Era una tarde de pandemia. Yo todavía no había visto El niño con el pijama de rayas y ese día, mientras comíamos algo con mi viejo, apareció el título en YouTube. La empezamos a ver. Como me imaginaba, no era esa película, pero sí trataba del Holocausto y el genocidio perpetrado por el régimen nazi. Había escenas durísimas, y justo en la parte en la que los soldados suben a los judíos a un camión para deportarlos a un campo de exterminio, a mi papá se le bajó la presión y tuvo que dejar de mirar. Le comenté a mi mamá que me extrañaba su reacción, y ella me dijo que quizás le había hecho recordar cuando, en la dictadura militar, se exiliaba a las personas. Me contó que en el barrio donde vivían y se conocieron, se llevaron a varios vecinos chilenos, subiéndolos a un camión para expulsarlos del país. Era angustiante escuchar, en los días siguientes, los comentarios de quienes vieron cómo se llevaban a padres de familia o a una pareja de ancianos, sin permitirles llevar más que lo puesto y los documentos. Ahí entendí por qué a mi papá se le pudo haber bajado la presión en esa escena y no en otra.

Pero esa tarde, la charla con mi mamá no terminó ahí. Empezamos a hablar de su adolescencia, cuando a media noche llegaban chicos a su casa, cerca del río en Allen, para que mi abuelo los cruzara en su bote hacia las bardas. También me contó una conversación que nunca olvidó. Mi abuela le decía a mi abuelo que tuviera cuidado, que pensara en los chicos, en sus hijos, y él le respondía que justamente en ellos pensaba. Mi mamá sabía que mi abuela tenía miedo. Mi abuelo a veces tardaba horas en volver, pero ella igual preparaba un bolso con pan casero para que los chicos se lo llevaran, y se quedaba despierta hasta que él volvía. La mayoría eran estudiantes y militantes, por eso tenían que escapar. De algunos tuvieron noticias tiempo después; de otros, nunca más supieron nada.

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Este relato de mis abuelos tiene muchos puntos en común con una escena de Infancia clandestina, una ficción histórica del 2012 sobre Juan, un preadolescente que vuelve a Argentina desde el exilio con su hermanita y sus padres montoneros, en 1979. Acá, Juan tiene que responder a otro nombre para sostener una identidad clandestina. El director es Benjamín Ávila, hijo de desaparecidos. El tema central de la película es la infancia de Juan, pero hay un personaje clave que desata una escena muy fuerte: su abuela, que llega de visita para el cumpleaños falso de Juan. Ella permite ver el cariño y también los miedos que, con mucho cuidado, pone sobre la mesa, confrontando a los padres de Juan y generando un momento de tensión. La abuela le propone a los padres llevarse a los nietos para protegerlos, pero la mamá de Juan, Charo, no se lo permite. Le recuerda que son sus hijos y que no soporta su pánico ni su miedo. La discusión termina en un abrazo entre madre e hija, donde Charo le jura que todo va a estar bien, y su mamá solo la menciona como “su chiquita”.

Al igual que en la historia de mis abuelos, hay dos posturas diferentes pero similares en el amor con el que se proyectan. Para ser sincera, cuando vi esa escena de la película, sabiendo lo que probablemente iba a pasar, me resultó más fácil entender la postura de la abuela: ese intento de prevenir, de cuidar. En cambio, comprender la lucha vivaz, el compromiso con el que ellos se plantaban, creyendo que todo podía salir bien, me resultó más difícil. Sin embargo, no tuve que ir muy lejos: al pensar en esas noches en la costa de Allen, pude sentirlo más cercano, o tal vez entenderlo un poco mejor. Porque para mi abuelo también era incierto. Igual cruzaba a los chicos en su bote a mitad de la noche y nunca lo descubrieron. Y aunque mi mamá no recuerda una discusión fuerte entre mis abuelos, mi abuela también tuvo miedo y le pidió que pensara en sus hijos, con la intención de proteger, siempre desde el amor. Pero mi abuelo mantuvo su accionar y le respondió que lo hacía justamente pensando en ellos. Ahí surge el riesgo y la esperanza. Y aunque son posturas distintas, el amor que las atraviesa es el mismo.

En el abrazo final entre Charo y su mamá se funda la aceptación de la decisión de su hija, aunque no esté de acuerdo y le genere inquietud. Así como el pan casero de mi abuela y su espera hasta que él volviera, con ese mensaje oculto de “me cuesta, pero te acompaño”. Es otro tipo de abrazo, pero un abrazo al fin.

Ese momento que Juan vivió en la película me recuerda a mi mamá y lo que presenció con sus papás en aquellos días marcados por el miedo, la tensión y la incertidumbre, a altas horas de la noche. Donde su participación fue tan compleja y simple como ser testigo. Y, más adelante, tan importante como compartir su recuerdo. Compartir memoria.

Creo que, a 40 años de democracia, parte de valorarla y seguir repitiendo el “nunca más” es compartir y mantener viva la memoria de nuestro país. Cualquier charla, interacción o creación artística sobre este pasado reciente que tenga esa finalidad es valiosa, y puedo decir, necesaria para quienes no vivimos esa parte de la historia.

Esa tarde de pandemia fue un día para hacer memoria.

Espero que hoy también lo sea.

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