Esto no es una obra de arte

Por: Florencia Di Toto - Lara Arce

La imagen nos invita a zambullirnos en ella.
Se detiene el mundo, me olvido de mí, de mi cuerpo, de mi voz
y me hundo en lo que veo.

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Ahora todo está en blanco y negro y los peinados engominados de los años 40 pueblan el lugar. A veces es el tema lo que me atrapa, a veces son los detalles. La pollera de la chica parece hecha de tela de cortina -no siempre tiene sentido lo que capta la atención-. Sus manos se posan tímidamente sobre las teclas dactilográficas que componen su curioso piano. Detrás de ella, un enorme reloj marca las 22:35 h. Congelada en el tiempo, parece estar a punto de comenzar a tocar. La sala está llena. Desde las butacas, los espectadores la miran; algunos con atención, otros extrañados. Me detengo en cada uno de sus gestos que van desde el orgullo o el entusiasmo, hasta la desconfianza y el desagrado.

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¿Qué vemos cuando miramos una obra de arte? Por lo general la imagen copa la mirada. Analizamos su tema, algunos detalles compositivos, el carácter de la línea o la paleta de colores. Recién un poco más tarde, tal vez miremos al costado para encontrarnos con el autor, el título, el año y las dimensiones. En contextos de exhibición, algunos quizás lean de pasada la fundamentación ploteada en la pared. Otros, ya de vuelta en sus casas, saquen entonces de sus bolsillos el folleto o investiguen algo sobre el artista; pero estos son los menos. Por lo general, a la mayoría la imagen nos captura y nos quedamos solamente con lo que sus detalles o formas  imprimieron en nosotros. Es como si empezara y terminara ahí. Pero ¿qué hay detrás de lo que vemos? 

Cuando nos paramos frente a una imagen, estamos también en presencia de su historia, su origen y recorrido. Hoy en día, vemos que los recorridos de las obras de arte pueden no ser lineales o unidireccionales, más aún cuando hablamos de arte contemporáneo donde muchos objetos y prácticas son resignificados dentro del mundo artístico y donde los límites de los campos son cada vez más difusos. Hoy podemos encontrar en las imágenes huellas que nos hablan de su historia y nos muestran al arte más que como un acto de creación, como un devenir, un proceso. 

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De la imagen al cuadro

A decir verdad, el arte no surge en, ni, para el museo. Aún bajo sus formas más convencionales, en algún momento una idea, un ejercicio o boceto se convierte en obra. Desde la sociología del arte, las autoras Heinlich y Shapiro desarrollan estas ideas bajo el concepto de artificación entendiéndolo como un proceso mediante el cual los actores sociales llegan a considerar un objeto o actividad como arte, allí donde antes no lo hacían. El proceso de artificación describe entonces este pasaje del mundo del no arte al arte. El mismo no está atado a una única operación, sino que implica una serie de operaciones tanto en el orden práctico como simbólico. 

Salgo de la imagen, dejando los peinados engominados y las miradas extrañas de lado.
Observo aquello que la acompaña desde afuera pero aún cerquita: Grete Stern/el sueño de fracaso/ Café concert/Técnica: fotomontaje/ Idilio n°7 07.12.1948. 
Acá hay algo

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Stern y sus Sueños

Grete Stern, artista alemana nacionalizada argentina, es uno de los exponentes más importantes de la fotografía moderna del S. XX y  fue una de las precursoras de la técnica del fotomontaje. Hoy en día su serie Sueños resulta sumamente reconocida en el mundo de las artes visuales. Sin embargo, los fotomontajes que componen esta serie no surgieron en un primer momento como un objeto artístico, sino que fueron concebidos como ilustraciones de la sección “el psicoanálisis le ayudará” de la Revista Idilio perteneciente a la editorial Abril difundida entre los años 1948 y 1951. La sección incluía la correspondencia con las lectoras acerca de sus sueños, una interpretación llevaba a cabo por los psicólogos Gino Germani y Enrique Butelman bajo el pseudónimo de Richard Rest, un glosario que introducía términos específicos de la teoría psicoanalítica y los fotomontajes de Grete Stern que aparecían siempre bajo títulos como “los sueños del vestido”, “el sueño de fracaso”, etc. Lejos entonces de ser una obra de arte, en su contexto original, los fotomontajes funcionaban como apoyatura del contenido textual de la revista. Sin embargo, para la década de los 80’s cuando estos fueron exhibidos en el Fotofest de Houston,  distintos investigadores coinciden en que los fotomontajes eran entonces considerados como obra autónoma en pleno derecho. ¿Qué sucedió en el medio y qué operaciones dieron como resultado el pasaje al mundo del arte de dichas imágenes?

