Ciclos, divergir en el repetir 

Por: Luciana Lorca Mayer

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– ¿Cómo se llama esa forma que no tiene ni principio ni fin, que te lleva como en un continuo y tiene un nombre rarísimo que jamás me voy a acordar?

– ¿Tiene forma de dona? un toroide?

– Sí, eso  

Separarse

Desgarrarse

Flagelarse

Invisibilisarse

Deprimirse

Descubrirse

Probarse

Reconectarse

Unirse

Volver a las bases

Expandirse

Romperse

Desconocerse

Comprometerse, con una, 

Encaminarse

“Roda du monde roda pianza roda muiño roda piaun, el tempo rodo en un instante las fodas de meu corazon”

Los ciclos corresponden a una serie de fases que, al traspasarse, vuelven a contarse de nuevo. Esa roda o dona, hoy viene a resolver una síntesis de un proceso que me interpela hace tiempo y me habita desde siempre.

Lo interesante de los ciclos vitales —los de mi vida, los de la tuya también— es que, por más que ciertas fases se repitan, algo cambia, algo siempre cambia. No es la misma rutina de ejercicios la de este martes que la del próximo, por más que la serie sea la misma. No es lo mismo el almuerzo de hoy que el de mañana, aunque coincidan en horario, lugar y alimento. No soy la misma que ayer, ni que hace una hora, ni que cuando empecé a escribir esta nota. En esa mutación de una y de todo, las fases de los ciclos, por más que pretendan igualarse, jamás lo harán.

Hay una magia en la repetición de las cosas y del hacer, donde prevalece la ilusión de orden y prefiguración, de control y autocontrol. La artista Martha Boto, pionera del arte cinético y cofundadora de Artistas No Figurativos de Argentina, realizó gran parte de su obra empleando materiales como plexiglás, acero y acrílico, junto a motores para generar móviles con juegos de reflexión de luz. El efecto hipnótico del movimiento constante se siente como la respiración: un continuo que no es siempre igual, que se proyecta y conecta con nuevas cosas.

En esta misma sintonía, la obra Infinity Mirror Room—Phalli’s Field de Yayoi Kusama, presentada por primera vez en 1965 en la muestra Floor Show de la galería Castellane (Nueva York), consta de pequeños puntos de luces LED equidistantes que flotan en la oscuridad e invitan al espectador a sumergirse en la obra. Al igual que las piezas de Boto, está inspirada en las experiencias alucinógenas de la época, y no parece casual, entonces, que la propuesta visual de la instalación se presente como caleidoscópica, con superficies reflectantes que trascienden las limitaciones físicas, dando una sensación de infinitud y dinámico reposo.

Entender los ciclos como formas trascendentales, de acontecer infinito y constante, de comprender su pulso como el latido de las cosas, nos lleva a una conciencia superior. La pieza de danza contemporánea Los recuerdos de Caronte, interpretada por Lara Arce y dirigida por Matías Valenzuela, representa el transcurrir de un alma, su pasaje por la vida y, fundamentalmente, el transcurrir de la muerte en su pasaje hacia la trascendencia. Este ciclo “álmico” se representa en la obra con referencias a la figura del toroide, que marca una circulación de energía entre dos polos, al igual que —según corrientes de la metafísica— circula y se configura energéticamente el aura de las personas.

Un ciclo que, en un contexto cualquiera, podría leerse como una rueda vital de resurgimiento y resiliencia, en otro muy distinto, sin remedio, puede entenderse como el inicio de un ciclo de destrucción y distopía. En Qué hay después del fuego, una serie de fotografías de Iván Deiana sobre lo que quedó del Cañadón de la Mosca —espacio natural ubicado entre Bariloche y El Bolsón— tras los incendios de 2023 y 2024, el artista nos acerca al horror de los incendios en los bosques nativos. En un intento de supervivencia, parece buscar esperanza luego de la destrucción, entre los “troncos lúgubres” y el “cementerio” que queda del bosque nativo. Capta el movimiento, lo que quedó, lo que quizá vendrá, lo que empieza a resurgir del apocalipsis. Sin embargo, la obra no deja de evidenciar la rueda de la decadencia ecológica.
Ver la obra de Iván Deiana

Los ciclos del horror también pueden ser personales. El sistema puede llevarnos inexorablemente a la repetición brutal, como una pala que cava constante y profundo. La obra Clown Torture de Bruce Nauman (1987) es una instalación de video en la que figuras de payasos quedan atrapadas en bucles de acciones repetitivas y angustiosas, en ciclos interminables, como metáfora del eterno retorno.

Y si hay ciclos que vale la pena representar, sin dudas, el ciclo económico nacional es uno de ellos. Los argentinos somos amigos de las crisis, o por lo menos conocidos cercanos. El cortometraje Un movimiento extraño, escrito y dirigido por Francisco Lezama y ganador de un Oso de Oro, es un cuadro de estas pinceladas. Como en un movimiento rototraslatorio, el avance en este ciclo nos da la idea de estar siempre pisando los mismos puntos, persistiendo en el declive. El audiovisual toca, de forma análoga a la trama principal de la historia, el valor del dólar, bajo el eje conceptual de “Una suba en picada”, metáfora del ciclo inflacionario en Argentina y en la vida de la protagonista.

Hay ciclos que se superponen, y a ruedas en picada, al final intempestivo, se puede sobreponer el invisible inicio. La abstracción Juventud N 6 perteneciente a la serie Las diez más grandes (1907) de Hilma af Klint me representa a partir de la conexión de formas circulares y orgánicas, la pulsión de vida, la concepción de formas, como parte del proceso, como continuidad vital de nuestra existencia. 

Hay ciclos que se superponen, y a ruedas en picada, con un final intempestivo, se puede sobreponer un inicio invisible. La abstracción Juventud. N6, perteneciente a la serie Las diez más grandes (1907) de Hilma af Klint, me representa a partir de la conexión de formas circulares y orgánicas, la pulsión de vida, la concepción de formas como parte del proceso, como continuidad vital de nuestra existencia.

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