Giribaldi y Marziali se conocieron en un bar de San Telmo, mate con whisky mediante, para entablar
una amistad de confidencialidad y admiración mutua.


Daniel Giribaldi, un poeta, periodista y escritor porteño, que encontró en el lunfardo el mejor lenguaje para expresar su talento. Un bohemio de la noche que vivió entre copas y amigos, considerándose a sí mismo un artesano de la palabra, un servidor a la diosa poesía.

Jorge Marziali, un músico, poeta, juglar y periodista mendocino, llegado a BsAs en plena dictadura militar, con su primer disco de pasta editado y un puñado de canciones bajo el brazo. Un enamorado de los géneros del canto popular, que trabajó intensamente en el rescate de ritmos olvidados como la refalosa, la polca y la cueca y su valorización dentro del cancionero argentino.

Ambos poseedores de una profunda visión crítica, impregnada de humor, ironía, con variados condimentos existenciales, reos, filosóficos y políticos. Marziali admiraba la transgresión de Giribaldi para vivir su propia vida, el hecho de elegir vivir en pensiones, burdeles, habitar los bajos fondos, rodearse de la gente más raleada, cosa que Giribaldi no necesitaba desde lo económico ni intelectual, pero sí desde lo ideológico.

“Quizás el motivo de dedicarle un disco a Giribaldi sea la imposibilidad de mi parte de vivir en esa transgresión” dijo Marziali, que en el año 2014 publicó su último disco titulado “En la Brasa del Presente” en homenaje al poeta, disco que consta de 11 sonetos lunfardos que Marziali musicalizó bajo la complicidad y buen visto de su amigo.

Jorge contó que un día Daniel le dijo que lo de escribir en lunfardo “fue una broma que le salió mal porque se lo tomaron en serio” Y se reía mucho de eso. Para completarla, un año antes de la publicación, en una visita inesperada a Rio Negro, Don Marziali me pidió a mi, su hija, que le pintara un cuadro para la tapa del disco. Yo en esa época pintaba en cualquier lado, en cartones, maderas, murales, o lo que fuera por puro placer y gusto nomás. La cuestion es que eso también fue una broma que salió mal.

Yo decidí hacerle un dibujito en un papel muy chiquito y muy fuera de su narrativa y estética, para decirle con humor y sin palabras “ a ver si te animas a poner este cachengue” y se lo mande en una carta con sobre por correo. Y nunca más le pregunté nada. Un año después me mandó la imagen del CD ya editado e impreso con el dibujito en la tapa. No solo se había animado y ocupado de que quedara bien, sino que se lo habían elogiado mucho por el ensamble disruptivo y creativo entre los distintos lenguajes de la obra.

Calculo que ahora ambos se seguirán riendo, brindando y jugando bromas desde otros cielos.