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¿Qué pasó en el medio? Celebramos el nacimiento de Internet, nos conectamos con el mundo, creamos comunidades, tuvimos oportunidad de compartir conocimiento, expresarnos, dejar una huella (digital). El soñado mundo hiper conectado, en red, colaborativo, se tornó un mundo oscuro. Las democracias globales de repente están fracturadas, los estados nación doblegados al imperio de las plataformas digitales que propician la cultura del desencuentro. El abandono de las instituciones de la modernidad se manifiesta como una crisis transversal. Surgen las ultraderechas que emergen en todo el globo, sustentadas en discursos tan chatos, agresivos, desopilantes como pegajosos. Noticias falsas, odio, terraplanismo, antivacunas, “trad moms” (madres tradicionales) y cripto bros. Tribus herméticas. Las utopías apadrinadas desde el campo de la tecnología y la comunicación, como “Aldea Global”, “Mundo Virtual”, “Ser Digital” bajo las hipótesis del libre acceso a la información, la inteligencia colectiva, de la red y la conexión global se desvanecen en el reflejo sombrío de la pantalla del black mirror. Hay una nueva batalla y se está dando en nuestras mentes. 

Play the game.

En una oficina del CERN en Berna, Suiza, Tim Berners Lee, mucho tiempo antes que Colisionador de Hadrones, la Máquina de Dios, hiciera chocar protones para generar pequeños big bangs a escalas medibles de laboratorio, oprimía el botón de la compu de escritorio de su oficina que albergaba el primer servidor web. Café en mano, esperando que arranque la compu de una vez por todas, reflexionaba sobre ajustes que le harían falta al código para operar su otro juguete científico, el primer sitio web. Cuando ya sorbía el café ni se imaginaba que el servidor y el código en los que había trabajado, serían revolucionarios. Nacía la World Wide Web y el protocolo que haría posible que la Internet pudiera salir del circuito cerrado del ARPANET, el sistema de defensa nacional norteamericana o los laboratorios universitarios que se conectaban punto a punto: emisor – receptor. 

La globalización era un concepto que resonaba en los medios, en la academia y era tangible hasta en el más remoto confín del planeta. Con el definitivo derrumbe del muro de Berlín y el fin de la era soviética, occidente imponía su relato. La cultura pop norteamericana se había consagrado con su narrativa de la libertad, la diversidad cultural, la transnacionalización de las empresas, los capitales. Nosotros con “Un osito de peluche de Taiwán”. El mundo ya estaba al alcance de la mano pero la globalización necesitaba por entonces un empujón, y Tim estaba allí para hacerlo. Diez años después de ese café, el mundo interconectado por internet rogaba que el Y2K, la transición electrónica del milenio, no nos llevara puestos como civilización. No pasó, claro. Pero la idea de que operamos en red, que la tecnología de las comunicaciones era trascendental para el funcionamiento del mundo globalizado quedó sellada allí, para siempre. 

En el furor especulativo del mundo financiero se suscitaron inversiones multimillonarias para empresas emergentes hasta llegar a su gran derrumbe. Entre  2000 y 2001 llegan a su máximo esplendor de capitalización. La burbuja de las punto com explota. Muy pocas grandes empresas sobreviven. Argentina tuvo sus unicornios, sueños de oro, que se fueron también con las vibras del 2001 local: yeyeye.com del baterista de Soda Stereo, Charly Alberti y elsitio.com de Pepe Cibrián que llegó a cotizar en NASDAQ. 

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El nacimiento de Internet trajo mucho entusiasmo y motivación. Tuvo oportunidad para crecer. En el mundo académico se desarrolló la teoría de la hipertextualidad. Si bien era un concepto ya utilizado anteriormente, cobra relevancia con la expansión de posibilidades que traía la nueva tecnología web para poder hipervincular textos con otros textos, imágenes, videos, todos al alcance de la mano. La hipertextualidad era real. El discurso digital propicia la intertextualidad, el cruce de universos narrativos y la participación colectiva de modo instantáneo, con lo cual se conforma una cultura remix. Esta transacción tan fluida de contenidos, que se apilan, se mezclan, se citan mutuamente, es el caldo de cultivo de la cultura memética que hoy nos resulta tan familiar. (Ver nota MEME, ingenio popular en la narración de lo cotidiano)

Algo de lo que habla muy tempranamente Herny Jenkins del MIT sobre la cultura participativa y luego también desarrolla el académico argentino Carlos Scolari con su abordaje de las narrativas transmediales. 

Lo que había pasado en muy poco tiempo es que Internet no solo se constituía como una instrumento de comunicación masiva, algo a lo que ya el siglo 20 nos había domesticado, sino que traía ahora la novedad de la comunicación uno a uno, la comunicación red. En 2003 el sueco Robert Burnett y el australiano David Marshall, amplificaban en su Teoría de la Web, el entendimiento sobre lo que teníamos entre manos. La web no es solo una tecnología o una herramienta de información, sino un espacio cultural que reconfigura nuestras formas de interacción, producción y consumo de contenido. Se convierte en un lugar simbólico donde se construyen identidades, comunidades y discursos. Por su lado (y por estos lares sudamericanos) Jesús Martín Barbero (2002) reflexionaba sobre esta nueva configuración que se planteaba con la globalización económica e informacional que nos traía la red de redes. Existe para él una tensión entre las mutaciones tecnológicas, las explosiones e implosiones de las identidades y las reconfiguraciones políticas de las heterogeneidades. El cambio estructural es tan grande y significativo, que -adelanta-. está transformando nuestras identidades. Se aceleran las operaciones de desarraigo y se volatilizan las identidades que ahora “flotan libremente en el vacío moral y la indiferencia cultural” (p 14 y15).

Seguí participando.

Post caída y reorganización del escenario tech hubo otra gran revolución que encarnó el deseo humano de conexión. Nace la web 2.0 y con ella la posibilidad de que los usuarios puedan tener mayor protagonismo. Merced a los avances tecnológicos, ancho de banda y desarrollo de la industria del software aplicada a la web, los usuarios de Internet ganan en participación. Mark Zuckerber era apenas un adolescente aun cuando la web se vuelve colaborativa y los usuarios pueden abandonar la actitud pasiva que les imponía la navegación en portales. Sería ese joven Mark quien poco tiempo después se apropiaría de un incipiente proyecto universitario de Harvard genialmente retratado en el filme “The Social Network” (David Fincher, 2010). En 2004 nacía Facebook. En 2005 Youtube, ya conocíamos al buscador Google, pero también a Yahoo y un extinto Altavista. La telefonía móvil transicionaba al mundo smartphone. El mítico Steve Jobs con su clásica polera parado frente a un auditorio lleno de fans presentaba el Iphone y la historia tenía un nuevo giro. Internet, participación y portabilidad, una química perfecta para otra revolución. Todos fenómenos tímidamente emergentes. Hoy las big techs son grandes tanques hegemónicos. A eso vamos. 

Cumbio nena. El renacimiento influencer.

Recordemos que en tiempos de conexión Dial Up de 0,5 megas (en el mejor de los casos) veíamos los portales, los sitios de internet, pero la participación como internautas en ese gran foro de Internet estaba ceñida a los comentarios al pie, si es que el sitio lo permitía. Por lo general era una novedad  de los portales periodísticos o los blogs. Digamos que Internet era bastante unidireccional, pero con el temprano advenimiento de la web 2.0, una nueva configuración de la red que permitía como novedad otorgar participación a los usuarios hubo una joven que se hizo célebre de la noche a la mañana. Ahora que la tecnología permitía la bidireccionalidad, en Argentina nacía, a la par del boom de los cibercafés, el fenómeno Cumbio. Con su colección de fotos en la web logró devoción rockstar. El mérito: un rostro muy pregnante, encuadrado en 200 pixeles y esa estrella que solo te ilumina en el lugar y tiempo indicado. Los fotologuers o floggers amanecieron como una nueva tribu urbana digital pero que tenía su correlato territorial en los shoppings porteños. Agustina Vivero @soycumbio quien se define como la primera influencer argentina, era apenas una adolescente que, gracias a Fotolog.com y sus selfies irresistibles colgados en su perfil, logró cosechar miles de seguidores en un fenómeno cultural, novedoso por su procedencia digital: el movimiento flogger. Los pibes se laikeaban (me gustaban) en redes pero se encontraban en el espacio urbano. Un ritual que tributaba al culto de la personalidad, que se enriquecía con bailes, raros peinados nuevos, accesorios y, claro, una cámara digital para la selfie en el shopping. Inocencia. Pero el primer escalón de lo que viene.

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¿Libres o sueltos? Sos tu propio CEO. 

Una joven universitaria atraviesa la ciudad en bicicleta, son las 21:35 hs, en un día de semana. Puede ser en cualquier ciudad del planeta, y pasa aquí al lado también. Corre a contrarreloj para que la hamburguesa que lleva en su mochila de Rappi no se enfríe. El riesgo de llegar más tarde de lo estipulado por la plataforma puede suscitar una penalidad que se traduce en menos viajes y menos guita para cerrar el ingreso que la sostiene día a día.  

La web 2.0 inauguró la era del protagonismo de los usuarios y el culto a la individualidad. Un hágalo usted mismo, menos soberano, digital, aunque más bien pixelado. La idea de lo colectivo comienza a licuarse en la batidora del ego en tiempos de baja autoestima. El advenimiento de nuevas plataformas a la compulsa por la atención de las audiencias trajo a la palestra plataformas como Twitter (hoy X), el clásico Facebook, Instagram, también Snapchat, y más cerca aquí en el tiempo la arrolladora de origen chino, Tik Tok. Los textos personales florecen en el microblogging de Twitter, y Snapchat inaugura el posteo de contenidos efímeros de los usuarios, aspecto que luego recupera Instagram con las historias, además de los conocidos carretes de fotos. Youtube se suma más tarde con los shorts. La narrativa de lo breve gana lugar. El concepto en todas las plataformas es el dominio de la individualidad, la brevedad y el scroll infinito. Carlos Scolari (2020) define este tramo de la posmodernidad como “Cultura Snack” donde prevalece lo breve, lo efímero, lo volátil, lo líquido, donde los usuarios consumen todo a demanda como si fuera cualquier bocado de producción industrial. 

