o son aplastados por algún enigma de la existencia
-han dejado de reír
han dejado de padecer-
y yo sigo en mi silencio
torpe y trunco
como quien todavía no ha florecido
como quien decide vegetar
sobre la tierra seca
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Víctor Villagra @cicatrizqueloid3 / Estudiante del Depto. de Música del IUPA
Mientras no nos hablamos
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Macanudo
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Señoras y señores, esto es BOCART
Cuando el mundo del arte y el mundo futbolero se cruzan pasan cosas increíbles. La originalidad y la reinvención de un clásico del arte, sumado al folklore y la cultura popular que genera el fútbol, nos permiten fantasear con un idilio.
Recuerdo perfectamente que la primera vez que me topé con Bocart flasheé en colores: ¿qué es esto? esta gente está completamente loca!
Se lo compartí a mis hermanos, luego a mis amigas y amigos bosteros, después a personas vinculadas al arte clásico, luego a artistas visuales, a diseñadoras gráficas y la reacción era similar: ¡esto es una locura hermosa!
En ese guiño intertextual, donde las obras dialogan una con la otra, donde se concentran diversas tradiciones, culturales y populares, Bruno nos cuenta cómo lo logró.
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¿Cómo nace la idea BOCART?
El nombre es muy simple de develar Boca + Arte = Bocart. La idea nace como un chiste. Recuerdo que quería encontrar una imagen que sintetice el poder del club más grande de la Argentina, el club ante el que todos se rinden. Ahí me crucé con el cuadro de Raffaello Sanzio, La Transfiguración. Esa obra es acerca de la aparición de Cristo. La composición es muy potente y dramática. La figura divina arriba y el resto abajo. En el lugar de Jesús puse el escudo del Club Atlético Boca Juniors. La gente reaccionó de manera muy positiva y ahí me di cuenta que eso podía expandirse a miles de obras con diferentes significados.
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¿Cómo elegís los cuadros que vas a intervenir?
La elección depende mucho de tres cosas: la calidad de la imagen, el significado de la obra y qué elementos se le pueden agregar para que tenga elementos relacionados al club.
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¿De dónde partís? ¿Del resultado del partido? ¿Del cuadro?
Es un poco de las dos cosas. Me gusta estar viendo cuadros todo el tiempo y guardarme los que me llaman más la atención. Después siempre me gusta atarlos al resultado de un partido o algún evento que sea relevante. A veces tengo suerte que coincide. Algunas veces dejo algunos preparados. Depende de la situación del momento.
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¿Cómo bocetás? ¿Trabajás partes en papel o solo digital?
Todo es digital. Generalmente hago las pruebas muy por encima para ver los colores y otras cosas y después en lo que más se va el tiempo es en los detalles.
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¿Con qué programas de diseño trabajás?
95% Photoshop.
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¿Cuánto tiempo te lleva hacer un Bocart? ¿Y los detalles minúsculos?
Depende mucho de la obra y de la cantidad de detalle que tenga. Diría que en promedio una semana. Si encuentro la imagen en buena definición ahí me puedo divertir más con los detalles. Muchas veces posteo los detalles en forma de Zoom porque sino pasan de largo.
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¿Qué tira más, la pasión deportiva o la pasión artística?
¡La deportiva sin dudas!
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¿Preferís ver jugar a Boca que desplegar tu arte?
Me gusta más ver un partido que pasar horas retocando un cuadro. Sin embargo, me da un inmenso placer ponerme a hacer un Bocart cuando el equipo ganó. Es algo que hago con mucha alegría.
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¿Tenés relación con el club?
Toda mi familia y yo obviamente somos hinchas de Boca pero no tengo vínculo con el club. Soy solo un hincha más.
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¿Sabés si algún otra/o artista realiza estas obras en otro lado del mundo?
Vi algunas cosas similares en algunas páginas como Bleacher Report de Inglaterra. Pero fue por una ocasión especial del Fútbol + Arte.
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¿Vendés tus obras?
No. Es algo que le debo a las personas que me escriben. Espero poder vender pósters pronto. La mayoría de las personas bajan de internet las imágenes y las imprimen en láminas, tazas, remeras, etc.
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¿Hasta dónde soñás que puede llegar un Bocart?
Mi sueño máximo es que algún día haya un Bocart en algún lugar de la Bombonera. Ya sea colgado en algún lado o en forma de bandera.
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Así cerraba la entrevista con Bruno mientras pensaba que sin dudas sucederá. Imagino no sólo sus intervenciones xeneizes en la bombonera sino también en todos los puestos de venta de la Boca y mucho más allá también. Esto de la industria cultural, la reproducción de obra que puede llegar a muchos hogares en cualquier lugar del mundo.
La intertextualidad en Bocart nos sirve para reflexionar sobre la cultura y el arte y su relación con la sociedad. Nos interpela a pensar sobre los límites de una obra, la reacción de los diferentes y diversos públicos, también el lugar que ocupa el arte en el mercado, el arte como medio de comunicación masivo, su perdurabilidad y trascendencia en el tiempo, y así podríamos seguir de manera infinita.
Por último, lo que genera el fútbol en los argentinos, esa pasión que no se puede comparar con absolutamente nada. Los detalles mínimos e imperceptibles de una cara ante un gol o una derrota, los gestos, las miradas, la complicidad. Esas sensaciones las logra captar Bruno de Bocart a través de obras de arte clásicas de todos los tiempos que nos llegan hasta los huesos.
La obra de Bruno es un grito de GOOOOOL!!!!!
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Bruno es un publicista que trabaja como Director Creativo en Los Ángeles, Estados Unidos. En su carrera tuvo la oportunidad de trabajar en muchos comerciales relacionados con el fútbol. Desde su cuenta de Twitter comenzó a hacer intervenciones artísticas de obras de arte famosas y el fenómeno se volvió viral. Los trabajos se pueden ver en @estoesbocart en Instagram.
La pasión de la cancha en el arte
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La enfermera que pide silencio
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Mariana Pessoa
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No gritaba así desde el parto de Iñaki. Como pudo y sosteniendo esa panza con tres kilos seiscientos de un cuerpo que no era el suyo, se levantó de su lado de la cama y miró a José, que seguía todavía tratando de salir de su limbo de ensoñación. En medio de toda esa confusión pre parturienta e intentando apurar la situación, Mariela le volvió a decir a José, como ya le había dicho la semana anterior, que el colchón estaba viejo y que no iba a poder pasar ni una sola noche con la bebé ahí. Él, que hizo oídos sordos, se puso su ropa y tomó las llaves del auto. El bolso para el hospital ya estaba listo sobre la mesa junto al diario del día que tenía un titular muy elocuente: “Roban las joyas de Maradona y de su mujer”.
