ENTREVISTA A JAIME VALLAURE

Licenciado en Bellas Artes, curador y artista especializado en el entorno audiovisual y performativo.

Su obra se liga al terreno de la videocreación, las acciones e instalaciones y ha sido expuesta en numerosos espacios internacionales entre los que destacan el MNCARS, Bassel o el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Podés ver todas sus obras aquí: jaimevallaure.com

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¿Quién es Jaime? 

No me lo suelo preguntar de esa forma. Yo creo que un artista se está preguntando constantemente quién es, entonces es muy difícil tener una identidad muy estable. Uno puede ser una cosa y luego otra y después cambiar y creo que en toda esa multiplicidad se puede encontrar una unidad. Entonces, supongo que esa es una parte muy importante de mi día a día; no sólo preguntarme quién soy, sino qué quiero, cuáles son mis deseos más profundos y mis amores más profundos también. Eso es lo más importante, en definitiva. En ese sentido, para la sociedad soy un artista que se define más conceptual o multifacético o de muchas ramas, digamos un artista que recorre muchos modos de expresarse, según las circunstancias o el momento de la vida. Básicamente soy un inquieto que intenta entender la época que le ha tocado vivir y que no quiere perder la fascinación por las grandes preguntas. 

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¿Qué preguntas o cuestiones aparecieron en la pandemia para ese Jaime en constante redefinición? 

Digamos que la pandemia o esta ¿post pandemia? nos ha aportado cosas terriblemente interesantes, digo terrible porque es una situación terrible pero a la vez es una situación donde lo extraordinario se ha vuelto ordinario y lo imposible, posible. Entonces, esa posibilidad de lo imposible nos ha acercado mucho más al pensamiento de lo artístico, al pensamiento de la creación. Y si hay algo que tienen los artistas de interesante es que con muchísima anticipación tocan temas y plantean posibilidades que a nivel social se tratan cien años más tarde, y poder estar en ese lugar es maravilloso. 

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Teniendo en cuenta el contexto donde te formaste como artista, ¿cómo hiciste para salirte de determinadas estructuras establecidas y construir las narrativas rupturistas a las que nos tenés acostumbrados? ¿Cuál fue la herramienta que creés que fue útil en ese contexto? 

Una cosa que yo tengo muy clara, es que muchas veces las limitaciones o las carencias en realidad son apoyos muy importantes para avanzar. El asunto es que los tienes que detectar como un escalón y no como un agujero o una carga. Para eso yo aplico mucho la idea de pozo-escalón. Yo nací en una ciudad pequeña en la provincia de Asturias, al norte de España, y pude irme a estudiar Bellas Artes a Madrid en 1984. Imaginate que en ese momento no teníamos referencias de arte contemporáneo en mi provincia, así que irme a Madrid significó mucho para mí en términos de formación e intercambio con muchísimos referentes culturales. Ese empeño y Madrid como epicentro de muchas movidas, me permitieron dar un salto gigantesco y tener una visión de un arte vivo muy interesante. Cuando vine a Madrid gobernaba el partido socialista, después de salir de una dictadura en el ´75, y esa situación provocó en el mundo del arte un impulso hacia el exterior, que coincidía con un acercamiento hacia la pintura, lo que fue la transvanguardia, el neo expresionismo alemán, la pintura posmoderna norteamericana, y se creó un grupo de artistas muy jóvenes que funcionaron como embajadores de un nuevo arte español. Ese apogeo de la pintura y esa fe en un arte tan antiguo y hecho por gente tan joven, generó un clima muy fascinante durante esos años aquí en Madrid.

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Y en ese clima te formaste vos.  

Creo que lo interesante no es sólo que yo crecí allí, sino que se me contagió esa necesidad de ir más allá de una pintura como mero gesto u ocurrencia gráfica, una pintura que no tenía un trasfondo conceptual y en ese contexto, me encontré en un territorio de artistas que venían de la época del franquismo, que obviamente no eran artistas a favor del franquismo pero era la época que les había tocado formarse. Eran artistas vinculados al arte de acción o performance y con ellos conocí otra forma de entender el arte a través del cuerpo, el espacio y el tiempo. 

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Digamos que fuiste parte de un lugar y un tiempo bisagra a nivel social y cultural. 

Sí, claro. Madrid es una ciudad muy dinámica que en muchos momentos ha tenido brillos especiales. Hay veces que ese brillo especial es un espejismo o un falso brillo, como una bengala que enseguida se apaga. Y allí uno tiene que aprender a moverse y saber cómo llegar a otras posibilidades en cuanto al corpus artístico. Madrid ha tenido durante mucho tiempo esa efervescencia que permite que se generen muchos espacios y oportunidades si uno sabe cómo verlas y aprovecharlas. 

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Volviendo a las oportunidades desde la idea de pozo-escalón. ¿Pensás que el juego y el azar tienen un papel importante en esa relación? 

