Tipos frikis

Por: Delfina Filloy

ENTREVISTA A FAMILIA PLÓMEZ

Hablamos con Roberto Gamonal, Juanjo López y Nico Amateis, tres de los catorce miembros de Familia Plómez, un grupo de artistas y diseñadores que se dedican a mantener vivas las artes gráficas.

La Familia Plómez es una conspiración nacida al calor de las cañas entre amantes de la tipografía que, habiendo probado los placeres de la composición con plomo, decidieron pasar a la acción, firmar papeles, aligerar el bolsillo, y montar un taller en Madrid con sus máquinas gordas y sus señores con barba para pasárnoslo estupendamente, mancharnos mucho y reírnos más.

Nos fijamos otro objetivo, enseñar y difundir lo que supiéramos acerca de las técnicas de impresión, la tipografía y cualquier cosa relacionada con la letra. Y esto, ¿por qué? ¿qué nos ha movido a abandonar la comodidad del mundo digital y nos arroja al mundo de la tinta, el disolvente y el plomo? Es la facilidad del ordenador la que nos ha quitado algo a la hora de utilizar tipografía. Todo va muy deprisa y este oficio se aprende con calma. ¡Ya está bien de líneas asépticas e impolutas! ¡Viva la imprenta rancia! ¡Los pelos como escarpias!

www.familiaplomez.com

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¿Qué es Familia Plómez?

Roberto: La Familia Plómez nace a finales de 2011 entre cervezas y tapas en una reunión en un bar de antiguos alumnos del curso de Tipografía Digital del IED en Madrid, donde la semana de clase en la Imprenta Municipal con Eva de la Rocha hizo que muchos descubriesen los placeres del plomo y la tinta y quedasen con ganas de más. 

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La mejores cosas nacen en un bar. 

R.: Sí, claro y más aquí en Madrid. Digamos que las mejores cosas nacen en un bar y después de dos o tres cervezas entre amigos (risas).

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Cervezas milagrosas que crearon nada más y nada menos que Familia Plómez.

R.: Sí. Sin mucha planificación, decidimos montar el taller.

Juanjo: El pequeño plan se convierte en un gran proyecto con unas cuentas hechas en una servilleta y sin la menor idea de cómo llevarlo a cabo. (Risas).

R.: Para ese entonces no sabíamos bajo qué nombre legal iba a estar. No sabíamos si sería una asociación o una imprenta comercial. Finalmente decidimos ser una asociación cultural con un objetivo claro que es la preservación de las técnicas de composición e impresión artesanales. 

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¿Por qué una asociación?

R.: No nos veíamos como una empresa o una sociedad limitada o Pyme, porque cada uno de nosotros tiene su propio oficio o trabajo afuera, más allá de Familia Plómez, entonces no íbamos a poder dedicarnos full time a este proyecto. Como Asociación tenemos la posibilidad de facturar como cualquier empresa, pero a nivel contable nuestro ejercicio económico no tiene beneficios particulares.  

J.: Digamos que podemos tener gastos pero no beneficios. Podemos perder dinero pero no ganarlo.

Nico: Nos sale caro ganar dinero (risas). 

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¿Cómo está compuesta la Familia?

J.: Apenas comenzamos éramos doce miembros fundadores.  

N.: Ahora somos catorce. Yo soy de la parte añadida, de los adoptados más tarde. A mí particularmente me cambió la vida Plómez. Es que es un proyecto que ha hecho muchísimo por la difusión, por rescatar cosas antiguas, por preservar la tipografía. Además, Plómez es un proyecto de amigos; yo estoy aprendiendo todo el tiempo y además, haciendo lo que me gusta. Digamos que te ensucias las manos, literalmente, pero haciendo lo que disfrutás. Eso vale mucho. 

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No sólo Familia Plómez es un proyecto que nace entre cervezas y amigos, sino que se mantuvo en el tiempo, reunió a más personas y funciona totalmente. Todo eso tiene doble mérito.

R.: Bueno, bueno, hemos tenido nuestros grandes altibajos. Esto no ha sido idílico. 

J.: Pero aquí seguimos. 

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¿Cuáles son las bases de Familia Plómez?

R.: Cuando creamos Familia Plómez nosotros queríamos imprimir, hacer cosas desde el punto de vista del diseño actual, pero utilizando técnicas de impresión antigua. Además queríamos aprender la técnica y enseñarla. 

J.: Nuestro plan es dedicarnos a tres cosas: imprimir lo que nos apetezca y venderlo en una tienda online, hacer encargos sencillos sin pretender convertirnos en una imprenta convencional y hacer talleres y cursos de cualquier cosa relacionada con la letra, desde nuestros propios talleres de composición e impresión con plomo y madera hasta cursos de caligrafía con profesores invitados. 

N.: Organizar los talleres a los que nos gustaría asistir y que nadie hace en Madrid.

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¿Qué es Familia Plómez en una palabra? 

R.: Una vez mi hija fue al taller y puso un cartel en la puerta que decía: “los de Familia Plómez son unos frikis” y creo que eso nos define muy bien. Frikis.  

J.: Sí, sin duda. 

N.: Yo creo que ahí coincidimos los tres y los once restantes también (risas).