Primero cada veinte, después cada diez y una vez en el Fiat 600 blanco modelo 85, rodeados de los juguetes de Iñaki, las contracciones se repetían cada medio minuto. José todavía no sabe cómo llegaron al hospital a tiempo. Mariela no registró nada de ese viaje a parir. Todavía hoy, a mis casi 33 años, me sigo preguntando por qué nací el día que Maradona perdió sus joyas y no doce días después con la caída del Muro de Berlín.
Fueron tres kilos seiscientos de pelo amarillo. Amarillo como las joyas que el Diez jamás recuperó aquel caluroso 28 de octubre de 1989. También vine a este mundo con una mancha roja gigante en la frente. Mamá dice que fueron los nervios. No sé si los de ella o los míos o tal vez los del editor del diario de ese día que no sabía qué poner en la tapa. Y mirá que había cosas para poner. Mirá que se estaba por venir abajo el mundo. El mundo y el país. El país y la economía. Nada que no sepamos. Creo que por eso durante muchos años estuve desenamorada del fútbol y de todo ese kiosquito que se genera detrás de esos veintidós loquitos que vemos correr con una pelota. O tal vez me cansé de que Iñaki, mi hermano mayor, me insistiera para ponerme en el arco a recibir todos los pelotazos de sus amigos y de él cuando éramos chicos. De todos modos, con el tiempo logré tomar la distancia necesaria para poder entender que, siendo una niña criada en los 90, el fútbol no era opción para mí. Así de fácil. O así de injusto. Por suerte, con el tiempo pude amigarme y sentir y entender un poco esa pasión tan fascinante como popular.
La cuestión es que, así como mi nacimiento, mi cumpleaños número cuatro llegó en un abrir y cerrar de ojos. Todavía retumba en las historias de hoy. Y digamos que tranquilamente son cosas que podrían estar ocurriendo en este momento en cualquier casa de vecino.
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La cama grande sigue vieja y mi mamá amanece esa mañana calurosa de 1993 con el mal humor cargadísimo. Siempre me gustó cumplir años pero esa vez en particular estaba feliz de la emoción. La recuerdo muy potente. A veces pienso que los padres se estresan demasiado en los festejos infantiles, pero después me visualizo como hija con tanta intensidad por celebrar, que entiendo todo sentimiento y contradicción por parte de ellos.
En realidad por parte de mi madre que siempre, siempre lo dio todo y más. Pero no quiero irme de foco así que volvamos a 1993. La siesta llegó rápidamente y papá está tirado viendo la televisión. Parece que Colón ha vencido a algún equipo random por 2 a 0. Todos los sabaleros están de festejo. Toda la casa está detenida y mamá, que no pegó un ojo en toda la noche y tiene más pendientes del festejo que nunca, colapsa y se va de la casa.
La torta gigante de alguna princesa de Disney con la vela número cuatro quedó afuera de la heladera y se derrite del calor. Son las cuatro de la tarde y mis amiguitos del jardín empiezan a llegar. Lautaro, uno de ellos, viene de la mano de su mamá, Julieta, madre pendiente de sus hijos que no los deja solos ni un segundo. Por supuesto, no puede creer que la mamá anfitriona no haya salido a recibirla. Le sorprenden los globos a medio inflar arriba de la mesa, la ropa desparramada que quedó en el comedor y el caos frente al televisor. Es que papá e Iñaki siguen obnubilados viendo las repercusiones del partido.
Así, comienza un festejo un poco alborotado. Iñaki, un trajín de niños y yo corriendo por toda la casa. Un padre desesperado, cual árbitro, intentando acomodar todo. Chizitos amarillos vuelan cual papelitos de colores. Los sanguchitos pasan de mano en mano como choripanes con chimichurri. Gritos, cantos, golpes, alguna que otra pelea.
De repente, arranca a delinearse la jugada final. Como si ese partido pudiera definirse con el famoso gol gana. Improvisando un campo de juego, Lautaro, que parece ser el capitán del equipo visitante, convence a otros dos para entrar en el cuarto de juegos. Iñaki, que está de local y además, es el niño mayor del festejo, no presta ningún juguete y decide defenderlos a cualquier precio. Así, con ayuda de otro niño enloquecido, saca el colchón viejo de la cama de papá y mamá y lo pone de defensa en la puerta del cuarto en discordia, para que ningún jugador contrario pueda ingresar. Pero la emoción pudo más y todos los que podrían haber sido goles victoriosos y definitorios en un partido hecho y derecho, terminaron siendo puntazos de juguetes sobre el colchón apuntalando el gran arco que es esa habitación particular.
No sé quién ganó ese partido devenido en pelea infante campal, pero no caben dudas que ahí mismo fue el descenso de ese colchón, apuñalado por camioncitos y muñecas de los 90.
Mientras tanto, en el bar de la esquina, mi mamá toma un café irlandés mientras lee Final del juego de Cortázar. Falta muy poco tiempo para volver a casa y darse cuenta que, por fin, va a tener una cama nueva.
No habré nacido el día que se cayó el Muro de Berlín, pero en mi cuarto cumpleaños se derribaron un par de muros casi igual de pesados. Y Maradona jamás encontró sus joyas. Quizás, ese 28 de octubre de 1989, los muros del Diego también se comenzaron a derrumbar. O seguramente, nada de esto pasó y esta treintañera desesperada escribe para entender un poco de dónde viene para así entender, aunque sea un poquito, a dónde va.
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Crónica parida
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Herbert Vianna
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¿Quién es Nico?
Soy el más chico de tres hijes. Tengo dos hermanas mayores de una familia que se mudó hace 30 años al Alto Valle. Somos de Bahía, así que tengo mitad puerto y mitad chacra. Soy un curioso que terminó siendo periodista y que dentro de esa familia fue orientado hacia ese camino. Creo que, en definitiva, soy un contador de historias que lo ve todo a través de la comunicación.
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¿Cómo nace ese vínculo entre la comunicación y lo gastronómico?
