Me levanto, intento dar unos pasos por la habitación y no puedo, algo hace que no pueda. El silencio absoluto de la madrugada me incomoda, pero me quedo. A una determinada edad una sabe que esto puede pasar, pero cuando pasa…
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Ya está llegando el frío, y a esta hora pareciera sentirse más, por eso, a buena entendedora, mucho tejido… Para este año me pude anticipar y hacer por lo menos tres pares de medias para cada quien. Ya voy a aprender a poner las pelotitas, esas de goma que hacen que no resbale, sino parece que andamos patinando, como esos espectáculos que le gustaban a Victoria. ¡Las colas que teníamos que hacer para conseguir entradas y lo que renegabas!… Era una semana de corridas. Por suerte teníamos un plan atrás del otro, no vaya a ser que se aburra y pida irse antes. Igual, creo que eso no venía de la nena, era la madre, la madre le metía cosas en la cabeza todo el tiempo.
No entiendo como una hija, NUESTRA HIJA, puede cambiar así. Se que no me hace bien hablar de esto, pero extraño un poco el bochinche en la casa. Extraño el revuelo que hacía cuando los ñoquis no tenían rayitas, sin rayitas no eran ñoquis, eran pedazos de papa y harina.
Es lindo estar acompañada. Nosotros dos también nos hicimos compañía, pero pienso que con ella había ganas de algo más, salir de la rutina, pensar una buena salida… ¿Cuándo pasó así el tiempo?
Hoy es día de ñoquis, el mes pasado se me pasó el veintinueve, pero hoy, hoy tocaban los ñoquis. Repaso una y otra vez la receta en mi cabeza: papa, harina, nuez moscada, tomate, oliva…
Todavía no sale el sol y ya estoy acá. Madrugar siempre fue lo mío. Sueño débil, ni mejor ni peor, débil. Y ese don de escuchar hasta los autos que pasan por la calle, pero es evidente que no estoy tan atenta, se me pasa hasta el agua, se hierve.
Necesito focalizar, focalizarme, despertarme. Miro el reloj una y otra vez para confirmar que las horas pasan y que esto no es un sueño. No, no lo es. ¿Y ahora? ¿Y si ya es tarde?
Definitivamente, es tarde. Tarde para todo lo demás. Lo dice mi cara, el reloj y la fecha… si por lo menos hubiese escuchado, ese último ruido… el más mínimo movimiento. Pienso pero no puedo imaginarlo. ¿Cómo no pude? ¿Cómo pude cerrar los ojos así tan liviana? Y de golpe, sueño profundo. Como no tuve nunca. Pensar en el bostezo me genera culpa.
¡No hice lo suficiente! No fui suficiente.
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Soy culpable. La culpa que carcome, que se instala y crece, crece como todo. Algunas cosas no deberían crecer, cambiar, deberían quedarse ahí, quietitas, sin modificación. Eso da tiempo. Una suspensión, un tiempo fuera.
Necesito poder pensar en otra cosa, en algo más. ¿Por qué no busqué una alternativa? ¿Me quedé esperando? ¿Qué? ¿Un milagro, una sorpresa?… Los deseos no siempre se cumplen, por más que una los repita cada vez que sopla las velitas, año tras año.
Era ahora, ahora era el tiempo justo del agua, ni muy temprano, ni demasiado tarde.
Me repito, ¡Despertate Moni! ¡Foco! Hay mucho para hacer y sos vos, vos sola, ahora sí sola.Repaso cada minuto de nuestros últimos días¿Cuándo fue que mis cuidados dejaron de alcanzar?
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Me niego a pensar que ya está. ¿Qué voy a hacer sin más tarde de canasta, viernes de pescado? ¿Cómo voy a pasar el vino de la damajuana a las botellas? Ni siquiera aprendí a usar el embudo.
Todavía siento tu olor, se impone por sobre el heno de pravia que llevo y hace sentir que todavía estás.
Suspiro mucho. Siento que el aire no alcanza, que me ahogo. Escucho un tono de fondo que suena. Suena sin parar.
Pero no es tiempo de eso, no ahora, hay mucho para hacer. Es hoy, es mi tiempo. Atrás queda el nuestro, el que fue.
Tengo que ponerme a pensar y solo quiero ir a la ventana, mirar afuera, sentir aire. El aire a la madrugada se siente más limpio, sin olor, sin perfumes ajenos. Otra vez vienen los bostezos, y no es tiempo.
Sola no voy a poder. Dejé que el tiempo pase, y me gustaría que no pase más. Ir a la mesa como todas las noches después de la cena, tomar una copa de vino y quedarnos ahí, sin más. Estar.
Y me parece sentir un tono cada vez más agudo e insistente de fondo. El dolor no se va a ir nunca por más acompañada que pueda estar. Van a ser pequeños alivios temporales.
Quiero esperar sentada que el sol aparezca, y que eso no me haga sentir mal. Sentir, le temo un poco a eso. Nunca pude evitar el dolor.
Me acerco al teléfono, y el sonido del tono es cada vez más fuerte. Y se repite sin parar. No me deja pensar.
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Dejo caer mi cuerpo al piso, sentir el frío. Un frío que me hace respirar profundo, sacando la presión del pecho. Respiro y pienso. Pienso que no sé conciliar el sueño, pero por alguna razón lo logré por primera vez, y mi oído agudo no me despertó. Otra vez bostezos.
Intento ponerme de pie, y ese tono que insiste y taladra. El dolor no se muere, se alivia por momentos. Después de un tiempo me levanto y ahí si me acerco al teléfono. Hay números, muchos. No entiendo, no pienso. Un último esfuerzo. La mirada se va al reloj, al televisor, y a la mesa que quedó con dos copas vacías y una botella. Y se me viene a la cabeza lo que siempre me decías, “la distancia del tiempo la marcan los olvidos”.
Repaso una y otra vez la receta de los ñoquis, para no olvidarme: Papa, harina, nuez moscada…con rayitas, siempre con rayitas.
Tengo el tubo del teléfono en mi mano. El tono insistente para. Abro una libreta y ahí está, en tu imprenta mayúscula el nombre Victoria y un número. Casi mecánicamente marco. Pasa un rato y una conversación telefónica. Aparecen los bostezos otra vez. Y me parece ver el sol que entra por la ventana. Respiro. Ya parece que no me ahogo.
Cuelgo el teléfono y espero sentada.
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