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En Argentina serían manijas. 

N.: Unos frikis manijas. 

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Volviendo al trabajo tipográfico, ¿cómo te podés enamorar de una letra?

R.: Uy, yo por ejemplo cuando doy clases a los chavales que tienen dieciocho o veinte años, suelen odiar la clase de tipografía o piensan que es una asignatura pesada. Lo que pasa es que a la tipografía la empiezas a valorar un pelín más tarde. Cuando ya empiezas a entender que la tipografía es muy importante para ser diseñador gráfico, y además es algo que está constantemente a nuestro alrededor. De repente, ves un cartel o un libro y lo primero que observas es la tipo.  Ahí es donde comienzas a ser un enfermo de la tipografía. 

J.: Un friki de la tipografía. 

N.: En mi caso, como diseñador y profesor también es una pasión que fue creciendo poco a poco. Muy determinante fue el curso de tipografía digital de Plómez, que se hace cada dos años. Ahí fue el flechazo final con la tipografía. Lo más bonito y noble me parece que es poder enseñar el amor a la tipografía. 

J.: Sin dudas. Nos pasa cuando damos talleres que la gran mayoría de los participantes quedan enganchados. Nos volvemos a ver una y otra vez. Digamos que todo este mundillo de la tipografía es pequeño y al que le interesa, se mete y no lo suelta más. 

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¿Qué pasa en los talleres con la gente que no es diseñadora o trabajadora de la imagen? 

N.: A veces damos talleres a empresas y viene gente que no está para nada vinculada con lo visual: los contables, administrativos y todo eso y, generalmente, son los que más exploran e improvisan, haciendo cosas maravillosas. 

R.: Los no diseñadores son los mejores alumnos. 

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Hay algo muy genuino e intuitivo cuando sos ajeno a un lenguaje. Pero sobre todo me parece importante pensar en el juego como aliado en todo lo que tenga que ver con lo creativo. 

R.: Sí, hay un componente lúdico en todo lo que hacemos. A veces damos talleres para niños y a la hora de contar el trabajo tipográfico, lo hacemos explicando todo como si fuera un puzzle de piezas.  Es una forma muy dinámica de entender el oficio. 

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Entonces, ¿qué le dirían a alguien que tiene que diseñar su propio cartel y no tiene mucha idea de tipografía?

R.: Que tenga en cuenta que las letras comunican constantemente, más allá de la forma que tenga el texto. Que las letras nos dan pistas y que es muy importante conocerlas para poder comunicar exitosamente los mensajes.

N.: Que ante la duda, siempre utilizar la Times (risas).

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¿Y qué pasa con la cuestión técnica? ¿Las máquinas que utilizan requieren de mucho conocimiento? 

N.: Yo tuve la suerte de tener a Roberto y Juanjo de profes y me enseñaron todas las mañas de las máquinas: dónde no tenía que meter la mano o cómo funcionan los detalles. Es importante conocer el funcionamiento de las máquinas desde cero.

J.: Sí, a ver, son máquinas que tienen cuatro o cinco trucos que sí ó si tienes que conocer. Son máquinas muy sencillas, un poco complicadas de usar pero en cuanto tienes que imprimir algo y quieres que quede bien, no te queda otra que aprenderlo. Pero no deja de ser algo mecánico; basta con aprender dónde hay que apretar o tocar y listo. Después sale solo.

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La famosa prueba y error. 

R.: Sin duda, aprendimos a usar las máquinas a base de ensayo y error. 

J.: Nuestros primeros carteles ahora nos parecen horribles. (Risas)  
N.: Eso lo fuimos aprendiendo. Está bueno poder experimentar la prueba y error pero en algo que te gusta hacer. 

J.: Sí, al principio queríamos aprender a hacer un montón de cosas y terminábamos haciendo tarjetas de casamiento o chucherías de ese tipo y después nos dimos cuenta que, en realidad, ese tipo de encargos vienen bien porque ganas un poco de dinero, aprendes a hacer cosas que no sabías a hacer, pero luego piensas y no vienes al taller todas tus tardes, después de tu trabajo, a hacer una tarjeta de casamiento de alguien que ni siquiera conoces. Entonces ya la cosa comienza a cambiar: venir al taller a hacer lo que nos gusta y eso es imposible que se agote. 

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¿Los visitan mucho en el taller?

R.: A veces estamos trabajando en el taller y notamos una mirada desde afuera y es un señor jubilado que está ahí viendo las máquinas y que fue impresor. Nos cuenta de su juventud y nos enseña a usar mejor las máquinas y a llamar las cosas por su nombre. 

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¿Qué se necesita para mantener un taller como el de Familia Plómez

J.: ¡Pasta! (risas)

R.: Yo creo que la tolerancia es lo que más se necesita. Todos nos conocemos mucho y somos distintos pero hay una base de tolerancia que es clave. Y bueno, como dice Juanjo, se necesita dinero para cubrir una serie de gastos mensuales.  

N.: Como en toda familia, tenemos nuestros momentos de desencuentro pero lo más importante es el cariño que nos tenemos.

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Las opiniones y comentarios desarrollados en esta publicación responden a la subjetividad de los autores que participan.