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Del cuadro al título

En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que lo que hoy consideramos como serie Sueños, es sólo un fragmento del volumen total de los fotomontajes que creó Stern en colaboración con los psicólogos. En total, Stern realizó 140 fotomontajes para Idilio, pero al parecer, una vez cerrada la revista, la editorial los desechó. Stern compuso entonces la serie a partir de los 40 negativos y las 29 imágenes recortadas que había guardado en su archivo personal. Posteriormente, solo 7 de ellas fueron modificadas a nivel visual, por lo cual existen dos versiones de la misma imagen. Es importante señalar también, que antes del 82, los fotomontajes ya habían sido expuestos fuera de su ámbito original de publicación en 4 oportunidades, para las cuales la artista decide abandonar los títulos propuestos por los psicólogos y acompañar las imágenes de nuevas leyendas, muchas veces irónicas o alusivas, que revertían por completo el sentido o producían extrañamiento. Esta sutil operación, aunque ineficaz por sí sola, resulta fundamental a la hora de pensar el proceso de artificación de esta serie en particular. 

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Volvamos a Café Concert

Cuando la leemos acompañada de la leyenda “el sueño de fracaso”, vemos a una mujer angustiada dando un concierto de piano cuyas teclas son en realidad una máquina de escribir. Sus espectadores la observan, algunos extrañados, otros riendo o con desagrado. Podríamos suponer entonces que ella soñaba con ser concertista de piano y acabó siendo secretaria. De ahí su fracaso y angustia. La imagen nos termina dejando una sensación de frustración y además de esto, al tener como protagonista a una figura femenina, acaba ligando la mujer y la idea de fracaso. Por otro lado, al acompañarla del nuevo título, la angustia y el fracaso se desvanecen. En su lugar, lo que ahora aparece como preponderante es el carácter surrealista de la imagen y lo que vemos al fin y al cabo es una mujer dando un concierto atípico. El nuevo título Café concert, aunque reviste en sí mismo cierta neutralidad, cambia tanto la interpretación de la imagen que la aleja completamente de su publicación original.

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A las cosas por su nombre

No hay nada de aleatorio ni casual en la decisión de Stern de cambiar los títulos. Desde la teoría de la textualidad los títulos, en tanto paratextos, hacen mucho más que acompañar a la imagen. Estos vuelven presente al texto (en este caso la imagen) al mismo tiempo que funcionan como un umbral, una zona de transacción de sentido entre el espectador y su obra que puede invitar tanto a avanzar como a retroceder. 

En el arte hay obras que son inseparables de sus títulos. ¿Alguien imagina otro nombre que no sea “la fuente” para el migitorio de Duchamp? ¿Qué pasaría con la performance de Warhol y Minujín si no se llamara “pago de la deuda externa”? A diferencia de otros campos, en donde el título juega tal vez un papel secundario o cumple sólo una función identificatoria (como sucedía con los fotomontajes en el ámbito comunicacional de la revista) en el mundo el arte el título abre además una nueva esfera de significado que se propone muchas veces como un juego basado en los códigos comunes que comparten el creador con sus coetáneos.  De alguna manera, Stern esto lo sabía y decidió abrir ese juego con el público para darle autonomía y resignificar las piezas que había creado. Los nuevos títulos propuestos por la artista alejaron los fotomontajes de la revista y propusieron además otra mirada sobre el rol de la mujer y el mundo femenino. 

El análisis del pasaje al mundo del arte de esta serie pone al descubierto el peso de las operaciones concretas que no tienen necesariamente que ver con la imagen en sí misma y que hacen al proceso de artificación. Hay acciones mínimas que realizamos sobre las obras (cambiar su contexto, dirigirla hacia otras personas, cambiar los paratextos que las acompañan) que inciden directamente en los modos de recepción de estas. Ahora bien, este ejemplo en particular nos ayuda a reflexionar sobre este proceso en el campo visual, pero ¿qué sucede en otras áreas? Siguiendo esta lógica de razonamiento, los invitamos a preguntarse con nosotras: ¿cuándo un baile es danza? ¿cuándo una zapada con amigos es música? ¿cuándo un ejercicio de teatro se convierte en obra?. Y desde allí, entonces precisamos ir un poquito más allá: ¿qué operaciones concretas efectuamos sobre nuestros trabajos que transforman el modo en que estos son recepcionados? Identificarlas nos puede servir no tanto para hacer un relevamiento enciclopédico de cuándo hay arte y cuando no, sino para abrir un posible de juego y establecer un diálogo con quién está del otro lado.

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Lara Arce / @lara.arcm

De todo un poco; casi Prof. de danza contemporánea pero oficialmente Licenciada en Enseñanza Universitaria de las Artes y Prof. de Francés. Mi cuerpo es mi universo. Me gusta dibujar y cuando no hay comida me pongo de mal humor.

Florencia Di Toto / @florditoto

Lic. en Enseñanza Universitaria de las Artes y Prof. de Artes Visuales. Un poco diseñadora y un poco artista visual. Siempre tengo una anécdota para cada situación y en mis ratos libres me gusta jugar al fútbol.

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