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Escritora, docente -trabaja en una escuela del conurbano bonaerense-, madre de 7 niñes y transversal a todo esto, es militante feminista. Impactó con su primera novela Cometierra (Ed. Sigilo, 2019). El libro va por la sexta edición y está próximo a publicarse en casi una decena de países. Actualmente, escribe la segunda parte.

Traté de imaginar qué significa meterse un bocado de tierra a la boca. Tuve una especie de deja vú de cuando era niña y sentí alguna vez esos granitos amargos, húmedos y agrios. Mi cuerpo hizo carne con la protagonista y pude poner en mis ojos, a través de la lectura, todas mis emociones y al fin encontré los términos adecuados de lo que pasa por mi cuerpo al enterarme de otra víctima de femicidio: amargura, dolor, desgarro, ganas de vomitar. Desde ese momento en adelante, sentí que todas somos un poco Cometierra.

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-Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
-No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
-Aflojá de una vez, todos te esperan.
-Si no me escuchan, trago tierra.

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Con todas tus responsabilidades laborales, además de ser mamá de siete niñes y todo lo que ello implica, ¿cuál es tu cuarto propio? ¿En qué momento escribís?

No, no tengo cuarto propio (risas), no tengo cuarto con material, ni nada… directamente no tengo cuarto propio (más risas).

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¿Y qué momento encontrás para escribir?

Super temprano, muy cansador. Me tengo que levantar muy temprano y hasta que encuentro un huequito. De hecho, los sábados me levanto muy temprano, pero tampoco puedo porque mi hija estudia idiomas y la tengo que levantar super temprano… y se complica. Sin embargo, metí ya dos huequitos de la mañana para corregir un cuento en el que estoy trabajando. Pero es todo así… (más risas), voy  buscando el momento.

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¿Qué fue lo que te conmovió para que te nazcan esas ganas de escribir?

Para mí, escribir tiene que ver absolutamente conmigo, con quien soy yo, y con lo que me gusta hacer. Es como una conexión absolutamente profunda conmigo misma. De alguna forma, fue volver a mí indagando. Después de tantos años de postergación por la maternidad, ¿qué me gusta a mí?… No ya acompañando o incentivando a mis hijos o a los demás. Sino, ¿qué me gusta hacer a mí? ¿dónde me siento cómoda? ¿dónde siento que estoy profundizando conmigo misma? Y eso, sin lugar a dudas, es la escritura y la lectura.

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Siempre hay un libro que te avasalla, que lees y decís: “mañana me levanto y no soy la misma después de leer esto”. ¿Cuál sería esa obra en tu vida?

Hay varias… pienso en Zama de Di Benedetto, en Eisejuaz de Sara Gallardo, Glosa y Lo imborrable de Saer. Pienso en La luna y las fogatas de Pavese. Hay muchas que me han generado eso, una experiencia transformadora de lectura.

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¿Y algún libro que te haya dicho: “no, no me leas, dejame, andate”, que te haya expulsado?

(Risas cómplices). Muchísimos, pero voy a ser generosa y voy a pensar en alguno que no esté vivo (risas). Nunca pude terminar Proust En búsqueda del tiempo perdido, con una gran frustración, tengo los siete tomos y nunca pasé del segundo, me ahogo ahí. Creo que ya no lo estoy ni intentando. Yo soy de pensar que… bueno intento, vuelvo a intentar y si no puedo, lo dejo. Pero por otro lado sé que cuando son Clásicos es algo que yo me estoy perdiendo, tiendo a considerarme yo peor lectora, que decir este es un mal libro. Otra más (piensa)… El Ulises de Joyce, también (más risas).

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¿Están ahí juntando tierra?

Si, totalmente, me divierte igual. Hay que ser benévolos con nosotros mismos, y decir “bueno, quizás no es para mí ahora, en este momento”, y buscar uno que te vuele la cabeza.

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¿Creés que el canon literario mide con la vara más alta a las escritoras mujeres que a los escritores varones?

Ya el concepto de canon me parece que es bastante problemático. En cuanto a las escritoras, rara vez hemos tenido acceso a lo que se llama el canon. Me parece mucho más interesante ver cómo armamos algo alternativo, una suerte de corpus de escritoras. Nuestra capacidad de compartirnos lecturas y escrituras, de alguna forma nuestra herencia pasada, y a futuro también. Hoy es un período de ebullición absoluta de la literatura argentina escrita por mujeres, nada más que por el enorme valor estético de esas escrituras, la cantidad de voces, la potencia de los trabajos que hacen que se lean.

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Hablando de Cometierra, ¿cómo te imaginaste a esa niña o adolescente probando tierra de un cementerio?