Vengo de una familia muy vinculada a la radio. Mi mamá fundó una radio comunitaria muy importante en Bahía Blanca y desde chico estuve metido en la cocina de la radio y ahí supe que me gustaba ese mundo. En la secundaria, ya viviendo acá en Cipolletti, abrimos una radio en los recreos. Pasábamos música, charlábamos con todos los cursos. Más adelante, trabajé de operador en varias radio en Neuquén y después me fui a Buenos Aires a estudiar, pero siempre trabajé. En el 2001, plena crisis, me tuve que volver al sur, y ahí empecé a estudiar Sommelier y a vincularme más con el mundo de los vinos.
En ese momento estaban de moda los blogs, así que empecé a escribir sin depender de un medio. Me tomaba tres vinos y escribía, mandaba fruta, era como mi bitácora. Hasta que un día un editor del diario Río Negro me invitó a escribir y ahí empecé a masificar un poco el mensaje, que era muy lindo e inocente. Escribía por ejemplo, un día en la vida de Nico y ahí contaba adónde me gustaba ir a comer un sándwich o tomar algo rico. En paralelo, seguía con mi blog que se llamaba Memorias del vino y me acuerdo que un día me llegó un mail y era un periodista chileno que yo veía en El Gourmet, que se la pasaba viajando por el mundo probando vinos. En el correo me hablaba de una nota que yo había escrito sobre un vino de San Juan y me invitaba a escribir para una revista chilena de vinos y gastronomía. Así que comencé a escribir ahí y seguía en el Río Negro, pero también el blog continuaba creciendo.
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¿Sobre qué escribías principalmente?
En la revista de Chile escribía sobre muchas cosas. Una de las primeras notas que escribí fue sobre el vino con soda, el famoso sodeado y lo que a mí me despertaba: mi abuelo y sus amigos, mi abuelo que le daba una tapita de vino Toro al perro para que no moleste. Así que yo escribía sobre eso: lo que me pasaba a mí con esas cosas vinculadas a la comida, no sólo a lo técnico. De hecho, lo técnico jamás me interesó. Entonces, empecé a tomarme más en serio todo lo que estaba sucediendo. En el diario comenzaron a salir más notas y otras posibilidades, como armar el suplemento Yo como. También generaba cosas en mi casa, hacía micros para radios. Todo medio hippie, porque a veces no cobraba un mango.
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¿Siempre te gustó cocinar?
Siempre me gustó comer. Mi abuela cocinaba mucho y muy bien. Pero cuando empecé a escribir sobre cocina, no había mucha gente que lo hiciera acá, entonces eso me permitió conocer un montón de gente y un montón de cocineros, y con eso un montón de cocinas. Pude ver sus procesos y cómo hacían algunas comidas pero sobre todo conocer las historias de esas personas que las hacían.
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Hablemos de las recetas en los cuadernos. El hecho de dejar una huella escrita. ¿Creés que a través de la palabra, más allá de los formatos, estás aportando y preservando ese patrimonio?
Creo que mi rol es transmitir. En Argentina, el libro de cocina más vendido de la historia es el de Doña Petrona, que tiene más de 50 ediciones. Es un best seller que se vende más que la biblia. Yo sólo transmito, no inventé nada. Las recetas existen hace un montón. Por supuesto que después viene la velocidad de internet, la forma de transmitirlo, pero entre mi abuela, Paulina Cocina o yo venimos replicando algo que viene de mucho antes, con otros productos, otros soportes y cosas más o menos nuevas, pero me parece que, por un lado está el cocinero o la cocinera que se guarda la información y, por otro, están las personas que la transmiten. Yo no soy cocinero, soy periodista. No sé cómo sería si fuera cocinero, a mi me gusta contar sobre la cocina.
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¿Qué es lo que más te gusta de lo que hacés? .
A mi me gusta viajar y escribir. Me encontré en lugares lejos de casa escribiendo, escuchando, recibiendo. Desde lugares cerca de casa, donde vi a una mamá replicar una receta familiar, hasta en hoteles de cinco estrellas donde estuve con cocineros y cocineras de lo más -top-. Me fascina esa posibilidad de entrar y salir, de meterme debajo de las historias, de la piel de cada una de esas voces que interpretan una receta. Me siento muy cómodo visitando, viajando, escribiendo y viendo cómo transcurre el tiempo en otros lados y poder encontrar algo para decir de todo eso.
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Si me tuvieras que describir la Patagonia en un plato, ¿qué dirías?
Siempre estuve relacionado con la manzana, incluso desde antes de venirme a vivir acá. Mi abuela hacía una tarta que se llama haragana que tenía manzanas, manteca, harina y azúcar. Se llama así porque es muy fácil de hacer. Con el Alto Valle siempre estuve vinculado porque veníamos mucho cuando vivíamos en Bahía Blanca y me acuerdo mucho del jugo Cipolletti de manzana, ese -sachet- de aluminio metalizado. Creo que la manzana es el disparador, eso que me remite un poco a mi infancia y a la transición de haberme venido acá. Fui a la escuela primaria del barrio Manzanar, y en los recreos nos escapábamos a robar manzanas en las chacras que había cerca y nos tirábamos a comerlas en el canal. Sin duda, es una de mis frutas favoritas y me lleva a este valle y a todo lo que viví acá.
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Y respecto al hecho de haber nacido en la costa, ¿qué podés decir?
Mi abuelo era pescador y de chicos teníamos casa en Monte Hermoso así que íbamos todos los veranos. Son 106 km desde Bahía Blanca y mi abuelo tardaba cinco horas en ir porque paraba en Las Oscuras, que está a mitad de camino. Ahí hacía un asado y se dormía una siesta antes de seguir. Mi abuela siempre nos decía “aguanten que el abuelo está durmiendo”. Una vez en Monte, el abuelo salía todos los días a pescar en su bote, y yo lo veía volver con lo que había pescado y ahí mismo desescamar el pescado. Siempre hubo una fuerte influencia con el mar y con lo que pasaba alrededor del mar y la comida como hilo conductor.
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Me encanta pensar la construcción del paisaje patagónico a través de la comida.