 El algoritmo favorece la autoría propia y va modelando los relatos y narrativas en favor del usuario que produce con disciplina. El objetivo de las plataformas, en sociedad desigual con los productores de contenido, es la atención contínua de las micro audiencias, el gran commoditie de las nuevas plataformas. Cada segundo de mirada atenta sostenido en la línea de tiempo y el scroll, monetiza. La retención de la mirada vale oro, se comercializa como un producto para las marcas que, gracias a las plataformas, cada vez saben más de nosotros que nosotros mismos. Esas reglas globales, esos modos y estructuras para pertenecer y que los contenidos tengan oportunidad de circulación, operan transformando subjetividades de los usuarios/as, desanclaje de estructuras tradicionales, e incluso incomunicación en los mismos entornos familiares. Esa reconfiguración de los mecanismos de identificación y de construcción de identidad es algo de lo que explora, en tono de clima de época, el drama británico Adolescencia (2025). La trama social se rompe en todas las instituciones modernas: la familia, la escuela, la justicia y un largo etcétera.

Gente rota.  

La fractura de lo colectivo como dispositivo de construcción social se comienza a manifestar en todos los órdenes. Hablábamos de los consumos y producciones culturales, pero hay otro gran cambio paradigmático en la economía de las plataformas. Con la atractiva puerta de entrada alrededor de la colaboración colectiva y el desmantelamiento de gigantes de hierro de la era industrial, irrumpen plataformas como Airbnb donde los usuarios, propietarios de apartamentos comienzan a ofertar individualmente en el mercado inmobiliario y turístico. Del mismo modo Uber rompe con la extensa tradición del transporte urbano de colectivos y taxis y le otorga a usuarios propietarios de vehículos la posibilidad de ser transportistas de otros pasajeros/usuarios. El fenómeno Airbnb está produciendo un resquebrajamiento de la organización territorial y demográfica en todas las ciudades del mundo en un fenómeno llamado gentrificación. El saldo: hay menos oferta para cada vez más inquilinos y más plazas de alquiler temporario para la sobre-explotación turística. En el caso de Uber se dinamitan estructuras anteriores y los usuarios, ciudadanos comunes, comienzan a ejercer tareas sin regulación estatal y mucho menos con protecciones de derechos laborales. La misma secuencia de precariedad se replica para los trabajadores de plataformas como Rappi o Pedidos ya, tal como nuestra ciclista, gerente de su propia vida. 

Only Fans, una plataforma originalmente pensada para organizar comunidades de fans con posibilidad de retribuir a influencers creadores de contenido, de repente se convirtió en un gigantesco negocio de venta de contenidos eróticos y pornográficos a demanda. Ahora usuarios y usuarias desde la habitación de sus hogares en cualquier parte del planeta reciben recompensas en dólares de otros usuarios consumidores. La sexualidad está plataformizada, al punto que Tinder a través de su algoritmo categoriza estándares de belleza y favorece cierto tipo encuentros y nuevas prácticas a la hora del cortejo. 

En la era de las plataformas la vida ordinaria está cada vez más organizada por sistemas de autogestión con interfaces herederas del gaming. Todo aquello con lo que organizamos nuestra cotidianeidad: banco, compras online, inversión, romance, transporte, búsqueda laboral, amistad, viajes y turismo, y un largo etcétera, está de algún modo atravesado por una interfaz amigable, fácil, y con un sistema de recompensas. Todo tiene corazón, todo tiene un me gusta o acumula puntos. Dopamina. Satisfacción instantánea.

Las microculturas emergentes son fruto de esas reglas del juego. Este nuevo ecosistema global, por ejemplo, dio lugar al florecimiento de usuarios (predominantemente varones) que veneran la cultura financiera: los cripto bros. Jóvenes centennials que generan contenidos sobre finanzas, criptomonedas, estilo de vida suntuoso, culto al cuerpo “masivo” y sobre todo a la productividad. (Si querés saber más sobre criptomonedas podés leer la nota de Cripto Arte aquí en Árida) Así como florecen estas narrativas eufóricas, también prosperan situaciones complejas de ansiedad y depresión en niños, niñas adolescentes y adultos subsumidos al scroll infinito. 

La individualización frente a la colectivización en la economía de plataforma promueve trabajadores “libres”, o bien, sueltos, dispuestos a la compulsa minuto a minuto por la fuerza de trabajo mediada por algoritmos. 

Tecno qué? Criptobros al poder. 

El economista, catedrático y pensador griego Yanis Varoufakis está siendo trending topic de manera muy recurrente en las redes, los medios de comunicación y foros on y offline de todo el mundo, aunque suponga a esta altura que hablo desde mi propia burbuja. Lo cierto es que Yanis nos trajo una nueva mirilla para entender lo que está pasando. El muchacho de apellido difícil de retener, ha planteado que el capitalismo tal como lo conocemos está mutando. Eso ya lo sabemos, claro, pero trae una reinterpretación del concepto del viejo y conocido feudalismo, que puede servir para leer con claridad lo que parece que está pasando. Cambian los “patrones”: lejos queda el lobby del industrialismo y la producción, ahora, el nuevo poder se concentra en corporaciones digitales (los nuevos señores feudales) que no generan directamente valor, sino que extraen rentas a través del control de plataformas. Una arquitectura de poder tecnológico que se basa en la acumulación de datos de la humanidad, enterrados en grandes servidores desparramados en todo el mundo. Este concepto lo denomina tecno feudalismo, una estructura donde los grandes señores digitales —Alphabet (Google), Amazon, Meta, Apple— poseen los “feudos” digitales: ecosistemas cerrados, con sus propias reglas, a los que accedemos como “siervos” con cuenta y contraseña. Lo que pasa es que está mutando nuestra relación con el mundo, la condición de ciudadanía se sustituye por la de usuario o consumidor. Y en esa novedosa condición estamos gestionados por algoritmos que modelan nuestros hábitos, emociones, decisiones y deseos. La lógica no es productiva, sino extractiva: lo que se produce son datos, y lo que se monetiza es nuestra atención, convertida en materia prima. El único mercado libre que queda es el que lleva como marca la fintech más exitosa de Argentina con oficina central en Uruguay y próximamente en el paraíso fiscal del norte: Delaware. El mercado está sujeto a intermediarios que controlan el acceso y la visibilidad de todo lo que circula. Un capitalismo que se devora a sí mismo. La economía colaborativa, que prometía horizontalidad, ha sido absorbida por una lógica jerárquica de código y servidores. Los ejércitos tecno feudales, como los centinelas de la Matrix, son trolls que dan la disputa capilar en el territorio digital. Cripto bross, influencer fitness, trad moms, terraplanistas, coaches ontológicos emocionales, expresan la cultura emergente de CEOs de su propio destino. El odio es insumo de fracturación. 

El mundo ha cambiado, las tecnologías de la info comunicación que prometían una Aldea Global de horizontalización del acceso a la información, la comunicación en red, la colaboración y la inteligencia colectiva la vemos por el espejo retrovisor con cierta nostalgia. Lejos de ello, emergieron las plataformas que hoy dominan el mundo y trazan las políticas públicas con perspectivas de acumulación y no de derechos civiles. 

Los ricos no piden permiso.

En 2018 (ayer nomás), Mark Zuckerberg acudía al llamado del Senado estadounidense donde pediría perdón públicamente por el escándalo político internacional de Cambridge Analytica. Resulta que el magnate, vestido de traje para la cita, había “prestado” su plataforma para el uso indebido de datos de los usuarios de Facebook para favorecer a candidatos políticos o propiciar zonas de conflictividad en todo el mundo. A quién? A Cambridge Analytica, una consultora política con sede en Londres que atendía a clientes de todo el planeta (con capacidad de pago) y se valía de la virtuosa capacidad de análisis masivo de datos. Los datos los obtenía de la plataforma de Zuckerberg sin que la ciudadanía y el sistema político lo supiera (seguro dieron ok en la “Aceptación de condiciones de Uso”, la letra chica 😜). Ellos habían logrado establecer perfiles psicológicos bien sofisticados de los usuarios a partir de rastrear sus interacciones cotidianas. Unas cuantas decenas de likes eran suficientes para saber sus preferencias políticas o culturales y usarlas para agitar o consolidar sus posiciones sobre diversos temas. La capitalización masiva del sesgo cognitivo de los usuarios. En Argentina no quedamos afuera de ese laboratorio, el escándalo salpicó al gobierno de Mauricio Macri quien habría utilizado los recursos para agitar las redes durante su campaña de 2015 (Ver Nada es Privado (2019)

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Lo cierto es que hasta entonces el Estado mostraba sus últimas cartas republicanas regulatorias. Los vetustos senadores no lograron entender lo que pasaba y lo que venía. A todo esto en 2021, el viejo Twitter (luego también Facebook) expulsaba de manera permanente a Donald Trump por su incitación a la violencia que llegó hasta el capitolio, cuando hordas de seguidores fanáticos querían interrumpir el proceso democrático que había llevado a Joe Biden a la Casa Blanca. Distópico. Se repetiría en Brasilia con los fanáticos de Bolsonaro frente a la asunción de Lula Da Silva. 

El escenario se modifica cuando el magnate de derecha Elon Musk compra Twitter, le cambia el nombre a X y Donald Trump vuelve fortalecido al poder. Hoy los billonarios de Silicon Valley ya no están confesando al parlamento sus -al menos cuestionables- políticas de uso de datos entre balbuceos, dudas y sudor frío, hoy los ex jóvenes promesas de las big techs son parte del gobierno. Plataforma mata urna. 

El último hilo de ciudadanía cruje en un mundo que se le escapa de las manos. Para las ciudadanías fracturadas urge pensar ese mundo nuevo, con un nuevo contrato social, digital, capaz de reconocer los derechos (perdidos). Suena lindo,  aunque es cierto, resulta difícil pensar futuros posibles mientras que pedaleamos contrarreloj para entregar el paquete a tiempo.  

En esta nota consultamos a:

Jesús Martín Barbero

Carlos Scolari

Henri Jenkins

Yanis Varoufakis 

Miramos:

Adolescencia (2025)

The Social Network (2010)

Nada es Privado (2019)

El Dilema de las Redes Sociales (2020)

La Historia de El Sitio ( elsitio.com)

Tecno Feudalismo por Caludio Álvarez Terán

Les influencers: Criptobros al poder

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Conocí a Martina Carfagnini en IUPA cuando los dos éramos coordinadores de departamento, ella de Arte Dramático y yo de Artes Audiovisuales. Compartimos algún que otro mate, varias reuniones de trabajo y nada más. Ella era tan agradable y tenía tan linda energía que me parecía que la conocía desde hace tiempo. Sin embargo, no, no la conocía tanto.

