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El próximo texto sobre Oruro y su carnaval forma parte de un libro-bitácora de un viaje a mediados de 1984, donde emprendí el regreso a mi país, Argentina, desde América del Norte y, como ya lo venía pensando desde hacía tiempo, lo hice por tierra para recorrer de palmo a palmo el continente grande y profundo.

Fue un viaje que se dio en un momento particular de mi vida. Lamento que lo hice en soledad, sin la compañía de amigos o familiares. Es por eso que mi deseo es compartirlo, aunque sea luego de tantos años.

Para el año 1984, América del Sur y Centroamérica estaban circunscriptas bajo gobiernos militares, guerrillas, fuerzas de autodefensa y otros gobiernos constitucionales. En todos los casos, había un escenario singular, complejo y variable según iba recorriendo.

Pasaron más de 40 años y si bien las fotografías y los relatos han sido conocidos por algunos allegados, diversos motivos me llevaron a recopilar esta crónica de un viaje que marcó mi vida. 

Cuento esta historia para que no se pierda en un compendio de fotos amarillentas o solo en negativos, para que quede plasmado un recorrido, los pueblos y, sobre todo, la gente que le da sentido profundo al camino por las Américas. 

Quiero contar lo que vi de aquellos protagonistas de la tierra. Tal vez el tiempo transcurrido sirva para comparar mis observaciones con la actualidad y, a partir de ese paralelismo, seguir la historia de estos pueblos. 

Creo que, para una buena parte de nuestra generación, el atractivo por América estuvo marcado por los signos políticos de aquella época, la mirada a los más débiles, y sobre todo, aquellos lugares caracterizados por el sincretismo y por ser bien distintos a la sociedad argentina. 

Hoy, compartiré la experiencia de mi paso por Oruro en Bolivia, que coincidió justo con el carnaval en la Diablada de Oruro. Las fotografías las tomé con mi cámara analógica Canon AE-1 program.

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Calles encendidas de color, acompasados huaynos. Un pueblo que abandona por una semana el rudo trabajo de la mina, para venerar a la Virgen de la Candelaria, para recordar a la Pachamama. El cristianismo de la conquista hispana y la tradición aimara de la “Madre Tierra”, del Dios de las profundidades, conjugados en el sentimiento cotidiano de sus hombres, que se exteriorizan anualmente en el Carnaval de Oruro. 

Precisamente en esa ciudad situada a 200 kilómetros al sur de La Paz, Bolivia-cercana a las costas del lago Poopó- se expresa con idéntica fe el viejo y el nuevo culto. El viejo, con la adoración de la Pachamama, que como lo explica Roberto Payró es la diosa de la fecundidad, la protectora de la generación, la que hace engendrar el feto y germinar la semilla en el surco, la que derrama la lluvia y aleja las heladas. Aquella, en fin, que a todo provee y de quien todo emana.

El nuevo culto, referido a la virgen de la Candelaria o Virgen Morena, tiene sus orígenes en un curioso hecho. Según la leyenda, un ladrón pobre que vivía en un paraje de la mina, fue mortalmente herido en una de sus correrías, siendo asistido por la Virgen, encarnada en una mujer del pueblo, quien lo llevó hasta su cueva. Después de unos días, cuando los mineros lo hallaron, sobre su cabecera pendía una imagen de la Candelaria. A partir de entonces, se celebra la fiesta de esta Virgen el sábado de Carnaval.

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Las festividades se desarrollan a lo largo de 25 cuadras, desembocando en la plaza cívica de Oruro, un amplio escenario al pie de los áridos cerros que enmarcan la ciudad. Arriba – a mitad del camino en la ladera-se levanta el santuario del Socavón, que cobija la efigie de la Virgen, en cuyo honor, durante el Carnaval, se realiza la fastuosa movilización de carácter religioso-pagano.   

El sendero que conduce hacia la gruta, es recorrido por millares de fieles e integrantes de las comparsas, con la íntima motivación de ofrecerle un nuevo año de desfile o quizás para sellar ante ella, la promesa de participar en el baile durante los tres años subsiguientes.

