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Absorto, abstemio, abstenerse, abstinencia, abstracción. Rewind.

La abstinencia es la acción de abstenerse (contenerse, privarse de algo); la renuncia voluntaria de complacer un deseo.

Así estaba yo. Pido disculpas por hablar de mí, pero en ese momento es necesario.

Abstinente. Hasta que tuve entre mis manos el libro de Federico Watkins, La verdad en los huesos. Su primer libro.

Hay trabajos literarios que abren puertas y hay otros que las clausuran. Hay autores que actúan como trapecistas que -con saltos precisos y/o preciosos- te llevan de un libro a otro, de un escritor al siguiente; y hay otros con los que sentís que la caída es libre y no hay red de contención.

Esta diferencia no descalifica a los segundos, sólo los describe. Y es una opinión absolutamente personal, claro está.

Ya llego a La verdad en los huesos, tengan paciencia, sólo necesito 128 palabras más.

Voy a poner un par de ejemplos de lo que quiero decir, con paridad de género y representación territorial.

Chuck Palahniuk (El Club de la Pelea, Asfixia) es un trampolín -a veces en llamas- a otras novelas; Michael Chabon (Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, El sindicato de policía yiddish) es el tortazo del payaso en la cara; está bien, pero tenés que recomponerte.

Selva Almada (Ladrilleros, No es un río) es una parra en la que guarecerse del sol e invitar a otros; María Moreno (Black out, Oración), un alpataco que admirás cómo se impone a un terreno inhóspito, pero cuyas espinas preferís distantes.

En Telegraph Avenue de Chabon se atascó mi entusiasmo por descubrir nuevas lecturas. No volví a leer ficción. Me abrumó.

Entonces llegó un libro de tapa negra con un cuchillo en su portada.

¿Podría Federico Watkins hacer que retomara la lectura? Haz tu trabajo, muchacho, es lo que esperamos de vos.

Yo me reconocí abstinente, ahora es tu turno. Tenés un libro, 10 cuentos, 111 páginas para sacarme de esa modorra. Pateá la biblioteca, sacudí los estantes, subí la térmica para que se reactive la sinapsis.

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Sábado

El sol de una mañana limpia de septiembre entra por la ventana. Endulzo el té y me aferro a mi tabla de salvación. Sin ninguna pretensión de originalidad, empiezo por el primer cuento: Alimento para perros. Decido que los voy a leer de dos en dos. Un par, una pausa. Así hasta el final.

En el primero de los cuentos de La verdad en los huesos ratificaremos que el horror puede esconderse en las almas más nobles. Hay algo de Tomás Downey en el movimiento de apertura. Encuentro un atisbo del segundo libro de TD (El lugar donde mueren los pájaros) en este texto. 

“Su masticación desesperada resuena en caja craneana como una bola de acero golpeando el hormigón”. Leo estas líneas y escucho ese mismo rebote en mi cabeza.

Es un buen comienzo, sobre todo si sos vegetariano.

El segundo de los cuentos, Explosión en el silencio, nos regala un perfecto ejemplo de lo que Watkins define como “esos suaves desvíos de violencia”. Una chacra bien puesta de una familia sólida y patriarcal es el terreno fértil para reconocer un trato, una forma de relacionarse que seguramente hemos visto tantas veces.

“El abuelo manejaba la sinceridad del jefe. Tenía la potestad de decir lo que se le ocurriese, desde mucho antes de ser abuelo, cuando sus hijos eran niños. Fundía sinceridad con verborragia y brutalidad: para él, humillar era un derecho tributario de la libertad de expresión”.

Un patrón. En sus dos acepciones, como mandamás, pero también como molde o modelo.

Y en el encuentro dominical, sostenido sólo por el esquema de poder familiar, un cuchillo, una violencia reprimida, una olla a presión, un grito y un silencio premonitorio.

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Todos los fuegos el fuego

Como un cartógrafo, Watkins traza las líneas de ese terreno salvaje que, todos los que alguna vez vivimos en pueblos, surcamos: el baldío, personaje central en Responsabilidad del fuego.

Mosca de Bar (Dos Minutos) tiene una intro en la que Enrique Symns dice que “el bar es la última oferta de la eternidad, la última oferta que queda de la libertad, del peligro a que pierdas tu novia, a que te enojes con tu amigo, a que aparezcan personas desconocidas”. A cierta edad, en otra época, el baldío operaba de una manera similar y Federico lo narra con destreza.

En Te encuentran no hay espacio para las amistades que arden en el cuento anterior, hay egoísmo, hay desprecio, hay un tipo que tiene todo y quiere más. “No hay nostalgia en Norber, no hay un esperanzador pensamiento en el mañana”. Y no será Dios, al que le pide que se lleve la carga, el que haga el trabajo. Un self made man se forja su destino, aún con sus imponderables.

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Caída libre

En La venganza de una niña no hay redenciones, todo es barranca abajo y como ese descenso es de trepidante buena parte de este relato surcado por la violencia.

La máquina de inmortalizar madres tiene como ejes la inminencia de la muerte, la tiranía del dolor, la mentira reparadora.

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7 y 8

Aviso de dolor nos invita a conocer a Jote, su fuerza bruta, su conducta de macho proveedor, como dice Beatriz “ese blindaje epidérmico que lo protegía de todo: del dolor y los sinsabores de la vida, del afuera”. Un blindaje que se puede resquebrajar.

En Lo que encierran tus ojos prima la perversión y sobrevive la esperanza, esa que insiste en nacer en las peores circunstancias.

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No hay finales felices

Si tenés hijos no leas El viaje y la ausencia; si tenés una hija, menos que menos. Me hubiera venido bien esa advertencia. Así que ya saben: NO lo lean; o sí, léanlo, sientan la misma angustia que Ana, sientan ese nudo en el estómago.

Federico Watkins cierra su primer libro con el cuento que le da nombre y lo hace, como escribe Edgardo Scott en el prólogo, con la indefensión, la violencia, la desigualdad, la desgracia “delimitando su espacio narrativo”.

Hay trabajos literarios que abren puertas y hay otros que las clausuran. La verdad en los huesos invita a seguir leyendo, a Watkins y a otros. No es poca cosa un libro que al cerrarse te impulsa a descubrir otros.

Mario Favole / @mariofavole / Periodista

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