Yo he crecido desde lo artístico con referencias muy potentes, sobre todo desde el ámbito de la pintura impresionista y postimpresionista, que fueron mis grandes héroes porque fueron artistas que le dieron una gran vuelta a la pintura clásica del s. XIX, que lucharon hasta el final por entender el cuadro de otra manera. Un súper ejemplo es Cezanne que yo creo que es de los peores dibujantes de la historia del arte, y precisamente en esa torpeza e incapacidad de repente fundamenta una de las bases más importantes de las vanguardias clásicas, lo que es el cubismo y todo lo que viene después. En ese sentido, yo siempre me imaginaba que el artista se acercaba mucho a un acto de voluntad, es decir que eras artista porque voluntariamente te empeñabas a serlo. Y en mi vida, a pesar de ser una persona voluntariosa, creo que gran parte de mis empeños voluntarios en el arte no han dado los resultados que yo he querido que dieran y, en contraparte, lo que ha empezado a tomar forma, cuerpo y oxígeno, ha sido aquello que no ha estado pretendido de una manera voluntaria.

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La magia creadora nace cuando menos lo esperás.   

Es como cuando aprendes a andar en bicicleta, que hay un momento mágico que dices “mira, estoy andando”. Si lo piensas demasiado, seguramente te caes. Si te lo crees demasiado, te estrellas porque es muy difícil entender cómo está funcionando eso de que hay un aparato que está sostenido por dos ruedas y tus pies van sueltos del piso, que se mantiene casi de la nada. Sin embargo, hay un momento maravilloso que es cuando te das cuenta que puedes mantener el equilibrio y es fascinante. Creo que toda esa imagen de la bicicleta es lo que más se acerca a cómo uno empieza a vincularse con el mundo del arte: sin pretenderlo de repente estás en ese equilibrio inestable. 

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El azar como herramienta infalible. 

En base a eso, he ido descubriendo que mi proceso de creación está mucho más ligado al azar y a la predisposición que a la voluntad, aunque la voluntad es una herramienta fundamental del ser humano, pero no es determinante. Al azar, en cambio, lo convocas o juegas con él, a partir de las múltiples posibilidades que se te presentan. 

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Poéticamente hablando, ¿creés que la pandemia fue azarosa? 

Con la pandemia, más allá de los aspectos sanitarios y clínicos, creo que se ha generado una forma nueva de percibir la realidad. Digamos que muchas de las bases que teníamos respecto a nuestro entorno y a la realidad como tal, se han venido abajo. Pretender ahora volver a una situación normal es un absurdo, es un contrasentido que no tiene pies ni cabeza. Y sin duda en todo esto hay un punto de azar, de decir aprovechemos lo que ha pasado para pensar de repente una especie de solución o para iniciar una nueva senda. El artista o la mente creativa tiene que aprovechar esta situación, que es azarosa por excelencia. Evidentemente, este bicho nos demuestra que no controlamos nada y el azar se trata de eso también. 

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¿Qué pensás del vínculo artista-espectador cuando hay crisis? 

Creo que ese vínculo va mutando constantemente. De hecho, tengo una teoría que justo estoy abordando ahora y es que la realidad se ha convertido en una performance porque al mutar esto de lo extraordinario en ordinario de repente hemos entrado en un nuevo concepto del tiempo, del espacio y del cuerpo en el tiempo y el espacio.

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Me gusta mucho cómo abordas el concepto del tiempo y la velocidad de creación en muchos de tus proyectos, ¿cuál es la unidad de velocidad de los artistas?

Creo que eso varía mucho de acuerdo a los proyectos y a los artistas. Hay una parte de mí que cree mucho en el gesto como ligado a la improvisación, a aquello que puedes aportar en el momento que decides lanzarte al vacío. Sin embargo, ese gesto o esa manera de trabajar tiene que estar regulada o sustentada por un pequeño andamio, ese andamio que a veces está más firme u otras veces no, según las circunstancias y según las necesidades del creador. 

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El derecho a crear en otra velocidad.

El arte muchas veces te da la fuerza suficiente como para saber que tienes algo pero a la vez también te ofrece una voz que te da la posibilidad de creer en ello a muerte. Esa certeza de ir atrás de algo, sin saber muy bien qué es o adónde te lleva, no está muy presente en la vida, pero en el arte es casi un manifiesto y sí o sí tiene que ver con la velocidad de creación, de proceso que tienen los artistas. 

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¿En qué estás ahora?

Por un lado, estoy en un proyecto performativo sonoro con mis hijos. Yo no tengo formación musical,  pero me considero un buen escuchador de música de toda la vida y mis hijos sí son músicos. Me interesa mucho la idea de entenderme a través de lo sonoro y poder ver cómo una relación paternofilial se puede redirigir a través del sonido como un lugar de entendimiento y comunicación. Con Los Torreznos, que es un dúo performativo de exploración en el ámbito del arte de acción que tengo con Rafael Lamata, estamos preparando una pieza nueva sobre las palabras y las cosas. 

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Bueno, digamos que estás subido en la bici. 

Sin duda, siempre viviendo en esa adrenalina del proceso creativo.  

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