Más de 150 mil personas presenciaron entre el 20 y 27 de febrero el desfile de los cuarenta y tres conjuntos, que tiene su punto culminante el primer sábado, durante las 9 horas que dura el espectáculo.

A medida que transcurre la semana se reduce el número de comparsas, dejándose de lado los pesados mascarones.

Posteriormente, los conjuntos realizan demostraciones en diversos sitios de la ciudad.

Entre los grupos participantes, la “Diablada” es considerado el más tradicional del Carnaval boliviano. 

Representa a los mineros. La creencia popular sostiene que aquellos, por su trabajo en el interior de la tierra, han tomado contacto con “Huayna”, el dios de las profundidades, el señor del fuego. No obstante, los mineros sienten la necesidad de purificarse, de demostrar su fidelidad a la Virgen de la Candelaria, por eso participan del desfile, personificando al Diablo, pero conducidos por dos ángeles que los llevan hacia ella.

Si por sus sencillas vestimentas, los ángeles son bailarines ágiles, no sucede lo mismo con los demonios. Su atuendo se compone por una pechera y pollerón bordados, con incrustaciones de brillantes colores, rematada por una capa corta de tela liviana de escasos adornos. Cubren la cabeza con un mascaron de proporciones, que culmina en cuernos de animales, en forma vertical y recamados con burbujas y plumas coloreadas en la más diversa gama.

A la fastuosidad de la “Diablada”, le sigue la comparsa denominada “Morenada”, cuyo origen se enraíza con la época de la esclavitud, cuando arribaron a Bolivia los negros que trasladaron los españoles para el trabajo en las minas. Al frente del conjunto de morenos, desfila el “patrón” blandiendo un látigo. Los integrantes se desplazan lentamente, simulando llevar los pies encadenados, moviéndose con ritmos de reminiscencia africana o los propios de huayno indígena.  

Se destaca de esta comparsa sus pesadas vestimentas, de aproximadamente 30 kilos y grandes hombreras con incrustaciones y colgantes. Tienen un carácter de sátira de la vestimenta de las damas de la época de la colonización hispánica. Llevan los bailarines un mascarón adornado de burbujas plásticas, largas plumas sobresalientes hacia arriba y atrás. Envuelven sus cuerpos con largas capas hasta muy por debajo de la rodilla, recamadas de laboriosos bordados y contorneadas por cadenas de flecos de colores claros.  

Otro conjunto del carnaval de Oruro, es el de los “Incas”, cuyas vestimentas, si bien son vistosas, poseen menor variedad de colores que las anteriores. Presentan anualmente un cuadro de época y una sátira dialogada a la conquista española, que, según los observadores, no ha perdido autenticidad con el correr del tiempo, debido a la tradición oral propia de los hechos folklóricos. También participan del desfile una serie de agrupaciones que sería largo enumerar, pero que sin  dudas reflejan un fiel mosaicode las diversas actividades desarrolladas por esos pueblos, como la agricultura y los rodeos de llamas para la esquila.

El origen del carnaval en la historia del hombre, se presenta como una parodia completa del cortejo fúnebre, como el triunfo de la vida sobre Arlequin, el rey de los infiernos.

El carnaval de Oruro, dentro de esta definición, expresa a la muerte como la derrota de la civilización aimara en manos del conquistador, y a la vida en el agradecimiento a la Pachamama y a la Virgen, de brindarles bienaventuranzas a su pueblo.

Me impresionó por cierto que el día más largo del desfile, los bailarines estuvieron cerca de 8 horas danzando por las calles a 4000 msnm.

Uno que venía del llano debía moverse con cuidado. Había en aquel momento pocos turistas, y en todo momento pude entrar en medio del desfile para fotografíaR. Siempre el trato fue amigable. Nunca olvidaré la posibilidad de haber asistido a este evento y haber podido organizarlo para estar allí.

La Diablada de Oruro, es el carnaval de una Bolivia mágica, es el carnaval en el camino del Inca, en la ruta del Sol. Es la alegría de un pueblo triste.

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Juan Enrique Filloy @filloyjuanenrique