Hace algún tiempo, me dijo que estrenaba una obra, se llamaba La Mother y además de haberla escrito,  la actuaba. Me gusta cuando conocidos y amigos estrenan, editan, presentan, exponen, hacen. Siento que los veo desde otra perspectiva y me dan ganas de hacerlo. Conocer el arte después que a la persona no es algo común, lo normal es conocer obra y después artista. Además creo que siempre es importante apoyar el arte local, si no nos apoyamos nosotros, nos devoran los de afuera y los de más afuera.

Intenté ir a ver la obra, fui sin reserva y no conseguí entrada. Meses después la repuso en otro lugar y agradecí no haber entrado la primera vez ya que gracias a eso conocí la sala Felisa Camú, de Roca. Un cálido  espacio de extraña distribución creado por la gran artista y referente mapuche Luisa Calcumil. 

El título de la obra, La Mother, me decía algo, pero a mi me gusta ver las obras y las películas sin saber nada de ellas. Así fui a la función, y esta vez, no siempre es así, me sorprendí para bien. Con La Mother sentí olores, sentí el frío cordillerano por más que estábamos en diciembre, me trasladé a un lugar tan real como onírico, tan biográfico como soñado. Conocí a la mamá de Marti que ya había partido hace un tiempo, su vida su lucha, su tozudez, sus deseos, sus carácter. También una época difícil en un lugar, difícil, en una  sociedad difícil. Pero sobre todo, la vi a Martina. La conocí desarmada, desgarrada, la vi secándose al sol después de limpiarse en el agua más pura. ¡Qué lindo es ver a artistas entregándose así! 

Como dice un amigo, si la obra o la peli pasa “la milanesa” es que es buena. Se refiere a que si cuando vas a comer después de verla, seguís hablando de eso, valió la pena. Vi La Mother con un amigo y pasamos toda la cena hablando de la obra. 

Pero no solo pasó la milanesa, pasó también las noches siguientes. Días después, mientras me seguían cayendo fichas, indagué y llegué a lo que es un biodrama, este término creado por la directora Vivi Tellas, que basa las obras en la vida de las personas. Martina lo hizo con la de su madre, pero a través de eso describió mucho más, como ya dije, lugares, épocas, ideas, almas, sensaciones.

Tuve la suerte de ver una función especial. Ese día veía la obra por primera vez el papá de Martina, por supuesto protagonista de la biografía que despertó La Mother. Emoción en el escenario, emoción en primera fila y emoción en cada butaca. 

Ayer me crucé a Marti y me contó que su papá había muerto hace un mes. Me salió darle un abrazo, abrazo que no hubiera sido tan sentido si no hubiera visto La Mother. Con La Mother conocí un género teatral que me cautivó, el biodrama. Qué prueba más que ese abrazo que ese género nos acercó, que  el teatro y el arte nos acercaron. 

Conocí a Martina en IUPA cuando los dos éramos coordinadores de departamentos, ahora que vi La Mother conozco a Martina.

Ezequiel Epifanio @ezeepifanio

La Mother

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Ailín Schmidt

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“En el otoño el colibrí se fue a viajar / en la primavera regresó / 

lo reconocí porque le faltaba un dedo / 

me puse muy contenta cuando lo vi regresar”. 

Poema escrito por Otoño Uriarte, 1999 

Lunes 23 de octubre de 2006. 

De noche.

A esa hora en la que se cierran las cortinas, se encienden las luces y flota en la cocina el olor de la cena, en la casa de Otoño Uriarte ya estaban todos sentados alrededor de la mesa. Roberto Uriarte, su papá, y Ana Becerra, su madrastra, una, dos, tres niñas y un niño, miraban la novela en la tele. Sólo faltaba ella: Otoño. Había salido temprano por la mañana para ir a la escuela y no había regresado.

Vivían en la zona de chacras de Fernández Oro, un pueblo pequeño del Alto Valle de la provincia de Río Negro que en ese entonces no tenía más de seis mil habitantes y sus vecinos todavía podían decir que “todos se conocían”. Una única calle unía la casa con el centro de la localidad. La calle Kenedy. Oscura, larga y de tierra.

La familia Uriarte había llegado a ese lugar con la esperanza de montar un proyecto productivo. Antes, había vivido en El Bolsón, donde Otoño pasó su infancia. Pero la falta de trabajo estable los obligó a emigrar al valle. Compraron sus animales. Una vaca, un chancho, conejos, un caballo, abejas y más de trescientas gallinas que corrían detrás de los niños y los niños detrás de ellas, en una convivencia natural. 

Por ese tiempo, los días transcurrían difíciles, austeros, pero tranquilos. Roberto trabajaba en un programa de control de plagas y hacía changas. Ana salía a vender huevos. Y Otoño, con 16 años, cursaba su tercer año de la escuela secundaria.

–¿Dónde estás? –le preguntó Roberto por mensaje de texto. 

No obtuvo respuesta. Probó llamarla. Nada. La noche empezó a caer. 

–Ella siempre nos avisa, es raro –dijo Ana. 

Roberto intentó tranquilizarla. Se habrá quedado con alguna compañera de voley, respondió. Pero Ana sentía algo en el pecho. Miró por la ventana y vió que pasaba el auto de la policía. Y otra vez la cosa en el pecho. 

Cerca de las 23 Roberto se calzó los zapatos, un abrigo y salió en su moto, una Zanella de color gris, a buscarla. Dio una vuelta por el pueblo. Pasó por el Polideportivo donde Otoño tenía clases de voley, pero las chicas ya habían terminado de entrenar. Fue a la casa del profesor y a la de una amiga. Dio otra vuelta. Nada. A eso de las 23:45 estaba de regreso en su casa, sin novedades, sin imaginar lo que había pasado, intentando pensar que su hija iba a volver. 

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Otoño lleva algo de viento en su nombre. Lleva algo de viento que huele a tierra y agua. A barro. Una hoja que pende de un árbol y se mece en una lucha invisible por no caer, por no perderse en el olvido como tantas otras hojas. Como tantas otras muertas.

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Lunes 23 de octubre de 2006 

Por la mañana. 

Otoño se levantó temprano, se calzó el pantalón azul, la remera a rayas naranjas, amarillas y verdes y el buzo negro con una franja amarillo flúo a lo largo de la manga. Ató los cordones de sus zapatillas negras, colgó sobre su hombro la mochila de La Renga y a las siete y veinte de la mañana salió. No alcanzó a ver a su papá, que ya se había ido a trabajar. 

Se despidió de su hermano en la parada del colectivo que lo llevaría a la escuela primaria y siguió pedaleando en su bicicleta todo-terreno rojo despintado. Pedalear. Moverse. Flamear como el viento. Su papá dice que ella era fiel reflejo de su signo chino, el caballo: era así, de ir para adelante.

Casi a la misma hora, Leire Segovia se apresuraba a vestirse. Otra vez se le hacía tarde y estaba segura de que Ercilia Zarrabeitia, su compañera que vivía a la vuelta, ya se habría ido porque le encantaba llegar bien temprano a la escuela, ser de las primeras. En cambio pensó que podría encontrarse a mitad de camino con Otoño, su nueva amiga que venía desde la zona de chacras en bicicleta, la dejaba en casa de Ercilia o de Teresa Cau y seguían caminando junto a ella al colegio. 

Ya no tenía tiempo de desayunar, agarró al vuelo dos panes con manteca y dulce de leche, se calzó la mochila y salió. 

–¿Por qué te llevas dos? –alcanzó a preguntar su mamá que la venía casi empujando de atrás para que saliera de una vez. 

–Para la Oto, ma. Seguro me la encuentro en el camino.

A las 7:50, Leire salió de su casa y al pisar la vereda escuchó a sus espaldas el silbido que esperaba. Era Otoño en su bicicleta, pedaleando a todo dar. 

Otoño y Leire se habían hecho amigas ese año. Por varios días, Otoño había tenido que faltar a la escuela a causa de una varicela y empezó a ir a casa de Leire a buscar la tarea. Ella era la mayor de siete hermanos y como tal, se asombraba de la capacidad que tenía Otoño para empatizar con los niños como si fuera una más de ellos. Una vez, la pescó con el más grandote de sus hermanos saltando arriba de la cama de su mamá, a los puñetazos limpios.   

–¿Dejás la bici en lo de Erci? Yo te espero en la esquina –le dijo a Otoño, según lo declaró a la policía dos días más tarde, cuando su amiga ya no estaba.   

Ercilia ya se había ido, así que Otoño apoyó la bicicleta en la entrada de su casa y volvió junto a Leire. Buscaron a una compañera más y siguieron caminando las cuadras que faltaban para estar a las ocho en la puerta de la escuela. Sería un día largo: al medio día tenía informática y educación física, luego, pasaría por la casa de su amiga Adriana Salamanca y después iría a voley.

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Otoño nació el 24 de febrero de 1990 y el nombre se lo eligió su mamá. Dirán de ella que no pasaba desapercibida, que era impetuosa, teatrera como su madre, amiguera. Una chispa. Que le gustaba caminar y empaparse bajo la lluvia, jugar al voley y cantar canciones de Maná, La Renga o Los Piojos por los pasillos de la escuela a todo lo que da con su vozarrón de tanguera. 

También dirán que se fue con el novio. ¿Qué hacía caminando sola a esa hora, tan tarde?. Otoño volvé, dejá de hacer gastar plata, dirán. Y… con la familia que tiene, dirán. Hasta el subjefe de la Policía de Río Negro, Víctor Cufré, declarará a una semana de su búsqueda: “Estoy convencido de que Otoño se fue de su casa por su propia voluntad”.

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Julio de 2006

Tres meses antes de que Otoño desapareciera

Otoño lo abraza al Roly, todos lo quieren: es el perro más popular de la escuela. Mediana estatura, pelo corto, ondulado, cabeza marrón clarito y una franja blanca que le cruza desde el cuello hasta casi tocar el hocico. Entra a las ocho de la mañana y se va a la una del medio día, junto a su dueño Matías Bustamante, compañero y amigo de Otoño. Si el dueño falta, Roly asiste igual.

Pero este día están ambos. El perro posando para la foto debajo del brazo de Otoño, que lo abraza con la cabeza ladeada mientras mira a la cámara digital gris. Y Matías, el encargado de sostener la cámara. Otoño sonríe. Su pelo cae lacio hacia un costado. Click. 

Morena Sánchez, docente de plástica del CEM 14 de Fernández Oro que aún trabaja en la escuela, está saliendo de la sala de profesores cuando la sorprenden Otoño y Matías. 

–¡Profe, profe! ¿Nos sacamos una foto?

Posan abrazadas. Morena levanta el brazo derecho y saca la lengua, Otoño la imita. Morena está embarazada de su segundo hijo. Otoño tiene puesta la misma campera con la que fuiste vista por última vez antes de desaparecer. Click.

