus de escritoras. Nuestra capacidad de compartirnos lecturas y escrituras, de alguna forma nuestra herencia pasada, y a futuro también. Hoy es un período de ebullición absoluta de la literatura argentina escrita por mujeres, nada más que por el enorme valor estético de esas escrituras, la cantidad de voces, la potencia de los trabajos que hacen que se lean.

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Hablando de Cometierra, ¿cómo te imaginaste a esa niña o adolescente probando tierra de un cementerio?

Venía trabajando en textos cortos en relación a los femicidios, como Flores para Araceli; porque estuve escribiendo más de un año cuentos en un taller con Selva Almada y Julián López. Y en el marco de ese taller, fuimos evolucionando, cada uno llevando sus propuestas, sus embriones de escritura. Y en uno de esos encuentros, un compañero, Marcelo Carnero, que es poeta y narrador,  leyó un texto muy corto que terminaba con “tierra del cementerio”. En ese momento yo ví a una nena muy chica, probando tierra de un cementerio. Y llevarse esa tierra a la boca, fue muy shockeante. Y es exactamente la nena que narro al principio de Cometierra. Las piernas flacas, el pelo negro, largo, llovido; ella sentada sobre la tierra de un cementerio, que es una tierra muy particular, una tierra que está en relación con otros cuerpos. Y qué pasaba con eso de comer tierra, con el orden espiritual, o experiencial. Además el hecho de que esa persona muerta pasase a la tierra no solo los huesos, la sangre, el cuerpo, la carne; sino algo de la experiencia vivida. Y pensar  la nena como si al comer la tierra la incorporara y la pudiera ver. Y así empezó.

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Esa niña adivina, y divina también, esa angustia que siente cuando come tierra, esa descompostura, ese trago amargo, ese dolor… Cuando leí tu libro y me hice carne de ese personaje,  comprendí la sensación que tengo cuando me entero de otra víctima de femicidio, que es algo que me pasa únicamente en esa situación, es como ganas de vomitar. ¿De dónde nace ese desgarro tan realista para describir esa situación?

Trato de no mediatizar. Me hace pelota. Tengo pesadillas, me siento super mal. Sueño que le pasan cosas a mis hijas. El límite de la angustia me sobrepasa. Trato de ir de a poco. La última que me pasó fue con el caso Ludmila, la nena que asesinaron hace poco. Ese día me vi todos los noticieros, estudié el caso; y esa noche tuve pesadillas toda la noche. Después, tiene que ver con elaborar eso para poder escribir. Por eso está el personaje de la seño “Ana”, algo que te angustia y te preocupa, y no soltás, y te vuelve incluso en los sueños. 

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Y otra cosa que me generó Cometierra, ¿qué nos pasa como sociedad? En vez de confiar en los organismos estatales que nos deben “cuidar” como la justicia, la policía; las familias de las víctimas prefieren encontrar ese espacio de contención a través de una vidente, y no a través de estos mecanismos formales.

Creo que lo que pasa con eso es clave. Las familias sí van a la policía, sí van a los organismos del estado, y muchas veces no son escuchadas. Y sobre todo no se investiga, y no se resuelven esas desapariciones y muertes. Entonces la desesperación y la falta de respuestas estatales hacen que (en el libro) recurran a una vidente, que es conurbana, que está marginalizada, que incluso tiene esto de comer tierra que es muy particular. Sin embargo, ese ser querido tira tanto que no importa. Si ella va a dar la respuesta, hay que llegar ahí como sea, encontrarla como sea.

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¿Cuál es la anécdota que más te marcó después de publicar tu obra?

Muchísimas. La gente que desesperadamente me escribe pidiendo datos de la vidente. Incluso pensando hasta que yo tengo ese don. Y la historia que viene detrás de esa necesidad es terrible. Cometierra es una chica que resuelve con pocos elementos algo que el estado, con todos los medios y la obligación de hacerlo, no lo está resolviendo. Hay en nuestro país y en todo latinoamérica, un montón de cuerpos que faltan. Falta una hermana, una mamá, una hija. Historias que no se cierran, desgarros que no se cierran.

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¿A quién le dedicás Cometierra

A dos víctimas de femicidio de acá de la zona, cerca de la escuela donde trabajo, que son Melina Romero y Araceli Ramos, casos que tuvieron mucha repercusión en medios. El caso de Melina Romero fue terrible el tratamiento; los medios de comunicación titularon “Una vida sin rumbo”, “Fanática de los boliches”. Estamos hablando de una chica violentada por un grupo de hombres, violada y su cuerpo arrojado en una bolsa en un arroyo contaminado, de esa chica estamos hablando.

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¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy escribiendo una serie de cuentos. Uno de ellos se va a publicar en una edición que se llama Conurbe, en el que participamos muchos escritores. Es una antología del conurbano, van a estar Camila Sosa, Selva Almada, un montón de escritores que me gustan muchísimo. Y además estoy escribiendo Cometierra 2, que me lleva mis buenas horas de escritura, de corrección, de pensar.

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Soy una atrevida, pero si viene Cometierra 2, tengo que hacer esta pregunta. Cuando ella, Cometierra, se va en ese colectivo, ¿va en búsqueda de su identidad?

Ella, al menos quiere tener una vida en la que tenga un nombre. Y lo que ella intuye es una vida común. Ella se sabe un ser excepcional, y también cercado por la violencia. Ellos se terminan yendo cuando de alguna forma la violencia se les viene absolutamente encima, entonces necesitan irse para construir otra cosa. Pero bueno, ¿cuánto se puede negar ese don?

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Las opiniones y comentarios desarrollados en esta publicación responden a la subjetividad de los autores que participan.

Todas somos Cometierra

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