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Una mujer, una hija. Una imagen en blanco y negro. Un relato sobre los vínculos, un relato, muchas historias. Y la ausencia, tan presente en sus fotografías.

En el mundo de imágenes que nos ofrece Adriana Lestido encontramos relatos que nos conmueven y movilizan, queriendo volver a verlos una y otra vez. La ausencia del color o la abrumadora presencia del blanco y negro en su trabajo, le dan una identidad propia de la autora.

Adriana Lestido (Mataderos, 1955) es una de las fotógrafas de mayor trayectoria en nuestro país. Imágenes como  Madre e hija de Plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos tomada en 1982, se ha convertido en símbolo, trascendiendo en el tiempo. Adriana comienza como reportera gráfica en el diario La Voz y luego trabaja como reportera en DyN y en Página 12, siendo una de las primeras mujeres fotoperiodistas en Argentina. 

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Izq. De la serie Hospital Infanto Juvenil /// Dcha. De la serie Mujeres Presas

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Impecable es su técnica, impecable su mirada, pero Adriana, ante todo, imparte humanidad y empatía en sus retratos. “La niña estaba llorando en un momento y yo no pude levantar la cámara”, relata la autora. Tan inmensa su humanidad ante los hechos. Recibe un premio en 1984 por esa foto, la imagen fundante de su trabajo, ha afirmado ella en varias entrevistas. 

Adriana ingresó a estudiar Ingeniería en 1973, cuando la militancia política tenía gran efervescencia. Militando conoció a Guillermo Morally, Willy, con quien se casó en 1974. Al poco tiempo vino el golpe de estado del 76, Willy y mucha gente de su entorno fueron detenidas y desaparecidas por la dictadura militar. Un hecho que la marca para siempre.

Estudió Cine y fotografía en 1979 en la escuela de Cine de Avellaneda, descubriendo allí su vocación. Es la primera fotógrafa Argentina en ganar la Beca Guggenheim, la Beca Hasselblad y el premio Mother Jones.

Adriana se sumerge en los temas, se hace invisible con su cámara, es parte de sus ensayos. El grueso de su trabajo es sobre la mujer, la separación como dolor, como ausencia y como necesidad vital. La separación como parte del crecimiento.

Hospital infanto-juvenil es su primer trabajo en serie (1986-1988). En él va al hospital durante un año para realizar este ensayo, una vez por semana. En 1989 comienza a trabajar sobre la maternidad. Elige retratar a madres adolescentes en un Hogar en Flores. Chicas sin contención familiar, con las que pasa un año trabajando. Luego, su serie Mujeres presas (1991-1993), continúa en la línea de los retratos en blanco y negro, en un entorno de intimidad y confianza, donde muchas miran a cámara, la miran. Trabaja en el pabellón de madres en la cárcel de Los Hornos. Adriana es parte, se deja fotografiar, vuelve con las imágenes impresas realizando siempre una devolución a quienes retrata. Una vez por semana durante un año. Fotografía lo que necesita ver, conecta en este trabajo con su propia oscuridad, resultando vivencialmente muy fuerte, experimentando en carne propia lo que significa la perdida de la libertad.

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Autorretrato (1995)

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Durante la serie Madres e hijas (1995-1999) la fotógrafa sigue y acompaña durante tres años a cuatro pares de madres con sus hijas, elegidas por su interés en este vínculo y teniendo en cuenta las edades de las hijas. 

La primera manera de mostrar este ensayo fue a través del cine. En 2003 participó de las Jornadas de Fotografía Patagónica auspiciadas por Fundación Cultural Patagonia presentando Madres e hijas. Fue esa la primera vez que la escuchamos en vivo por esta parte del mundo.  

En 2012 la fotógrafa realiza un viaje a la Antártida. Tal vez como un inicio de esos viajes hacia la nada, donde lo vivencial es tan fuerte como lo fotográfico. 