Venía trabajando en textos cortos en relación a los femicidios, como Flores para Araceli; porque estuve escribiendo más de un año cuentos en un taller con Selva Almada y Julián López. Y en el marco de ese taller, fuimos evolucionando, cada uno llevando sus propuestas, sus embriones de escritura. Y en uno de esos encuentros, un compañero, Marcelo Carnero, que es poeta y narrador,  leyó un texto muy corto que terminaba con “tierra del cementerio”. En ese momento yo ví a una nena muy chica, probando tierra de un cementerio. Y llevarse esa tierra a la boca, fue muy shockeante. Y es exactamente la nena que narro al principio de Cometierra. Las piernas flacas, el pelo negro, largo, llovido; ella sentada sobre la tierra de un cementerio, que es una tierra muy particular, una tierra que está en relación con otros cuerpos. Y qué pasaba con eso de comer tierra, con el orden espiritual, o experiencial. Además el hecho de que esa persona muerta pasase a la tierra no solo los huesos, la sangre, el cuerpo, la carne; sino algo de la experiencia vivida. Y pensar  la nena como si al comer la tierra la incorporara y la pudiera ver. Y así empezó.

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Esa niña adivina, y divina también, esa angustia que siente cuando come tierra, esa descompostura, ese trago amargo, ese dolor… Cuando leí tu libro y me hice carne de ese personaje,  comprendí la sensación que tengo cuando me entero de otra víctima de femicidio, que es algo que me pasa únicamente en esa situación, es como ganas de vomitar. ¿De dónde nace ese desgarro tan realista para describir esa situación?

Trato de no mediatizar. Me hace pelota. Tengo pesadillas, me siento super mal. Sueño que le pasan cosas a mis hijas. El límite de la angustia me sobrepasa. Trato de ir de a poco. La última que me pasó fue con el caso Ludmila, la nena que asesinaron hace poco. Ese día me vi todos los noticieros, estudié el caso; y esa noche tuve pesadillas toda la noche. Después, tiene que ver con elaborar eso para poder escribir. Por eso está el personaje de la seño “Ana”, algo que te angustia y te preocupa, y no soltás, y te vuelve incluso en los sueños. 

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Y otra cosa que me generó Cometierra, ¿qué nos pasa como sociedad? En vez de confiar en los organismos estatales que nos deben “cuidar” como la justicia, la policía; las familias de las víctimas prefieren encontrar ese espacio de contención a través de una vidente, y no a través de estos mecanismos formales.

Creo que lo que pasa con eso es clave. Las familias sí van a la policía, sí van a los organismos del estado, y muchas veces no son escuchadas. Y sobre todo no se investiga, y no se resuelven esas desapariciones y muertes. Entonces la desesperación y la falta de respuestas estatales hacen que (en el libro) recurran a una vidente, que es conurbana, que está marginalizada, que incluso tiene esto de comer tierra que es muy particular. Sin embargo, ese ser querido tira tanto que no importa. Si ella va a dar la respuesta, hay que llegar ahí como sea, encontrarla como sea.

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¿Cuál es la anécdota que más te marcó después de publicar tu obra?

Muchísimas. La gente que desesperadamente me escribe pidiendo datos de la vidente. Incluso pensando hasta que yo tengo ese don. Y la historia que viene detrás de esa necesidad es terrible. Cometierra es una chica que resuelve con pocos elementos algo que el estado, con todos los medios y la obligación de hacerlo, no lo está resolviendo. Hay en nuestro país y en todo latinoamérica, un montón de cuerpos que faltan. Falta una hermana, una mamá, una hija. Historias que no se cierran, desgarros que no se cierran.

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¿A quién le dedicás Cometierra

A dos víctimas de femicidio de acá de la zona, cerca de la escuela donde trabajo, que son Melina Romero y Araceli Ramos, casos que tuvieron mucha repercusión en medios. El caso de Melina Romero fue terrible el tratamiento; los medios de comunicación titularon “Una vida sin rumbo”, “Fanática de los boliches”. Estamos hablando de una chica violentada por un grupo de hombres, violada y su cuerpo arrojado en una bolsa en un arroyo contaminado, de esa chica estamos hablando.

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¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy escribiendo una serie de cuentos. Uno de ellos se va a publicar en una edición que se llama Conurbe, en el que participamos muchos escritores. Es una antología del conurbano, van a estar Camila Sosa, Selva Almada, un montón de escritores que me gustan muchísimo. Y además estoy escribiendo Cometierra 2, que me lleva mis buenas horas de escritura, de corrección, de pensar.

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Soy una atrevida, pero si viene Cometierra 2, tengo que hacer esta pregunta. Cuando ella, Cometierra, se va en ese colectivo, ¿va en búsqueda de su identidad?

Ella, al menos quiere tener una vida en la que tenga un nombre. Y lo que ella intuye es una vida común. Ella se sabe un ser excepcional, y también cercado por la violencia. Ellos se terminan yendo cuando de alguna forma la violencia se les viene absolutamente encima, entonces necesitan irse para construir otra cosa. Pero bueno, ¿cuánto se puede negar ese don?

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Las opiniones y comentarios desarrollados en esta publicación responden a la subjetividad de los autores que participan.

Todas somos Cometierra

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