Agosto de 2006 

Dos meses antes de la desaparición

–¿Quién es esa piba? –cuchichearon por lo bajo las chicas de voley la primera vez que vieron entrar a Otoño al polideportivo. Cola de caballo, pelo castaño, un vozarrón. 

Otoño amaba jugar al voley y se convirtió en poco tiempo en una de las mejores. Tenía la altura ideal para hacer los remates y la actitud suficiente para tirarse al piso a rescatar la pelota en un embate mano a mano contra la gravedad.

–Vos te tirás al suelo y caes tipo gusano –le explicaba Otoño a su amiga Marina Anduelo.

La técnica se llama “secante” y Marina no se animaba a hacerla porque no tenía rodilleras, le daba miedo eso de tirarse al piso sin protección. Iba a voley desde niña, comenzó a los 9 años, mucho antes que Otoño, y aunque no jugaba tan bien como ella, nunca dejó de ir. “Mientras esté a su lado voy a aprender”, se repetía pensando algún día llegar al nivel de “las grosas”. 

Este agosto está cerca de cumplirlo. Va con Otoño a una concentración de dos días de entrenamientos físicos extremos junto a otros equipos. Tienen 16 años las dos. 

Aunque son parte de la práctica, los partidos se juegan a todo o nada. Suena el silbato, una de las contrarias cachetea la pelota con un remate que está a punto de perforar el suelo, pero Marina vuela  por el aire, estira los brazos, ondea su cuerpo tal y como le había enseñado su amiga, la rescata. ¡Pum, puntazo! 

–¡Bien, wacha!

Desde el piso siente la palmada enérgica de Otoño, que va corriendo desde atrás para felicitarla. Será la última vez que jueguen juntas.   

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24 de octubre de 2006.

Primer día sin Otoño.

¿Se enojó? ¿Se fue? Pero estaba su ropa, su documento, todo, pensó Ana. No podía ser.  

A eso de las ocho de la mañana, Roberto entró desesperado a la escuela, buscando a las amigas de su hija para preguntarles si la habían visto. Ella nunca se iba sin avisar. Era muy común que se quedara en casa de amigas a dormir, pero siempre, siempre avisaba. 

–El padre entró muy nervioso, buscaba a una de las chicas amigas de Otoño para preguntar por ella, yo le dije que espere, que antes tenían que ingresar al aula y pasar asistencia. Yo con el chip metido de lo que hay que hacer… nunca me imaginé –recuerda Nora García diecisiete años después de ese día. En ese entonces era vicedirectora del CEM 14. 

A las 10:40 Roberto radicó la denuncia en la Comisaría 26° de Fernández Oro. Ese mismo día, la Comisaría emitió un mensaje hacia las dependencias policiales de toda la provincia de Río Negro:

LUGAR: Cria 26° General Fernández Oro 

FECHA: 24 de octubre de 2006 

DESTINATARIO: Circular general 

DESTINO: Red Policial 

TXT N° 132 “D4-C” Raíz exposición policial radicada por ROBERTO ENRIQUE URIARTE solicito demora su hija OTOÑO URIARTE, de 16 años de edad, misma es de 1,70 estatura, cabello castaño claro, lacio, largo, ojos celestes, contextura física normal, vestía al momento de ausentarse pantalón buzo color celeste, campera negra y fucsia, remera con rayas varios colores, y una mochila color negra. Misma salió del domicilio el día de ayer, no regresando hasta la fecha. Habida que fuera proceder demora, fines restituida al hogar. Fdo. Crio VALLEJOS, JEFE DE UNIDAD 26°. GRAL FERNÁNDEZ ORO

Roberto luego dirá que ese día no informó a la Policía cómo estaba vestida su hija. 

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Ese primer día sin Otoño, Morena Sánchez no había ido a la escuela. Estaba de licencia porque le faltaba poco para dar a luz a su bebé. Dos compañeras profesoras fueron a visitarla. Tomando mates, una de ellas le dijo: 

–¿Viste que desapareció una estudiante nuestra? 

–¿Cómo que desapareció? 

No aparece, se fue a jugar al voley, no volvió a su casa, el papá hizo la denuncia, no se sabe si se fue con un novio. Todas esas cosas que se dicen cuando desaparece una mujer. 

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Otoño está en un mural en la pared de su escuela, el CEM 14 de Fernández Oro, y es lo primero que se ve al entrar. Las uñas largas y grises de una mano encierran a una joven de vestido largo que parece un ángel. Detrás de ella, la muerte sostiene su hoz. 

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Noviembre. Diciembre. Enero. Febrero. Marzo.

Sin novedad.

Desde que Otoño desapareció, la escuela se paralizó por completo. Se hicieron marchas todos los días para exigir la aparición de la estudiante. Sus compañeras, compañeros y docentes salieron a rastrillar por cada chacra, pastizal, canal y descampado, a la espera de encontrar algún indicio de ella. Sobre ese tiempo, Matías Bustamante recuerda que salían “guiados por un comisario” a rastrillar. 

Cada día al finalizar la jornada de búsqueda, toda la escuela, la familia, amigos, amigas, vecinos y vecinas y hasta el cura del pueblo que participaban de los rastrillajes, se reunían en el Polideportivo a recibir el parte del Comité de Crisis. 

–Todos los días era “sin novedad, sin novedad” –recuerda Roberto Pinilla, un docente que acompañó desde un principio la causa.

–Ya para el día siguiente de la desaparición nos empezamos a organizar con el curso para salir a buscarla. Me acuerdo patente que por en frente de mi casa pasa el colectivo y con una amiga nos subimos con un cartel con la foto de ella a preguntar si la habían visto. Todos los días lo hacíamos. Todos –cuenta Leire Segovia. 

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Otoño está en una carta escrita por sus compañeras mientras la buscaban. Una carta guardada en una carpeta, en un armario de la escuela. Una carpeta desempolvada. Una carta que dice:   

A pesar de que no te conocí, no quiero que ocurra lo mismo que mi prima Daniela Calfupán. No quiero que se olviden de vos como de ella. 

Daniela Calfupán tenía 14 años cuando fue asesinada en 1995 en Fernández Oro y su crimen quedó impune. En toda su historia, en el pueblo hubo cinco femicidios. Hasta ahora, sólo uno había tenido condena.

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En General Fernández Oro la mayoría de las calles son de tierra y tienen el mismo color ladrillo que sus casas de techos bajos. En verano es común pasar las tardes al río que le da nombre a la provincia, el río Negro. Hay quienes dicen que es un pueblo tranquilo y quienes sostienen que antes lo era, pero que ya no. 

–Siempre fue un pueblo tranquilo hasta que pasó lo de Otoño –dicen algunos. 

–¿Desaparece una chica y vivís en un pueblo pacífico? – preguntan otros.

–En Fernández Oro nos conocemos todos, creo. Y está faltando una persona. Esto no es normal.

La ciudad más cercana es Cipolletti, está a unos seis kilómetros y es conocida como la “Capital de los femicidios” por los dos triple crímenes. El primero fue en 1997. María Emilia González, de 24 años, su hermana Paula Micaela, de 17, y una de sus mejores amigas, Verónica Villar, de 22, salieron a caminar y nunca regresaron. Sus cuerpos asesinados fueron encontrados dos días más tarde y recién en 2021 fue condenado un único responsable: Claudio Kielmasz. El segundo triple crimen fue en mayo de 2002 y se conoció como “la masacre del laboratorio”, donde fueron asesinadas la bioquímica Mónica García, de 28 años, la psicóloga Carmen Marcoveccio, de 30, y la paciente Alejandra Carbajales, de 40 años, en los consultorios de la esquina de Roca y 25 de Mayo. 

El término femicidio se incorporó al Código Penal argentino en el año 2012. Hasta ese momento, no había manera de nombrar (y mucho menos de juzgar) a esa crueldad hacia el cuerpo de las mujeres. “Concebir de esta forma los asesinatos de mujeres por razones de género permite una comprensión más profunda del fenómeno y sus causas, entre ellas un componente social que pone el eje en el hecho de que todas las expresiones de violencia contra las mujeres están arraigadas en construcciones de poder que ordenan las relaciones sociales entre hombres y mujeres”, explicó la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el primer informe elaborado por el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina.

En 2015 la rabia por el femicidio de Chiara Paez, ocurrido en Santa Fe, se volcó a las calles de todo el país bajo el grito que se convirtió en movimiento: “Ni una menos, ¡vivas nos queremos!”. 

Según el Observatorio Ahora que Sí Nos Ven, en Argentina se produce un femicidio cada 26 horas. Un informe de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, reveló que al 31 de diciembre de 2023 el 15% de las 246 causas judiciales por femicidios habían sido archivadas, el 82% aún continuaban en proceso judicial y de ese total, el 74% está investigación, el 7% en etapa de juicio y 1% con sentencia no firme. Sólo el 3% terminaron con sentencia condenatoria.

En 2025, el gobierno de ultraderecha de Javier Milei manifestó su intención de eliminar la figura del femicidio del Código Penal. De concretarse, esta política implicaría un feroz retroceso ya que todos los países de América Latina (excepto Cuba y Haití) cuentan con leyes que penalizan el femicidio. 

El femicidio es una muerte evitable, dolorosa, injusta. A Otoño Uriarte la buscaron durante seis meses incansablemente. En ese tiempo empezaron a llegar llamados anónimos que decían haber visto a Otoño en prostíbulos de distintos puntos del país. Así su padre viajó a San Martín de Los Andes, a Córdoba y a Santa Cruz en búsqueda de su hija. Las sospechas que la desaparición de Otoño podía estar vinculada a la trata de personas se agudizó cuando en 2007, meses antes del hallazgo del cuerpo, se conocieron unas escuchas que revelaban la connivencia entre proxenetas y efectivos de la policía de Río Negro. La complicidad policial y las dilaciones por parte del Poder Judicial fueron el centro de los persistentes reclamos de sus familiares ante una pregunta que esperaba respuestas: ¿Qué pasó con Otoño?  

La causa por Otoño no está caratulada como femicidio. Por ser anterior a la existencia de esta figura, fue juzgado como “privación ilegítima de la libertad agravada por la participación de tres o más personas, por ser la víctima menor de edad y por haberle ocasionado intencionalmente la muerte”.

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9 de abril de 2007  

Se revelan las escuchas 

–¿Sabés qué? Tengo que llevar a una chica para fichar, loco –dijo el proxeneta.

–¿Cómo está (la chica)? –contestó el oficial.

–Está re buena.

–Uy, qué los parió. Esperá… Le preguntamos al subco.