Sí. Hay muchas sensaciones en los recuerdos y las comidas que los marcan. Se me vienen a la cabeza muchas otras cosas cuando pienso en mi construcción personal de la Patagonia. Desde los cornalitos fritos y en la sensación de ese Nicolás niño, donde el tiempo no pasa, donde me siento protegido, donde está la radio prendida y hay un olor a frito en toda la casa que se mezcla con el olor a mar. Y pensando más para este lado de la Patagonia, se me viene a la cabeza Villa Pehuenia. Tuve la posibilidad de escribir un libro para el municipio de allá y tuve que viajar muy seguido. Una vez, conocimos a una señora criancera que se llama Susana y vive en las Cinco Lagunas de la Comunidad Mapuche Puel. Con ella fuimos a acampar y ahí me pasó algo muy movilizador. Si bien conozco mucho la patagonia norte y he comido todo el abanico de platos y productos de esos lugares, en ese acampe Susana hizo tortas fritas y pan de chicharrón con salsa pebre que me volaron la cabeza, no sólo por su sabor, sino por todo lo que se generó alrededor de eso: el fueguito encendido en un lugar donde no hay señal ni electricidad, el mantel sobre la mesa en un paisaje inmenso, con un cielo igual de inmenso, una olla, la plancha. Creo que todo ese conjunto de cosas creó una música muy linda para mí.
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¿Pensás que hay lugares donde se pierde esa impronta, o que están vacíos?
Sí, sin duda, y creo que tienen que ver con esa idea del -falso- progreso. Esa idea de avanzar en los territorios en función de especular con otros intereses, donde no hay una decisión fuerte sobre difundir o mantener ciertas cuestiones importantes referidas a lo cultural y a las raíces. Creo que estamos en una era híper industrializada de la alimentación que se está llevando un poco todas esas cosas.
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¿Tenés algún deseo, sueño o meta en espera respecto a todos estos temas?
Me encantaría armar un gran mercado que agrupe a todas las productoras de alimentos locales. Como un mercado central. Me cuesta mucho encontrar ese tipo de lugares acá. Sobran hiper y faltan lugares nuestros, con productos locales. Me encantaría ayudar a generar eso y que trascienda.
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El mantel sobre la mesa y un paisaje inmenso
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La primera vez que me sentí perdida al lado de mi abuela
ella no podía recordar la dirección de su casa.
Yo tenía seis y me habían obligado a memorizarla
la recitaba por dentro pero rogaba que fuera ella quién soltara el sonido
quien escupiera las formas ordenadas de la memoria.
La miraba desde la cintura suplicante
como esperando un milagro o una epifanía
ella solo podía maldecir hasta que solté ¨Acassuso abuela¨
y completó el número aliviada.
Cuando esas fallas geológicas suceden
algo que debía haber estado sellado se abre
y el mundo deja de ser para siempre ese universo
dónde ibas a estar a salvo.
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Lucía Lubarsky / @lulubarsky
Directora, productora y escribe poesía.
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S/T
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Decime quién
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Mientras armaba la entrevista pensaba en cuántas historias tiene para contar nuestro territorio. Muchas que superan la ficción, y lo saludable que es cuando el arte, en todas sus dimensiones, se vuelve federal y nos permite contarlas con identidad propia. Leandro nos cuenta una historia bien rionegrina y nos hace preguntarnos muchas cosas. ¿Toda película es política? ¿Qué valor político/social le da a este film?
Vamos por ello.
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¿Fuiste a la plaza cuando llegó Alfonsín a Viedma a realizar este anuncio? ¿Cuántos años tenías?
Yo era muy chico, tenía 9 años. Recuerdo principalmente esa mezcla de sensaciones que trajo el anuncio del traslado, cierto orgullo porque mi ciudad se podía convertir en la capital argentina. Sin embargo, también recuerdo la preocupación que surgía en las conversaciones familiares de entonces. ¿Qué iba a pasar con cada una de nuestras vidas? ¿Qué iba a pasar con los trabajos de los adultos? ¿Cuánta gente iba a llegar a la apacible Viedma de aquellos años? Había mucha incertidumbre e incluso miedo ante aquello desconocido que se venía, era un cambio drástico en las vidas de las personas de la comunidad.
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Sos parte de ese hecho histórico, ¿qué pasa con esta vivencia cuando la trasladás al cine?
Ser de Viedma, haber vivido esos años me permitió tener un acceso directo a quienes fueron testigos y protagonistas de esta historia. Eran familiares, vecinos o conocidos a los que podía contactar de manera directa para que me contaran sus recuerdos. Entonces, se dio de manera fluída y natural esa primera instancia de charlas informales, que más tarde serían el germen de una idea de guión y de película.
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¿Cómo fue volver al sur con la mirada de cineasta? ¿Qué sentiste en ese volver y contar una historia tan rionegrina?
Yo vivo en Capital desde chico y esta película es la primera que ruedo en el sur. Entonces tenía un sabor a reencuentro con mi gente y con mi entorno. De hecho mi padre, que era corresponsal de Télam en Viedma en el año 1986, participó de la película como entrevistado y falleció poco después de esa primera etapa de rodaje. Entonces todo el proceso de hacer la película en Viedma tuvo en lo personal una carga emotiva muy, muy fuerte.
Creo que el hecho del traslado de la capital es un hito para los viedmenses, pero es bastante extraño ya que se trata de un hito que se refiere a algo que nunca sucedió. Entonces, sentía como viedmense un nivel muy alto de responsabilidad histórica al abordar un tema tan nuestro. Por lo tanto, viví con mucha ansiedad y expectativa las primeras proyecciones en Viedma. La gente acompañó, fueron cerca de 2.000 personas en un par de funciones y debo decir que la recepción fue excelente. Hubo mucha emoción, mucha nostalgia y la sensación, más allá de subjetividades y sutilezas, de que los hechos fueron de una manera bastante aproximada a como están narrados en la película.
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¿Cómo conviven el proceso creativo y artístico con el proceso documental y de investigación?
Crear a partir de lo real es apasionante. Tal vez sea lo que más me estimula del cine documental. Ir configurando el relato a partir de los entrevistados que conocés, a partir del material de archivo que vas descubriendo. Hay que generar relato a partir del cruce de los recursos del cine (el plano, el montaje, la música) con los elementos de la realidad que están disponibles y que te vas a apropiar para contar esa historia.
En el documental hay planificación, un guión tentativo con las escenas que uno puede imaginar, pero siempre la realidad es la que termina imponiéndose y muchas veces esa realidad es la que te regala momentos increíbles.