Adriana estrenó un nuevo trabajo en 2023, su primer película como directora. Errante, la conquista del hogar, producido por Lita Stantic. Se trata de un documental para cuya realización viajó en soledad alrededor del Círculo Polar, entre enero de 2019 y mayo de 2020. Son planos fijos de paisajes nevados, animales, volcanes y auroras boreales. “Un viaje personal hacia un territorio lejano”.

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Adriana Lestido, inmensa, generosa, nos sigue regalando su mirada, auténtica y tan profunda. 

Podés ver toda su obra en adrianalestido.com.ar

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Esta reseña fue escrita por Verónica Roig @veronicaroig. Nació en Gral. Belgrano, pcia. de Bs. As. Se formó en fotografía (La Plata), viajó con su cámara analógica por Latinoamérica durante 1996; luego, estudió Cine y nuevos medios en INSA (hoy IUPA, Gral. Roca). Trabajó como editora fotográfica y reportera gráfica. Actualmente es docente en la Tecnicatura de Fotografía de Artes Audiovisuales en IUPA, de la materia Documentalismo y fotoperiodismo. Su obra fue parte del Festival de la luz, siendo seleccionada en numerosas muestras colectivas realizadas en distintos lugares del país.

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Foto de Portada: Madre e hija en Plaza de Mayo (1982) /// Foto de Cierre: De la serie Mujeres Presas

Una mirada necesaria

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Viviana Portnoy es artista visual egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Fotógrafa, docente, investigadora en IUPA y UNRN. Nace en Bs. As. y vive en Gral. Roca desde 1994. Gran parte de su obra carece de tiempo y presencia humana /// IG: @vivianaportnoy

La mirada queda detenida en los horizontes calmos en la serie Casi en el cielo.

El alma se estruja al ver cómo han muerto de pie los Árboles de sal.

Y desde esos espacios de silencio llegamos a otros espacios que nos muestran lo silenciado en la serie Espejismos.

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Cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en el silencio

Roland Barthes

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Viviana observa con esa calma necesaria en este mundo acelerado, se detiene y nos detiene a un momento meditativo, para ver y no sólo mirar, regalándonos un silencio que nos habla de ella, pero también que nos interpela en la vorágine cotidiana y nos sumerge de pronto en la contemplación.

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– En la serie Casi en el cielo, vemos grandes espacios, amplios horizontes que nos trasladan a un momento meditativo y de reflexión. ¿Estaba el silencio presente de manera consciente en el momento de realizar las imágenes?

– Creo que me aproximo al silencio en el momento de la toma, y luego se revela un mundo silencioso. Un silencio que nos atraviesa y nos envuelve. Tal vez sean fotos capaces de irradiar quietud y calma. Son espacios “vacíos” donde el tiempo se detiene. Muerte silenciosa del instante, cuando el ojo percibe algo que abre una grieta en el sonido y un espacio mínimo en el horizonte que es el límite casi imperceptibles con el cielo. En la espera meditativa caen velos que permiten contactarnos con nosotros mismos, estar receptivos, concentrarnos, encontrarnos.

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Serie Casi en el cielo / Fotografía digital / 60 x 80 cm / 2014

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– En Árboles de sal descubrimos la calma después de la inundación, la mirada es de quien llega una vez que la tormenta ha pasado. ¿Qué fue lo que te motivó a fotografiar ese lugar?

– Como dice Murakami…¨la tormenta no es algo que venga de lejos y no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso”. Llegué a Epecuén (en 2010) por azar, sin saber lo que iba a encontrar, fue una parada en el camino rumbo a Buenos Aires.  El lugar remite a una zona devastada, y silenciosa, tras la tormenta. Las ruinas son un vestigio de civilización, de cultura arrasada por la inundación, que transformó el paisaje. Un sitio más allá de lo real que continúa con sus árboles de sal remitiendo a lo ausente, lo quebrado, lo oxidado, pero no al olvido. Me centré en dar protagonismo al vestigio, la descomposición de los objetos por el agua. Los árboles como estatuas de sal, signos y metáforas de una migración obligada. Vuelven la vista hacia atrás añorando un pasado de esplendor. Mundo monocromo en mi mente luego de repensar las imágenes. Un lugar de autorreflexión, de meditación, de introspección, que me atrapó desde el primer instante, permitiéndome escuchar el murmullo de las cosas… sentir de pronto que todo es fugaz. Volví tres veces luego al lugar… algo me hace volver allí, y en cada paso el paisaje ha cambiado… el agua se retira, surgen nuevas formas, nuevos hallazgos… Dice la leyenda que Carhué enfermó raramente y Epecuén, desconsolada, en una noche de luna llena comenzó a correr lejos y cada vez más lejos de su tienda hasta que cayó al suelo y de tanto llorar por su amado, sus lágrimas se convirtieron en una inmensa laguna que la fue haciendo desaparecer en su interior.