Así comienza la conversación entre un regenteador del prostíbulo Las Vegas de Choele Choel, en el Valle Medio de Río Negro, a unos 200 kilómetros de Fernández Oro, con policías de la comisaría octava de esa localidad, reveladas por el Diario Río Negro en medio de la investigación por la desaparición de Otoño. Este prostíbulo se dedicaba a la trata de mujeres para la explotación sexual.

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Otoño está en un poema que escribió a sus nueve años, mirando la ventana. “En otoño el colibrí se fue a viajar / en la primavera regresó / lo reconocí porque le faltaba un dedo / me puse muy contenta cuando lo vi regresar”. 

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22 de febrero de 2007

Decime dónde estás  

Desde que había desaparecido su amiga, Leire Segovia estuvo meses durmiendo mal, despertándose a cada rato, tenía miedo de soñarla. Recién en enero recuperó el descanso profundo. Y en febrero la soñó. “Era lo que yo más miedo tenía”, confiesa casi veinte años después. 

En el sueño, Leire estaba en su habitación y veía a alguien entrar por la puerta. Era Otoño. Se sentó a los pies de la cama donde ella estaba acostada. 

–Oto, ¿dónde estás? Decime donde estás, está todo el mundo buscándote. 

Ella solo la miró, como sonriendo. 

–Yo ya no estoy. 

Otoño tenía su cara blanca, más blanca que nunca, con marcas como de golpes que se borraban, como un moretón deshaciéndose.

–Pero contame qué te pasó. 

–Mirá.

Y le muestra. Como si fuera una película. Un auto, como de la mitad hacia abajo, un auto y piernas de varones. Leire no reconoció ninguna voz. Era como un sonido confuso. Uh uh uh uh. Eran voces de hombres. La sacan de la parte de atrás del auto y la dejan en un lugar muy sucio, desprolijo, con yuyos y juncos. 

Al despertar, Leire, desesperada, le dijo a su papá: “¡Llevame al río porque Otoño está en el agua! Llevame al río, llevame al río…” 

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24 de abril de 2007 

El cuerpo. 

Leire se preparaba para ir a la marcha, como cada lunes a las ocho de la noche, cuando el teléfono de su mamá sonó.

–Poné el canal 10. Encontraron a la piba -dijo la voz al otro lado de la línea. 

El cuerpo de Otoño fue encontrado en el desarenador del canal de riego de El Treinta, un paraje rural ubicado a las afueras del pueblo, en el límite con Cipolletti. 

Roberto se encontraba en la provincia de Santa Cruz siguiendo una pista falsa que lo había llevado hacia Las Casitas, un barrio de prostíbulos que era sospechado como destino para de la prostitución forzada. Primero, lo llamó su hermana. Después, la jueza.  

Mientras tanto, en la televisión mostraban la imagen de hombres con maletines y escaleras sacando de una rejilla los restos de un cuerpo que ya no era. El canal vacío, apenas un hilo de agua. Un bulto tapado con nylon y se ve. Es como si el nylon se levantara y se ve: la campera negra con el fluo amarrillo. Era ella. 

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Otoño está en una canción escrita por su amiga Nadia Escobar, cantante de la banda de punk del pueblo, Neurona, y ahora de Dulce Ironía. “La luna cuelga callada y sin hablar porque alguien la puede apagar / la puede acabar”. Otoño los seguía donde tocaran, en la plaza, en el anfiteatro, en las vías del tren, el polideportivo. “Quizás el sol haga brillar hoy más el azul cielo / sus ojos cielo / quizás la luz pueda llenar el vacío de la estación”. 

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12 años después

Fernández Oro

Para el aniversario de los 12 años, Marina Anduelo, la compañera de voley de Otoño, ya tenía a su hijo más chico y lo llevaba a upa. No miró a nadie, solo habló: 

–Hace 12 años que lloro a escondidas, que no encuentro el espacio, ni el lugar, ni las personas para hablarlo, que me marcó para siempre, que todavía no me puedo reponer. Es una herida tan grande que me ha llevado muchos años de tristeza. Si bien una hace cosas para ser feliz, es como un chicle pegado a la zapatilla. Lo llevas a todos lados. 

Dice que hubiera sido peor para ella quedarse en su casa sin hacer nada. “Empecé a militar, a ir a marchas por otras chicas. Me parecía muy movilizante ver la cara de Otoño, ver que otra gente lleva la remera, el cartel”. 

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2008/2016/2017/2020/2024

Dieciocho años pidiendo justicia

En agosto del 2008 fueron imputados por primera vez los cuatro acusados que llegaron a juicio: Ricardo Néstor Cau, su hermano José Iram Jhaffri, Maximiliano Lagos y Ángel “El Gato” Antilaf. Menos el Gato, el resto eran hombres conocidos en Fernández Oro. 

Más tarde, se sumaron dos más. Juan Calfiqueo, sobreseído en 2023 por la prescripción del delito que se le imputaba: encubrimiento. Y Federico Saavedra, la última persona que estuvo con Otoño ese día, un amigovio con el que había empezado a salir, también sobreseído por falta de pruebas en su contra. 

A este grupo de imputados, la jueza Sonia Martín los sobreseyó en 2016 con el argumento de que no existían pruebas para procesarlos. En 2017, el Superior Tribunal de Justicia revocó el sobreseimiento. La causa llegó hasta la Corte Suprema donde durmió tres años, hasta que en 2020 emitió una breve resolución que habilitaba a seguir investigando. 

Ese mismo año, el caso pasó a manos de la fiscal Teresa Giuffrida quien, junto a la abogada querellante Gabriela Procopiw, reunieron nuevos testimonios, volvieron a acusar a los hombres señalados inicialmente como responsables, y solicitaron la elevación a juicio a contrarreloj, apenas unas horas antes de que la causa cayera. 

En 2024, tras 18 años de espera, llegó el juicio. Durante las once jornadas de largas audiencias, la esquina entre las calles Urquiza y España donde se erige la Oficina Judicial de Cipolletti, se convirtió en un altar. Cada mañana, religiosamente antes de comenzar, las amigas de Otoño colgaron las banderas, sus docentes se abrazaron en ronda, su familia se tomó de las manos y las paredes se llenaron de carteles con la foto grande, bien grande, de Otoño.   

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Una tarde de 2023

El Bolsón

Hay un hombre que mira por la ventana de una casita de barro. Afuera está el bosque, las ramas meciéndose tranquilas con una brisa que más tarde traerá lluvia. Ese hombre es Roberto Uriarte. Vive solo en su refugio, como lo llama. 

La casa está metida en un bosque de radales, notros y maitenes a varios kilómetros de la zona céntrica de El Bolsón, un lugar que le trae recuerdos de otro tiempo. Un tiempo en que Otoño era niña y todavía vivía y donde él podía ser lo que siempre quiso: un artesano de la feria, vendedor de aritos confeccionados de prolijos firuletes de metal y piedras que acaso atraigan a la buena suerte.

Pone la pava al fuego y se sienta a esperar que el agua se caliente. La espalda del hombre que ahora espera se arquea, como las ramas de los árboles que se mecen tranquilos del otro lado de la ventana. Tiene 62 años y se gana la vida con trabajos de electricidad. Tiene la piel marrón tierra, las manos curtidas, el pelo largo y algunas canas. Unos ojos profundos como el tiempo y claros como los de su hija Otoño.

Ya casi no da entrevistas. Dice que está cansado del Sistema, así, con mayúscula.

–La complicidad judicial y política estuvo siempre, pero es muy difícil de sacar a la luz. Mirá, no lo ha podido hacer Susana con todo el acompañamiento que tiene.

Se refiere a Susana Trimarco, la mamá de María de los Ángeles “Marita” Verón que se convirtió en referente de la lucha contra la trata de personas después de que su hija de 22 años fuera secuestrada el 3 de abril de 2002 en San Miguel de Tucumán. Roberto se reunió con Susana cuando comenzaron las sospechas de que la desaparición de Otoño podía estar relacionada con la trata de personas para explotación sexual.  

–Po-lí-ti-co,  ju-di-cial–, remarca. 

Aún así, Roberto seguirá hasta el final. Hoy espera pacientemente la llegada del juicio. Los huesos de su hija aún están en la morgue del poder judicial para realizar las últimas pericias, las que no pudieron hacerse a tiempo por “falta de presupuesto”. En todo este tiempo pasaron fugaces frente a sus ojos las infancias de sus otros cuatro hijos, su propia juventud. 

El hombre que arquea su espalda, que mira la ventana y recuerda, aguantará. No sabe todavía que el Tribunal conformado por la jueza María Florencia Caruso Martín, junto a los magistrados Amorina Sánchez Merino y Juan Pedro Puntel, declarará culpables a Néstor Ricardo Cau, Germán Ángel Antilaf, José Hiram Jafri y Maximiliano Nahuel Lagos por el delito de privación ilegítima de la libertad agravada, con resultado de muerte de Otoño Uriarte.

–No existe duda de que los cuatro traídos a juicio han sido responsables de la muerte de Otoño Uriarte. Todos en grado de coautoría. Todos tenían conocimiento y aceptaron la comisión de los hechos, respondiendo penalmente de la misma manera–, sentenciará la jueza Caruso Martín, para quien hubo un “plan previo” para secuestrar a Otoño. 

Para muchas amigas de Otoño será él, Roberto, un refugio. Alguien capaz de escuchar y mantener la calma, un ejemplo de templanza en momentos donde la rabia amenaza con desbordar los límites del cuerpo para salir a romper todo. 

El hombre que mira la ventana intentará no pensar en quienes fueron “los autores” porque su propósito es otro: exponer a las “organizaciones” y “personajes oscuros” que “manejan los hilos que para la sociedad son imperceptibles”. “Me encantaría, que queden evidenciados, que no es un capricho nuestro: existen, están ahí, y son parte de los poderosos”, dirá. 

–Puede presumirse que lo de Otoño fue un encargo y que luego sería llevada a un prostíbulo–, sostuvo el Tribunal acerca de la hipótesis de que a Otoño la pudieron haber secuestrado para la trata de personas. Sin embargo, aclararon que, si bien se “mencionó un fin sexual, una deuda” como motivación del femicidio, “no hay ningún otro dato que lo respalde”. Esto no hace que varíe la pena para los cuatro acusados. La prisión perpetua. 

Así como los árboles que se mecen tranquilos, Roberto inspira y llena sus pulmones de aire. Lo retiene y lo suelta casi sin mover un músculo. No quiere pensar en los autores porque si piensa en ellos le vienen ganas de matar:

–Digo, por ahí me puedo convertir en un asesino, en momentos de maquinar y maquinar.