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¿Hubo algo del proceso de la construcción de este relato que te sorprendió o modificó algún punto de vista que traías previamente?
Lo que más me sorprendió fue lo mucho que se avanzó en el proyecto de traslado de la capital. No fue, como podemos creer desde el presente, una idea alocada de Alfonsín dicha en un discurso. En el proceso de investigación y búsqueda de documentación fuimos descubriendo cómo se creó el ENTECAP (Ente de Traslado de la Capital), cómo se consensuó una ley en el Congreso de la Nación, cómo un estudio de arquitectura diseñó minuciosamente el nuevo distrito desde su planificación general hasta el tendido eléctrico o la calefacción central que tendría toda la ciudad. Esta sorpresa inicial es algo que también se está trasladando a la gente que ve la película en las salas. Los espectadores toman real dimensión de lo mucho que se hizo y de todo lo que pasó en aquellos años. En perspectiva, siento que si la coyuntura económica primero y la política después hubiera sido otra, con un gobierno más fuerte, con una economía más ordenada y con un Alfonsín que pudiera aspirar a un segundo mandato para llevar adelante los proyectos más ambiciosos, tal vez Viedma sería hoy la capital argentina.
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De lo que querías contar, una vez finalizado, ¿sentiste que cumpliste con ese objetivo?
Creo que la película cumple con contar, desde un punto de vista que tiene que ver con la nostalgia, un pedacito poco conocido de nuestra historia argentina y patagónica. Justamente en este año 2023, que se cumplen 40 años del regreso de la democracia tras los años más oscuros de la dictadura cívico militar, es interesante poner en discusión el país que tenemos y también el país que soñamos. En aquel lejano 1986 creo que todavía creíamos en la posibilidad de cambiar las cosas, en aspirar a construir un país mejor, más federal y más justo. Tal vez hoy seamos más escépticos pero ojalá que la película pueda poner en agenda y en discusión el espacio geopolítico que conforma a la Argentina.
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Como realizador, ¿cuáles son los desafíos que afrontás para su distribución y exhibición?, sobre todo en el género documental
Yo siempre digo que el documental es un poco como el hermanito menor del cine de ficción. Principalmente en la exhibición, necesita tener ciertos recaudos, ser programado con más cuidado, perspectiva y atención. Es toda una cadena, primero debemos conseguir que la gente se entere de que estas películas documentales que no tienen el apoyo de las grandes cadenas ni figuras públicas convocantes, existen. Una vez que esto sucede, debemos convencer a la gente que deje la comodidad de su casa y el consumo en las plataformas para ir a una sala de cine. Yo reconozco y agradezco que las plataformas hicieron que la gente vea más documentales que antes. Pero los documentalistas hacemos grandes esfuerzos para que nuestras películas sean vistas en su ámbito natural, en las salas de cine, con una pantalla grande, con el sonido adecuado y con la idea de un acto colectivo.
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¿Qué es lo que te resulta hoy interesante en el cine documental?
Creo que en los últimos años el cine documental ha generado obras más potentes, creativas y diversas que el cine de ficción. Es un lenguaje en permanente ebullición y cambio. Cambios tecnológicos, cambios de formatos, cambios narrativos. Incluso en una época compleja y crítica como fue la pandemia, se han generado una serie de películas documentales intimistas y reflexivas muy ricas. Surgieron o se desarrollaron algunas modalidades como el “documental de escritorio”, que es un documental que adquiere la forma de la interfaz de un escritorio de computadora, en donde la conexión con lo real está ahí, en ese rectángulo, las entrevistas son por Zoom, los archivos son de Youtube, la documentación es de la propia web. Me parece alucinante que el documental mismo ponga en jaque y reflexione sobre la propia relación que tiene con lo real.
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Voy a hacer referencia a una nota de Árida, Cine Patagónico, donde nos preguntamos y le preguntamos a muchos referentes del cine regional, si existe el cine patagónico, ¿qué pensás al respecto?
En primer lugar, decir que conozco y admiro a muchos de los entrevistados y entrevistadas que participaron de aquella nota. También creo, como algunos señalaban, que son difíciles e incómodas este tipo de definiciones. No hay patrones identitarios tan claros ni siquiera en el cine argentino, así que creo que tampoco los hay en el cine regional. Y eso, en el fondo, me parece sumamente positivo, me gusta la idea de lo ecléctico y diverso. También creo que hay motivos para festejar que haya un cuerpo de películas pensadas y creadas en la región, cosa que tal vez algunas décadas atrás era absolutamente impensado. Creo que se debe fomentar el cine hecho en la región, con las herramientas que hoy existen e insistiendo para que estas herramientas se multipliquen.
Por supuesto. Creo que hacer cine es un acto político, que busca mostrar situaciones, cambiar realidades, hablar de nosotros, hablar de los otros, hacer pensar al espectador. También en este sentido, ver cine y reflexionar sobre qué cine vemos también es un acto político. Justamente en el contexto actual, en donde hay una peligrosa homogeneización de las formas cinematográficas, de los discursos, de los relatos. En donde se ve igual y se escucha igual una película argentina, italiana o taiwanesa. Cuando las grandes plataformas globales se adueñan de nuestras historias y de nuestra historia, debemos proteger la soberanía cultural y contarnos nosotros mismos, con nuestros recursos y con nuestras herramientas.
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Luego de esta charla con Leandro, reafirmo algo que siento desde hace tiempo, y es que tenemos y que debemos recuperar nuestras historias, nuestra identidad. En ese contexto, el arte recupera y resignifica la memoria. Esta pieza audiovisual nos ayuda a comprender parte de nuestra historia y mirar con el ojo crítico. Militemos el arte patagónico, para volvernos más federales, y que no nos pase esto de la capital que no fue!
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VIEDMA, LA CAPITAL QUE NO FUE! SALA INCAA ROCA (Uruguay 655 – 1er. Piso – G. Roca) – 20:30 hs. Viernes 09/06 (estreno) y Miércoles 14/06 Entrada general $200 / Estudiantes y jubilados $100
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Filmografía
/ Los médicos de Nietzsche (2023)
/ Viedma, la capital que no fue! (2023)
/ La visita (2019)
/ Barrefondo (2017)
/ Los pibes (2015)
/ Gricel (2012)
/ Parador Retiro (2008)
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Viedma, la capital que no fue!