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Serie Árboles de sal / Fotografía digital / 50 x 70 cm / 2010

*La laguna de Epecuén es conocida por su alta concentración salina, diez veces superior al porcentaje presente en el mar. Sus aguas se aprovechan para combatir depresión, afecciones reumáticas y de piel y agotamiento psicofísico. La ciudad de Carhuése encuentra a orillas de esta laguna.

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– Meditar es poder encontrar el espacio vacío entre dos pensamientos. ¿Encontrás como fotógrafa esa conexión con el aquí y ahora al momento del disparo?

– Es un instante, una fracción de segundo, donde se da un estado místico, de mente en blanco volviendo en silencio sobre nosotros mismos. Las fotografías contienen todo un mundo. A modo de espejo, de puerta en el espacio – tiempo. Como refiere Bresson, se establece un equilibrio entre el mundo interior y el exterior. Hay que pensar antes y después, jamás mientras se fotografía. La imagen es la proyección de la personalidad del fotógrafo. En un mundo colmado de ruido, el silencio irrumpe por un instante.

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– Hay otra relación con lo no dicho en la serie Espejismos, pienso que el silencio puede ser buscado, pero a veces también puede ser impuesto. Descubrimos en esas imágenes parte de nuestra historia que fue silenciada.

– Espejismos es una visión personal de lo acallado, lo indecible o no dicho. De posibles silencios donde poder encontrar significados no explícitos. Omisiones pensadas. Percibir y mirar lo ausente, lo omitido. Un silencio no acústico sino conceptual. El silencio impuesto. El silencio de los historiadores. En esta serie reflexiono acerca de la ausencia de imágenes en el relato histórico respecto a la Conquista del Desierto, que puede dar lugar a la reproducción de formas de violencia simbólica. La imagen como agente de creación de la memoria colectiva podría ser una herramienta para recuperar y transformar los procesos históricos de representación de nuestra cultura. El paisaje y la aparición o visibilización de lo silenciado surge en esta obra dando lugar también a una  intersección de temporalidades. Hacer aparecer una imagen tiene que ver con un discurso social y político y una acción transformadora.

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Serie Espejismos / Fotomontaje digital / 110 x 50 cm / 2015

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– ¿Qué se puede oír en una imagen?

– Click! La voz del silencio. Eterno presente. Cortes, fragmentos, emociones, recuerdos, paisajes, rostros, poesía… Las imágenes fotográficas son mensajes. Son un medio de expresión. Tienen para mí además un carácter mágico, nos posibilita múltiples encuentros y nos ayuda a repensar la existencia. Podemos vernos, podemos escucharnos. Dejemos que las imágenes hablen por sí mismas… Tanto la ausencia de sonido como la fotografía rememoran la muerte, lo que deja de existir. El silencio invita a escuchar la vida y el mundo. El silencio absoluto no existe. Nunca estamos callados por completo.

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El silencio no es tiempo perdido…

Gustavo Cerati

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Verónica Roig / @veronicaroig

Hice mis primeros pasos en fotografía viviendo en La Plata. Luego estudié Cine y Nuevos Medios en el INSA, en las primeras camadas… Trabajé como reportera gráfica y editora en el Diario Río Negro ocho años. Hace tres años soy docente en el IUPA, dentro del Departamento de Audiovisuales.

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* Tanto esta imagen como la de la portada son detalles de las obras de la Serie Casi en el cielo.

El silencio de una imagen

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