Respira. 

–Mis hijas me sostienen, mi nieto también. Es ahí donde se continúa, en los que vienen.

Se para y saca de un estante una caja de madera. Ahí guarda las artesanías que pudo volver a hacer en sus ratos libres, como unos porta sahumerios de cerámica con forma de duendes. Los muestra orgulloso. Piensa en viajar en moto, hacer feria, música y escribir. 

Roberto ya no cree en la justicia, dice que si no la hay para los vivos, menos la habrá para los muertos, que justicia sería que su hija estuviera viva. Otoño Uriarte tendría ahora 35 años. ¿Sería veterinaria como soñaba de chica? ¿Iría a pasear a la feria de El Bolsón, donde pasó días enteros durante los veranos de su infancia? ¿Seguiría jugando al voley, tal vez, enseñando a las más chicas las técnicas que ella, como buena jugadora que era, sabía muy bien hacer?

Al final, Roberto se funde en un silencio largo. El hombre que ya no cree en la justicia, pierde la mirada en la ventana y espera, admite que hay una esperanza que todavía conserva: tal vez y sólo tal vez, si mira fijo a la ventana, vea a su colibrí regresar a casa. 

Por Camila Vautier – @camivautier

¿Otoño dónde estás?

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Mora Juárez

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El carnaval muestra, en su recorrido histórico hasta la actualidad, una fiesta popular que reúne todo lo que una manifestación cultural puede representar: Creatividad, representatividad, identidad, patrimonio, celebración, economía, exposición y cohesión social entre otras tantas, que rebuscadamente podríamos justificar. Pero no podemos dejar de analizar la historia y sus tensiones que el carnaval nos trae, como todo elemento cultural.

Esta celebración tiene su origen hace 5000 años, inicialmente como una ofrenda de dicha para la fertilidad del suelo, en los comienzos de la primavera en el hemisferio norte, y como un medio para para brindar alegría a los dioses: Dionisio en los griegos y Baco en los romanos-. En las denominadas jornadas dionisíacas y bacanales, respectivamente, se introdujeron lo escénico y el disfraz como una forma de disociar el yo individual de la realidad, con la burla y la parodia como estandartes de una oferta cómica hacia los seres supremos.

De aquellas celebraciones paganas, la iglesia católica, en su afán de imponer su culto religioso y evitar la invocación de otros dioses, impuso en el año 325, la celebración de la Pascua el primer domingo después de la luna llena del equinoccio de primavera en el hemisferio norte, junto con el periodo de cuaresma, de seis semanas de ayuno y penitencia. 

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Las celebraciones y a modo de legitimar sus adeptos, fueron absorbidas y resignificadas dentro del calendario litúrgico. La iglesia permitió que ciertas prácticas continuaran bajo nuevas formas; previo a la cuaresma, aparece un espacio de liberación y exceso, asimilado al último día de poder comer carne, conocido como “carne levare” (quitar la carne, en latín). Así, esos espacios permitidos marcaban la última oportunidad para disfrutar de comidas abundantes y festejos antes del periodo del sacrificio religioso. De allí surge la palabra “carnaval”, que en sus raíces conserva antiguos rituales de inversión, exceso y liberación temporal del orden social, y que durante la Edad Media y el Renacimiento era visto como un momento de escape de las tensiones sociales, aunque con la regulación de la iglesia para asegurar el respeto y cumplimiento del periodo de cuaresma.

Fue Venecia el precursor de este nuevo carnaval organizado, expandiéndose a gran parte del territorio europeo. Con la llegada de los europeos al continente americano, la celebración de carnaval se mezcló con las tradiciones indígenas y la de los esclavos africanos. Era el único momento en que todas las cosmovisiones tenían la oportunidad de expresarse libremente. Con el tiempo, las celebraciones fueron apropiadas por las comunidades organizadas y facilitadas por los nuevos Estados que surgían en el continente. 

Es interesante analizar la analogía que se encuentra. Si en la Europa precristiana el carnaval estaba vinculado a ritos de fertilidad y ciclos naturales, en América las celebraciones de los pueblos originarios ya marcaban el tiempo de la siembra y la cosecha como momentos  sagrados de ofrenda y celebración. Con la llegada del carnaval europeo, estas cosmovisiones no desaparecieron, sino que se entrelazaron en una síntesis única, donde el exceso y la fiesta no solo representaban una forma de liberación, sino también la continuidad de un orden ancestral. Sería interesante, también, indagar más en este mestizaje, pero dejaremos a Kusch y la descolonialidad para otro momento.

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En Argentina, el carnaval también fue introducido por los españoles y amalgamado con las tradiciones indígenas y africanas, aunque con muchas tensiones según la religión a lo largo de la historia. Su formato organizado es más reciente y se remonta a finales del siglo XIX o principios del siglo XX.

En el litoral, influenciado también por lo que sucedía en Brasil, principalmente en Río de Janeiro, donde los desfiles organizados se mezclan con las tradiciones guaraníes de cuerpos desnudos y pintados, sumado al toque del tambor africano, el carnaval se convirtió en un punto de encuentro en los espacios públicos. Con una fuerte presencia de la sátira y la parodia, es un momento de exhibición liberalizadora de los cuerpos. Ese espíritu se mantiene hasta la actualidad y lo configura como espacio queer por excelencia, tanto por los cambios en los roles de género como por ser un espacio de participación de las disidencias sexuales, porque justamente se trata de un acto performativo donde los cuerpos juegan, desafían y resignifican identidades. 

En la zona andina, por su parte, y determinado por la mezcla con los pueblos del altiplano del Alto Perú y del actual territorio boliviano, el carnaval se adaptó a los festejos por la llegada de la siembra y la cosecha. Es, quizás, el único formato donde el carácter de ritual se mantuvo intacto.

En Buenos Aires, el carnaval se mezcló con las costumbres africanas del toque del tambor, aunque en algunos casos la celebración se dividió en dos situaciones distintas. Durante el siglo XVIII, debido a las quejas de las clases altas, que consideraban bárbaros los festejos en la calle, se prohibió el tambor y se castigaba con azotes a quienes lo tocaban. Y si se permitía que las clases altas celebraran el carnaval, en tertulias o fiestas sus domicilios particulares.

En 1865, durante la presidencia de Sarmiento, se organizó el primer corso de tambores en las calles de Buenos Aires, aunque las celebraciones populares se mantuvieron en el ámbito de los espacios privados.

Sin embargo, a comienzos del Siglo XX, con la oleada de inmigrantes, principalmente españoles e italianos, los carnavales comenzaron a tener otra relevancia y otro tipo de manifestación, de participación popular en el espacio público. Muchos de esta nueva población argentina, obreros que traían consigo ideologías socialistas y anarquista, e involucraron en sus sátiras y críticas sociales y políticas. Replicándose en otras regiones del país. 

Esta nueva masa popular participante fue incluida en los procesos de celebración durante los gobiernos de Perón. El carnaval fue acompañado desde el Estado, en un marco institucionalizado, como plan político de incluir la cultura de  las masas trabajadores a la vida pública, consolidándose en un evento festivo de identidad y pertenencia política. La clase alta, con el afán de no mezclarse con lo popular, restringe sus propias celebraciones en ámbitos privados. Fue tal la fuerza que se construyó que se terminó por institucionalizar el feriado de carnaval en 1956 hasta 1976 que con la dictadura cívico militar de entonces se prohibió el carnaval y se eliminó el feriado excepto en Gualeguaychú, que orgullosos sostuvieron la celebración. 

En 2010, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, mediante el Decreto 1584/2010, modificó el calendario de feriados nacionales con el objetivo de fomentar el turismo, estableciendo nuevamente el feriado de carnaval, vigente hasta la actualidad.   

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Todo proceso cultural engloba numerosas variables que se ponen en juego en el terreno de lo político, lo social y lo histórico. Tal es así que el carnaval es mucho más que una celebración popular: es un espacio de disputa simbólica donde se expresan tensiones de clase, identidad y poder. En Argentina, desde su apropiación por las clases trabajadoras hasta su institucionalización como parte de un proyecto político de inclusión, pasando por su censura y prohibición como modo de control sobre la identidad y la expresión popular, y su posterior restitución. En ese sentido, el carnaval es un reflejo de los ciclos de apertura y restricción de lo popular en el país.

Para fundamentarlo vamos a representar el Carnaval desde los procesos culturales. utilizando la triada  donde opera la gestión cultural: en los procesos creativos; en la capacidad de generar valor agregado en la economía y en la posibilidad de cohesión social. 

En el primer caso, las artes y el diseño desempeñan un papel fundamental. En este caso, el carnaval es una manifestación de creatividad colectiva, donde la música, la danza, el vestuario y las carrozas expresan la imaginación y el ingenio de representación de la realidad, a través de las letras, las melodías y la coreografías, ya sea en forma de parodia o de alegoría. 

Esa representación de la realidad refleja los rasgos distintivos de la cultura de cada región, al poner en juego las identidades y el modo en que podemos problematizar lo que nos pasa. Pero, principalmente, es una posibilidad de lograr afiliación y sentido de pertenencia a algo mucho más grande que el yo: el nosotros. Porque la celebración es el momento de la catarsis colectiva en un formato festivo y de comunión popular por el propio proceso de construcción del carnaval, en el que intervienen agrupaciones carnavaleras, barrios, ciudades, clubes y familias que trabajan en todo el proceso creativo. Esto fortalece lazos comunitarios, fundamentales en estos tiempos, en un camino invisible hacia la cohesión social. 

Este reconocimiento, nos demuestra que el carnaval es algo tan propio que forma parte de nuestro acervo cultural y de nuestro patrimonio. Las habilidades y técnicas creativas, así como los rituales que se manifiestan en esta celebración, han sido transmitidos de generación en generación. Por tanto, es un momento en el que la historia tiene vida en el presente.

Lograr dar visibilidad a este proceso no solo refuerza la imagen de la ciudad, sino que, con miradas estratégicas y una buena gestión integral,  en el marco de un proyecto contenedor y representativo, puede permitir la atracción de un público masivo para participar de los eventos. Y ahí se activa el mecanismo de generación de valor agregado, donde la microeconomía del propio proceso creativo inicia la cadena: la compra de telas, parches e instrumentos, la economía informal vinculada a las celebraciones (venta ambulante, servicios de cantina); y el impacto en la hostelería y la gastronomía,  gracias al turismo que genera y  permite activar otras ofertas en la región.