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La foto de Peter Leibing
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Eva Peña
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Recuerdo la primera vez que escuché la canción “Miedos” de Emanero. Era chico y ya en ese momento, la letra me hacía sentir representado en sus palabras sinceras, que se sintonizaban con muchos pensamientos que en ese entonces reflexionaba. Sentía como si viviéramos el mundo desde una misma perspectiva, con los mismos ojos.
Llegando al final de la canción se escucha un fragmento de una película que desconocía: The Network de Sidney Lumet. En ese fragmento, un hombre grande que suena preocupado, molesto y con mucho miedo, reniega de cómo se normaliza hablar de homicidios, robos, violencia y crueldad. Como si fueran temas muy naturalizados en el mundo, este hombre suplica que lo dejen tranquilo en su living, con sus cosas y termina diciendo “Soy un ser humano, maldita sea, mi vida tiene un valor”.
Las películas de Sidney Lumet nunca llegaron al olimpo de los directores dadas sus temáticas incómodas. De cierta forma, este director estadounidense es el antihéroe, con un fuerte sentido de justicia y una fuerte inclinación hacia el debate moral. Su obra relata la condición humana vista desde las perspectivas crudas de la posmodernidad. The Network no es la excepción porque se siente como un tibiazo a los dientes. Una sátira pionera en politizar la controvertida manipulación de los medios, los abusos del poder, la alienación del ser humano en las ciudades, la salud mental y la violencia.
“El mundo es un negocio” le dice un magnate al protagonista, Howard Beale, mientras sentado en una gran mesa de negocios le da un discurso sobre cómo a la masa hay que mantenerla entretenida y controlada, algo así como plantea Huxley en Un Mundo Feliz o Foucault con el término panóptico, ambos ejemplos respecto al individuo y a su estado de permanente vigilancia que garantiza su pasividad y control.
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Un mundo donde el confort de la vida moderna es lo suficientemente cómodo para sacrificar la memoria, la identidad, las raíces y la naturaleza. Donde no importa que las grandes empresas destruyan y hagan mierda el planeta porque todos asumen que se van a morir mañana, por lo tanto, no hay porvenir que valga la pena salvar. Los placeres pasajeros como el sexo frío, la televisión al palo y la constante masturbación de adoración narcisista valen más que una tarde de mirar el cielo, leer un libro y compartir con un ser querido. Sacar una foto al río y tomarse unos mates pensando en cómo Tom Sayer fue tan pillo para cruzar el semejante Río Misisipi, o si realmente los cavernícolas vivían la vida en la más amplia forma de experimentarla.
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Sé que lo que escribo tiene, posiblemente, una perspectiva anticuada, y quizás todos esos pensamientos que tenía de chico, solo me causaban ansiedad y responsabilidad ante un futuro tan poco natural y orgánico. No obstante, en todo este recorrido, partiendo de la canción de Emanero hasta la película de Sidney Lumet, puedo tener una cosa muy clara: sigo teniendo los mismos ojos. Y quizá es ese impacto como si Howard Beale me recordara lo que en esencia soy: un idealista suicida.
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Wenceslao Rocha / @wencerocha / Estudiante de Artes Audiovisuales del IUPA
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El cruel orden natural de las cosas
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Durante la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de mejorar el rendimiento y camuflaje de los radares alemanes y estadounidenses potenció la investigación científica en el campo de la acústica en busca de materiales capaces de absorber las ondas sonoras.
Los hallazgos de estas investigaciones resultaron fundamentales para la creación posterior de las llamadas cámaras anecoicas, estancias completamente aisladas y forradas con cuñas de fibra de vidrio capaces de absorber el 99,9% de las ondas acústicas. En el interior de una cámara anecoica puede experimentarse el silencio absoluto. Un silencio tan apabullante que permanecer en ella más de 45 minutos es incluso peligroso para la mente, que empezará a sufrir alucinaciones.
La Universidad de Harvard contaba ya con una de estas cámaras anecoicas en 1951 y el compositor John Cage quiso acceder a ella. Quería experimentar el silencio absoluto. Al salir declaró haber escuchado dos sonidos constantes que no era capaz de identificar. Los ingenieros responsables de la cámara respondieron a Cage: había escuchado su sistema nervioso y su circulación sanguínea.
Aquel silencio absoluto, que resultó no ser tal, llevó a Cage a componer su icónica 4’33’’. Cage se había adentrado en la cámara esperando experimentar la nada absoluta, un abismo de vacío, estéril e inhabitable. Sin embargo, el silencio que encontró le colocó en un estado de escucha tan profunda que le permitió oír su propia pulsión vital.
Las White Paintings de Robert Rauschenberg fueron otra fuente de inspiración para Cage. El silencio materializado en el color blanco, otra nada repleta de sentidos y matices, elocuente silencio que sirve de soporte a la luz, las sombras y los reflejos circundantes. Tanto la obra de Cage como las de Rauschenberg se activan con la presencia de los cuerpos, los mismos a los que absorben atraídos por la proximidad del límite.
El silencio nos coloca ante un cambio de escala. Cuando el mundanal ruido desaparece y nos aproximamos a esos límites que constituyen el silencio, una cierta nada, el límite vuelve a alejarse, y el silencio ya no es la ausencia total del sonido sino la atenuación de lo accesorio para acceder a un estado de percepción que nos permita apreciar más allá.
El silencio como condición indispensable de la escucha activa lo ínfimo. Es en ese silencio donde habita lo infraleve y se hacen visibles los desplazamientos mínimos, el reflejo de la luz, el paso del tiempo… ecos de lo esencial.
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Ana Alonso Castellanos
Madrileña, historiadora del arte, diseñadora de espacios y experiencias, artista y creadora en torno al papel. IG.@anialonsoc
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John Cage (1952) / 4’33’’ / Pieza musical /// www.johncage.org
* La imagen de portada es un detalle de la obra En silencio de A. Klimt. * La imagen del pie de nota es un detalle de una de las obras de la serie Isla de J. Fernández Plaza.
Habitar el silencio
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Heart Tom Tom
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Los No me baño son un grupo de artistas latinoamericanos que busca expandir su mensaje a través de las diferentes disciplinas que los conforman. IG: @nomebanio
El graffiti es lucha por el espacio público. Es una provocación. Es una práctica que genera amores y odios. Es arte contrahegemónico que se ubica en la popular, en el museo de la calle. Puede ser eterno y efímero a la vez. Puede ser intervenido todo el tiempo. Es movimiento y es cultura que va por lo prohibido, y de ahí su mística nocturna en el submundo, en la suciedad, en lo croto, y en el anonimato. De ahí en más arte callejero a tope. De ahí en más “no me baño”.
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Buenas y sucias tardes.
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Los No me baño, de ahora en adelante NMB, se conocieron en una plaza en un barrio de Buenos Aires. Entre los skaters y los aerosoles se apropiaron de ese espacio. Se volvieron federales, en muchas ciudades y pueblos del país nos topamos con su arte.
Desde el anonimato absoluto tuvimos un ida y vuelta vía e-mail. Ellos son dos, pero a esta altura todes podríamos ser NMB. Porque pensemos un poco ¿quién está feliz de bañarse?, o ¿quién no escribió en alguna pared random un “me rompieron el cora, ahora no me baño”?. NMB ya es promesa, es ritual, y también un acto de protesta ante una situación cotidiana simple y profunda.
En la actualidad no sabemos cuántos son, pero tampoco nos importa. Son cientas las moskas activando en las calles en distintos lugares del país. Hay una apropiación abismal de su obra. Algo que hace que todes nos sintamos identificades con su artivismo, trascendiendo del graffiti tradicional del dibujo a la palabra, y algo de eso nos convoca y nos obliga a preguntarnos de dónde salieron estos pibes.
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Nacieron en la mugre de la plaza de un pueblo y con el correr del tiempo se fueron fermentando, trascendiendo fronteras, hasta alcanzar un estilo de vida sucio. Tienen un canal de youtube “No me baño- estilo de vida” donde suben cortometrajes y videos, dirigidos por elles mismes. Sus personajes son moskas metidas en la basura, haciendo arte y recorriendo desde Capital Federal a diferentes sitios de Argentina. Tienen una cuenta de instagram @nomebanio con miles de seguidores, y merchandising nomebanio.com: gorros, remeras, piercings que muchos músicos vinculados al género del trap y rap las exhiben en sus redes como parte del movimiento.
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La propuesta de NBM es infinita, el concepto es infinito, y además, aseguran que su camino como artistas es infinito. El graffiti es la calle. Es resignificar el espacio público. Es transformar. Para ellos es un estilo de vida, para el cual hay que estar siempre listo con las herramientas necesarias para poder plasmar el mensaje que tienen para dar. El corazón es quien manda a liberar la creatividad.
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“Al formar parte del espacio público es un aporte que realizamos a la comunidad para que la libre interpretación tenga su lugar y lo hacemos desde el anonimato para que la obra no se personalice”
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También se vinculan con las artes visuales a través del estudio, para el aprendizaje de nuevas técnicas, y mediante la acción están en constante desarrollo del vínculo.
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De la calle mutaron a diferentes galerías y espacios cerrados con la “Expo sucia”, para compartir la obra que hacen en el taller, donde tienen una búsqueda artística un poco más elaborada.
Me atreví a preguntarles, en primer lugar, cómo es la sensación de mutar de un lugar como un baldío o una plaza a una galería de arte, y los NMB me contestaron, cortito y al pie: “vamos sin bañarnos”; y en segundo lugar, me interesaba saber si esa experiencia en los espacios formales de exhibición seguirá ocurriendo en algún futuro. Su respuesta, nuevamente cortita y al pie,me ayuda a ir cerrando esta nota. “Seguiremos yendo pero sin bañarnos”.
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Pensarlos así, lejos de la ducha, me agrada. Siento que la calle transforma los espacios cerrados de exhibición de obras y no al revés. No tenemos que perder el tono callejero.
¿Cómo será ver el mundo desde los ojos de una moska?
Nació en Goya, Corrientes, en 1979; pero creció en San Francisco Solano. Es escritor, poeta, ensayista, periodista freelance y docente de secundario. Publicó novelas, cuentos y poemarios, mayormente en editoriales independientes. En ensayos y crónicas, se especializó en el rock nacional. Fundó su propio sello editorial, ¨Mancha de aceite¨.
Eva Peña es una poeta y militante, tiene 19 años, es estudiante de sociología y se dedica a la gestión de eventos culturales en la ciudad de fiske/roca. Desde 2019 milita en ATTS desde donde da charlas de ESI en secundarios y trabaja en la prevención de VIH y sida en la ciudad. En 2022 ganó la convocatoria de publicación de Fondo Editorial Municipal con el libro Recuerdos de una Nostalgia Fugaz y en marzo de este año fue seleccionada para participar del Festival Internacional de Poesía Ya! organizado por el Centro Cultural Kirchner y el Ministerio de Cultura de la Nación.
Utopía
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“tanta vida ahogué en juventud que ya no vuelvo a morirme de dios”
El primer libro de poesía de Ludmila Cabana Crozza propone al lector el recorrido por un dibujo botánico. Compuesto por poemas distribuidos en tres partes, que encierran el proceso vital de aparición, es decir: la hoja, la flor y el fruto. El libro evoca y abre hacia una subjetividad que de sombra tiene el misterio.
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Muérdago, ¿qué es esta palabra? Cosa, amuleto, cuerpo, artificio. Conocida como hoja de la muerte, da nombre a una planta parasitaria a la que se le atribuyen propiedades curativas, tóxicas y hasta mágicas. Cuentan que antes fue árbol y que de su tronco se sacaron las maderas para construir la cruz del final de Cristo. Luego, por castigo o por vergüenza, el árbol se encogió a tal punto que se hizo vegetal diminuto que se apoya, se agarra de otros para alimentarse. Sobre-vive. No mata, claro está. Establece un equilibrio. Entonces, la poeta toma esta palabra y escribe mordiendo muerte: “mi existencia izada en la negación del / final”; y va un poco más allá, en una cruzada hacia el mito: “besar a un muerto hasta hacerlo vivir”.