En síntesis, el carnaval aparece, más que como una simple festividad, como un campo de disputa: lo que comenzó como una celebración pagana de la fertilidad y el exceso fue absorbido por la moral cristiana como un respiro antes del sacrificio. Pero, ¿fue realmente un respiro o más bien una falla por donde se filtraba la desobediencia? ¿Cuánto de esa subversión ha quedado en el carnaval contemporáneo que vemos hoy?

Deberíamos poder preguntarnos, ¿qué nos dice el carnaval de la sociedad en la que vivimos? ¿quiénes lo desprecian, y por qué? Mientras buscamos estas respuestas, no dejemos de ver que hoy el carnaval puede ser un lugar de encuentro y de igualdad, donde. tal vez, sea buen momento de empezar a construir ese horizonte y reconocer que el valor del carnaval no solo radica en su impacto económico, sino también en su capacidad de expresar nuestra identidad colectiva, en la calle a través de la fiesta, la risa y la transgresión. 

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  • Federico Prieto @fefoprietoGestor Cultural, entrerriano. Ex Secretario de Gestión Cultural de la Nación, entre otras.

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¿Qué nos trae el carnaval?

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– ¿Cómo se llama esa forma que no tiene ni principio ni fin, que te lleva como en un continuo y tiene un nombre rarísimo que jamás me voy a acordar?

– ¿Tiene forma de dona? un toroide?

– Sí, eso  

Separarse

Desgarrarse

Flagelarse

Invisibilisarse

Deprimirse

Descubrirse

Probarse

Reconectarse

Unirse

Volver a las bases

Expandirse

Romperse

Desconocerse

Comprometerse, con una, 

Encaminarse

“Roda du monde roda pianza roda muiño roda piaun, el tempo rodo en un instante las fodas de meu corazon”

Los ciclos corresponden a una serie de fases que, al traspasarse, vuelven a contarse de nuevo. Esa roda o dona, hoy viene a resolver una síntesis de un proceso que me interpela hace tiempo y me habita desde siempre.

Lo interesante de los ciclos vitales —los de mi vida, los de la tuya también— es que, por más que ciertas fases se repitan, algo cambia, algo siempre cambia. No es la misma rutina de ejercicios la de este martes que la del próximo, por más que la serie sea la misma. No es lo mismo el almuerzo de hoy que el de mañana, aunque coincidan en horario, lugar y alimento. No soy la misma que ayer, ni que hace una hora, ni que cuando empecé a escribir esta nota. En esa mutación de una y de todo, las fases de los ciclos, por más que pretendan igualarse, jamás lo harán.

Hay una magia en la repetición de las cosas y del hacer, donde prevalece la ilusión de orden y prefiguración, de control y autocontrol. La artista Martha Boto, pionera del arte cinético y cofundadora de Artistas No Figurativos de Argentina, realizó gran parte de su obra empleando materiales como plexiglás, acero y acrílico, junto a motores para generar móviles con juegos de reflexión de luz. El efecto hipnótico del movimiento constante se siente como la respiración: un continuo que no es siempre igual, que se proyecta y conecta con nuevas cosas.

En esta misma sintonía, la obra Infinity Mirror Room—Phalli’s Field de Yayoi Kusama, presentada por primera vez en 1965 en la muestra Floor Show de la galería Castellane (Nueva York), consta de pequeños puntos de luces LED equidistantes que flotan en la oscuridad e invitan al espectador a sumergirse en la obra. Al igual que las piezas de Boto, está inspirada en las experiencias alucinógenas de la época, y no parece casual, entonces, que la propuesta visual de la instalación se presente como caleidoscópica, con superficies reflectantes que trascienden las limitaciones físicas, dando una sensación de infinitud y dinámico reposo.

Entender los ciclos como formas trascendentales, de acontecer infinito y constante, de comprender su pulso como el latido de las cosas, nos lleva a una conciencia superior. La pieza de danza contemporánea Los recuerdos de Caronte, interpretada por Lara Arce y dirigida por Matías Valenzuela, representa el transcurrir de un alma, su pasaje por la vida y, fundamentalmente, el transcurrir de la muerte en su pasaje hacia la trascendencia. Este ciclo “álmico” se representa en la obra con referencias a la figura del toroide, que marca una circulación de energía entre dos polos, al igual que —según corrientes de la metafísica— circula y se configura energéticamente el aura de las personas.

Un ciclo que, en un contexto cualquiera, podría leerse como una rueda vital de resurgimiento y resiliencia, en otro muy distinto, sin remedio, puede entenderse como el inicio de un ciclo de destrucción y distopía. En Qué hay después del fuego, una serie de fotografías de Iván Deiana sobre lo que quedó del Cañadón de la Mosca —espacio natural ubicado entre Bariloche y El Bolsón— tras los incendios de 2023 y 2024, el artista nos acerca al horror de los incendios en los bosques nativos. En un intento de supervivencia, parece buscar esperanza luego de la destrucción, entre los “troncos lúgubres” y el “cementerio” que queda del bosque nativo. Capta el movimiento, lo que quedó, lo que quizá vendrá, lo que empieza a resurgir del apocalipsis. Sin embargo, la obra no deja de evidenciar la rueda de la decadencia ecológica.
Ver la obra de Iván Deiana

Los ciclos del horror también pueden ser personales. El sistema puede llevarnos inexorablemente a la repetición brutal, como una pala que cava constante y profundo. La obra Clown Torture de Bruce Nauman (1987) es una instalación de video en la que figuras de payasos quedan atrapadas en bucles de acciones repetitivas y angustiosas, en ciclos interminables, como metáfora del eterno retorno.

Y si hay ciclos que vale la pena representar, sin dudas, el ciclo económico nacional es uno de ellos. Los argentinos somos amigos de las crisis, o por lo menos conocidos cercanos. El cortometraje Un movimiento extraño, escrito y dirigido por Francisco Lezama y ganador de un Oso de Oro, es un cuadro de estas pinceladas. Como en un movimiento rototraslatorio, el avance en este ciclo nos da la idea de estar siempre pisando los mismos puntos, persistiendo en el declive. El audiovisual toca, de forma análoga a la trama principal de la historia, el valor del dólar, bajo el eje conceptual de “Una suba en picada”, metáfora del ciclo inflacionario en Argentina y en la vida de la protagonista.

Hay ciclos que se superponen, y a ruedas en picada, con un final intempestivo, se puede sobreponer un inicio invisible. La abstracción Juventud. N6, perteneciente a la serie Las diez más grandes (1907) de Hilma af Klint, me representa a partir de la conexión de formas circulares y orgánicas, la pulsión de vida, la concepción de formas como parte del proceso, como continuidad vital de nuestra existencia.

Para ver la obra completa hacé click acá

Ciclos, divergir en el repetir 

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El otro día caí en la cuenta de que me voy a morir. Se trata de una paradoja universal e innegociable: la única certeza que tenemos en la vida es la muerte. No importa especie, raza, religión, género, signo zodiacal, clase social o de qué hincha sos, todo empieza una vez, y todo termina otra. Soy ateo, casi agnóstico y particularmente escéptico. No creo en la trascendencia material y/o espiritual de la muerte, en la metamorfosis del alma, en la idea de que algo de lo que somos hoy, en otro tiempo y otro lugar, tome forma de tortuga, molusco o planta. Por el contrario, considero que somos seres finitos, siempre y por siempre, y que caminamos hacia una fatalidad inevitable sin segundas oportunidades. Sin embargo, aquel día equis –no importa cuándo fue, sino el resultado de tan satisfactoria revelación- este análisis fatalista no me hizo sentir tristeza, más sí, experimenté alivio, primero, y después alegría. Una sensación de libertad explotó en mi pecho. La inspiración -que hasta entonces permanecía reprimida bajo el yugo de un existencialismo nihilista y bloqueada por mil candados y mil cadenas- brotó de mis entrañas como un chorro de petróleo librado del suelo tras millones de años. Y fue entonces que comencé a escribir este texto.

La única certeza que tenemos en la vida, entonces, es que vamos a morir, pero no sabemos cómo. No sé cuál será la aventura de mi muerte: desconozco el modo, el momento y el lugar de mi óbito; y, si acaso existiera suplicio, ignoro el dolor de tal mortalidad. ¿Me voy a morir en 20 segundos, cuando tecleé las últimas letras de esta oración, me pare de la silla, baje por las escaleras, pierda el equilibrio, me caiga y me desnuque? ¿Será  a los 33, cuando las ruedas gastadas de un auto que manejo a 120 kilómetros por hora resbalen sobre el asfalto y me estrelle contra un camión? ¿O a los 40, después de intoxicarme con un pedazo de carne podrida? Tal vez mi último suspiro sea a los 46, tras ser fulminado por un virus mortal. O a los 55, súbitamente quién sabe por qué sutileza del destino, mientras duermo una siesta de 15 minutos en mi cama. ¿A los 78 quizás, me partirá un rayo o una cabra me empujará por el abismo en algún paisaje desconocido?; ¿me matará un pibe con hambre en un asalto?; ¿una chapa voladora se desprenderá de un techo por la ferocidad de los vientos patagónicos y me rebanará el cerebro?… Puede que sea a los 86, a las 14 y 17 de la tarde del 6 de enero de un verano de 42°, cuando pierda el conocimiento y caiga en las profundidades de una piscina mientras floto en un inflable berreta -de esos que promocionaban en la TV de los noventas-, solo, sin nadie que rescate mi humanidad y sin testigos que presencian el espectáculo de mi letalidad. Quizás, simplemente, a los 95, a la vuelta de la esquina de un día cualquiera, una tarde cualquiera, un segundo cualquiera, cuando el corazón se infle y desinfle por última vez, mis ojos se apaguen en un destello blanquecino y me transforme en un recuerdo.

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Aunque parezca una vaga y morbosa reseña de la serie de televisión 1000 maneras de morir, permítanme insistir, no estoy siendo fatalista y no es una visión kafkiana de la realidad, sino todo lo contrario. Aquel fantástico día, mientras permanecía enchufado a los aparatos kinesiológicos para recuperarme de una lesión de rodilla, tuve entre mis manos y abracé en mi pecho la única certeza de la vida: la muerte. Comprendí lo inevitable, que en algún momento mi corazón se parará, mi esencia -eso que llaman alma- será expulsada de mi cuerpo para flotar por el aire y disolverse en la atmósfera, o rodar hacia la tierra y fundirse con los rayos del sol. El otro día equis, envuelto en las preocupaciones consuetudinarias, me asaltó la más auténtica de las alegrías y recordé que en algún momento ya no caminaré por los senderos de este planeta, que soy solo un animal parado en medio de una roca interestelar gigantesca, que me convertiré en polvo y solo así volveré a formar parte de esos caminos que alguna vez transité, y no como una tortuga, un molusco o una planta. Y, luego de tantos preámbulos y rodeos, he aquí la gran revelación: en ese instante reparé en lo absurdo que es estar absorto en los porqués y cuándos y dóndes de la vida, en las preguntas circulares, recordé que morimos todo el tiempo, y de que me quedan no sé cuántas gripes, cuántos Mundiales, cuántos otoños, cuántos guisos, cuántas lágrimas por derramar, cuántas caricias, cuántos besos, cuántos abrazos… no sé cuántas lunas llenas.