De esta manera, la voz poética baila entre la vida y la muerte. Se inicia en “el día que nací”, para continuar con “todavía nazco”. La poeta disecciona los sentidos al borde de la muerte suspendida como en el poema titulado Flores de dinamita. Nos recuerda que olvidamos con facilidad que se es difunta por vivir. En el libro ese saber antiguo circula, disemina el poema en un mapeo incesante de cancelación, pausa y suspenso. Este poemario invita a ser leído bajo la sombra del misterio del muérdago porque…
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“Lo bello ay, es un eco después pájaros aleteando adentro lo agitan todo”
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Ludmila Cabana Crozza (1985) vive y escribe desde el norte de la provincia de Río Negro, Fisque Menuco, Muérdago, publicado por Ediciones Las guachas, 2022, es su primer libro y cuenta con una mención especial del Fondo Editorial Rionegrino, convocatoria 2019/2020.
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Escribir mordiendo muerte
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El lugar más frío
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La copa del mundo
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No hay cosa que sufra y disfrute más que una buena crisis existencial que me obligue a replantearme la vida entera, y cuando esa crisis la genera una película no me queda otra que detestar y estar eternamente agradecida con quien creó tal obra de arte que me interpela a niveles que aún no conozco y que debo descubrir.
En este caso se trata de David Lowery, con su película del 2017, A Ghost Story o Una Historia de Fantasmas. Esta es una historia sobre el tiempo y la existencia que se desarrolla a través de la imagen clásica de un fantasma cubierto por una sábana. Es trágica, cómica, nostálgica y melancólica, la película habla sobre la pérdida, los ciclos, la humanidad, el hogar, el apego y el pastel, que muchas veces es el único que puede llenar el vacío que sentimos. El eje central gira en torno a una pareja y su casa, C (hombre) sufre un accidente en el que fallece y su espíritu en pena regresa a la casa donde vivía con su esposa (M), quien se muda un tiempo después. Desde ese punto al final de la película, el fantasma de C nos guía a través de su permanencia en la casa por los altibajos y misterios de la existencia.
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Toda la película es un juego con el tiempo, los primeros 20 minutos parecen 3 horas, con planos eternos, casi totalmente estáticos y con acciones que, siendo realistas, no tienen mucho contenido, más allá de la simpleza de la vida humana; cuando M empieza a sanar del duelo por la pérdida de su pareja, los días, las semanas y los meses pasan en un parpadeo, hasta que se muda de la casa, dejando al fantasma de C atrás. El tiempo se expande y se comprime, como el universo mismo al que hacen referencia una y mil veces, y se entremezcla gracias a la acción del montaje, el cual tiene una gran importancia; dentro de la hora y media que dura la película convive la realidad humana más cotidiana, con sus tiempos naturales, lo cual termina resultando tedioso, y el fin de la humanidad o tal vez del universo entero, y su reinicio en un segundo, lo cual resulta vertiginoso.
Si bien nuestro fantasma esta completamente cubierto por una sabana, impidiéndonos ver hasta sus ojos, los cuales aparecen como dos agujeros completamente negros, es increíble la capacidad de expresión que una sabana puede tener, y lo clara que puede ser al transmitir lo que esta sintiendo. Es una película que presenta muy pocos diálogos, y la mayoría es comunicado por la construcción del sonido y el ambiente, por ejemplo a través de la colorimetría. La casa presenta colores cálidos en los periodos en los que hay vida habitándola, y colores fríos durante los períodos de duelo y soledad.
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La relación de aspecto que presenta es de 1.33:1, la imagen no solo se ve más pequeña – con forma cuadrada – y por ende más íntima en la pantalla grande, lo cual se ve acompañado por la espontaneidad de las actuaciones y su naturalidad, sino que además nos da la sensación de estar viendo un álbum de fotos viejo, y a esto también suma lo bien pensados y bellísimamente compuestos que están los planos que, literalmente en cualquier fotograma que pauses, parecen una fotografía pensada al milímetro.
Toda esta parte técnica no hace más que sumar a lo que la película quiere expresar filosóficamente, sobre la gran variedad de temas que la atraviesan. En definitiva, A Ghost Story busca. como mínimo, generar una crisis existencial y logra, por lo menos en mí, su cometido. El tema central, en mi opinión, es el sin sentido de la vida humana, que se ve claramente relatado en el increíble monólogo que corta el hilo narrativo previo y que además rompe la cuarta pared y le habla directamente al fantasma en la habitación.
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Según la teoría budista, y acá meto mi valoración personal espiritual, nuestra realidad está regida por las tres marcas de la existencia; la impermanencia, el sufrimiento y la no identidad. La impermanencia habla de lo efímero de las cosas, de que lo único constante y natural es el cambio, y que nada es para siempre. El sufrimiento, es un estado natural que tratamos de evadir pero al tener una relación abierta con él, nos dota de libertad; lo que nos priva de libertad es el malestar que genera el apego y el rechazo del yo. Por último, la no identidad, que nos plantea como un espacio más grande, lleno de sabiduría y compasión, más allá del yo, y que no hay cosa, lugar o persona que nos pueda definir. Vemos a lo largo del film situaciones que no nos dejan alejarnos de la realidad humana quizás más pura y evadida, el verdadero fantasma en la habitación de la humanidad es el sin sentido de su existencia, es reconocerse ínfimamente pequeña en un universo que le es ajeno, es verse atravesada por fenómenos como el tiempo sobre el cual no tiene ningún tipo de control pero que está presente en su vida a cada instante. No podemos mentirnos, el mensaje es completamente desalentador y deprimente, pero esta bien que así lo sea, porque nos obliga a cuestionarnos qué es realmente lo importante cuando vivimos en un mundo efímero, totalmente cambiante en el que nada nos pertenece y todo va a desaparecer, nos obliga a cuestionarnos qué hacemos con nuestro tiempo, cómo nos abrimos al sufrimiento, al duelo y la pérdida, nos hace replantear donde está la verdad de nuestra esencia, quién o qué somos, y qué queda cuando el cuerpo ya no está.
En resumen, Una Historia de Fantasmas nos habla de la realidad humana más pura de la forma artística más bella, Una Historia de Fantasmas nos hace pensar en el fantasma que algún día seremos y posiblemente, el humano que hoy queremos ser.
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Oriana Hermosilla / @jabruu_ / Estudiante de Artes Audiovisuales del IUPA
Feminista interseccional, escritora poeta, madre, profesora, militante del activismo gorde. Nací en Entre Ríos, he vivido y viajado en y por varios lugares, estoy hace 4 años en la Comarca Andina dónde trabajo como profe de educación especial, escribo, público libros y participo en distintos eventos culturales y artísticos. Mis contenidos salen a diario por mis redes sociales.