Claro que soy consciente de que la felicidad no depende únicamente de mí, ni de vos, ni de nadie. El filósofo y escritor británico, Mark Fisher, entendió esto a la perfección y, allá por el 2017, se libró de este mundo por cuenta propia tras no soportar la idea de que el capitalismo es una máquina destructiva que se alimenta de nuestras energías, consume nuestra alegría y nos somete a una realidad asfixiante. Pero hay un porcentaje que sí depende de mí, de vos, de alguien.

Por eso, me dije, porque me voy a morir, no queda más que vivir el presente. Automáticamente sentí que solté una bolsa con 20 kilos de piedras, mi pecho se descomprimió, el ceño se desarrugó y dejé de apretar los dientes. Ese mediodía primaveral el aire tuvo otro gusto, fui un infante explorando el mundo por primera vez. Caminé por las calles observando todo con una curiosidad de navegante primerizo. Como un loco sonreí cuando vi a los pájaros, esos seres angelados que siempre estuvieron ahí, pero que, debido a la pesadez de los pensamientos que suele impedirme levantar la cabeza y alzar la mirada, no suelo apreciarlos. Experimenté la sensación de estar en una especie de matrix, de ser un extranjero en una realidad desconocida, un observador de lo rutinario  totalmente ajeno a las dinámicas capitalistas. Sentí pena por las personas, alienadas, caminantes decididamente perdidos en la intranquilidad de lo conocido, náufragos eternos sin brújula ni sol en una travesía urbana, pobres criaturas que sólo quieren sobrevivir hasta el final del día, del mes, del año… de la vida.

Y he aquí una advertencia anticipada pero necesaria para los pseudo hippies meritócratas, profetas del pensamiento positivo, que se apropiaron de las creencias budistas de los monjes tibetanos: no usen este texto para adornar sus publicaciones de Instagram.

Llegué a casa en un elixir de regocijo, todo y nada tenía sentido, era hermoso. La única víctima de tal frenesí fue mi gato. Lo alcé, lo abracé y besé, y giramos en círculos en un eje imaginario. Por un instante olvidé quién era, cuál era mi trabajo, que ejercía como periodista, no noté que mi celular sonaba por mensajes de mi jefe. Omití mi deber como sujeto de un régimen laboral, y olvidé que tenía que llamar a los bomberos por un incendio que se había desatado a primeras horas de la mañana en una choza de la ciudad. En medio de ese excitante, conmovedor, eufórico, sublime, efímero, fugaz e ilusorio despertar espiritual, miré mi celular, vi mi WhatsApp y mi voz rompió el hechizo al formular la potente y bien modulada frase -devenida en moraleja tácita de esta historia-: “¡la concha de la lora, tengo que subir una nota!”.

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Me voy a morir: Elogio de lo inevitable

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Benjamín Naishat

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Un grupo de personas caminamos juntas por un trazado preestablecido en un barrio cercano, aunque poco transitado habitualmente por nosotras. La consigna era simple: permanecer en silencio y abrir los sentidos para dejarnos atravesar por los acontecimientos más sutiles de la experiencia cotidiana.

 ¿Qué llama nuestra atención al deambular? ¿Cómo interpretamos aquello que vemos, olemos o escuchamos? ¿Qué del trayecto nos interpela y cómo elegimos narrarlo?

La deriva como práctica artística, perteneciente al arte contemporáneo, tiene como fin capturar información desde una mirada no convencional. En esta experiencia nos propusimos, al menos por un momento, poner en foco aquellos espacios deshabitados o invisibilizados, que a pesar o a causa de ello proyectan sus resonancias. Esta acción fue pensada junto a Leylén Segundo y Ariel Ojeda.

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Nos detenemos, miramos, observamos con detalle. Damos entidad al transitar cotidiano, lo hackeamos. Como pasa cuando vemos una película muchas veces: siempre es posible encontrar algo nuevo. Me interesa lo que genera físicamente ese permanecer en el presente. El estado hipnótico de esa acción, cerrar los ojos para escuchar, sentir y oler, en silencio, me resulta atractivo.

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¿Cuántas asociaciones/ recuerdos emergen en un recorrido rutinario?

En el marco de EnREDadera, jornadas de estudios, reflexión y prácticas en torno a la Danza Contemporánea y sus derivas en el Instituto Universitario Patagónico de las Artes, convocamos a esta acción performativa. Consistía en una caminata por Barrio Nuevo, estando perceptivas a hallazgos múltiples. Proporcionamos un mapa con el trayecto que íbamos a recorrer, una pauta y algunas preguntas que movilizaban la experiencia:

¿Hay un movimiento (si se quiere involuntario) del cual no somos conscientes? ¿Cuánto detectamos de normatividad o pre-establecimiento en nuestros recorridos - desplazamientos - movimientos dados por el trazado urbano que es esencialmente de eficacia? ¿Hay un concebir como ajena, no propia o desconocida ciertas partes de la ciudad por no formar parte de nuestra habitualidad? ¿Cómo subjetivamos en relación a estos delineamientos que naturalizamos?

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Iniciamos el trayecto en un olivo, próximo a la entrada principal del IUPA. Se indicaron dos consignas claras: evitar hablar y no usar celulares durante el recorrido. Todo estímulo que desearan registrar debía plasmarse en cuadernos o libretas, a través de palabras o dibujos.

El recorrido concluyó en la plaza “La Barda”, tras recorrer casi 5 km. Al llegar, el silencio se había instalado como una atmósfera compartida. Nos costó volver a hablar. Nos mirábamos, mirábamos el entorno, estábamos suspendidas en ese fuera de tiempo, en ese aquí y ahora que experimentamos durante el trayecto. El protagonismo lo tenían el sonido nítido del viento al balancear las ramas, las hojas de los árboles y el sol que las iluminaba de un modo más brillante y llamativo que otras veces. Finalmente alguien intervino el silencio y de a poco pudimos compartirnos aquellos instantes, momentos, sonidos, aromas, objetos curiosos, conversaciones de vecinas, sensaciones, imágenes, características de las casas, que pudimos observar y escuchar y despertaron nuestro interés durante la deriva. También coincidimos en que nuestro andar llamó la atención, pudimos sentir las miradas que hacían foco en nuestro estar en el lugar. 

A modo de cierre, antes de dispersarnos, señalamos como notorio lo que quedó: un estado meditativo, los sentidos sensibilizados. Cuerpos permeables al acontecer de su alrededor. Circulaban sonrisas, agradecimiento y una sensación placentera de bienestar.  

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* Esta propuesta surge como un eco de la práctica Coreografías de la ciudad, que realicé en febrero de 2021 durante la 9° edición del Festival Danzafuera, en La Plata. La actividad consistió en una caminata grupal por la ciudad, conducida por un audioguía que nos llevaba a puntos clave del recorrido. La acción me dejó muy movilizada; sentí que tenía mucha potencia para realizar algo similar acá, a nivel local. Con esa inquietud, compartí la idea con Leylén, quien me contactó con Ariel. Ambos habían participado en experiencias similares, y juntos nos embarcamos en esta propuesta. Cada paso del proceso enriqueció la idea inicial, nutriéndola con las miradas y aportes de mis colegas. Así, de a poco, fuimos dando forma a T r a y e c t o i n ú t i l

Esta es la primera acción del Colectivo A la Deriva y el inicio de futuras exploraciones. Lo que resonó en esta experiencia superó nuestras expectativas, y seguimos pensando en cómo replicar y expandir estas prácticas en nuevos contextos. 

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Ornella Scarponi @ornellascarponi

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TRAYECTO INÚTIL

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Mientras no nos hablamos

las plantas de mamá 

siguen creciendo 

radiantes en sus macetas

coloridas y firmes en este mundo 

a pesar de padecer la sed del verano 

Ellas desfilan sobre su eje

y en algún lugar el fuego se está devorando todo 

flora fauna casas civiles 

los pájaros huyen volando 

decididos a atravesar el cielo 

Mientras no nos miramos 

el agua se evapora

asciende 

Algunos nacen 

son nombrados por primera vez 

-todavía no han reído 

todavía no han padecido- 

otros mueren

dejan de respirar 

o son aplastados por algún enigma de la existencia 

-han dejado de reír 

han dejado de padecer- 

y yo sigo en mi silencio 

torpe y trunco 

como quien todavía no ha florecido 

como quien decide vegetar

sobre la tierra seca

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Víctor Villagra @cicatrizqueloid3 / Estudiante del Depto. de Música del IUPA

Mientras no nos hablamos

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Macanudo

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Señoras y señores, esto es BOCART

Cuando el mundo del arte y el mundo futbolero se cruzan pasan cosas increíbles. La originalidad y la reinvención de un clásico del arte, sumado al folklore y la cultura popular que genera el fútbol, nos permiten fantasear con un idilio.

Recuerdo perfectamente que la primera vez que me topé con Bocart flasheé en colores: ¿qué es esto? esta gente está completamente loca!

Se lo compartí a mis hermanos, luego a mis amigas y amigos bosteros, después a personas vinculadas al arte clásico, luego a artistas visuales, a diseñadoras gráficas y la reacción era similar: ¡esto es una locura hermosa!

En ese guiño intertextual, donde las obras dialogan una con la otra, donde se concentran diversas tradiciones, culturales y populares, Bruno nos cuenta cómo lo logró.

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¿Cómo nace la idea BOCART? 

El nombre es muy simple de develar Boca + Arte = Bocart. La idea nace como un chiste. Recuerdo que quería encontrar una imagen que sintetice el poder del club más grande de la Argentina, el club ante el que todos se rinden. Ahí me crucé con el cuadro de Raffaello Sanzio, La Transfiguración. Esa obra es acerca de la aparición de Cristo. La composición es muy potente y dramática. La figura divina arriba y el resto abajo. En el lugar de Jesús puse el escudo del Club Atlético Boca Juniors. La gente reaccionó de manera muy positiva y ahí me di cuenta que eso podía expandirse a miles de obras con diferentes significados. 

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¿Cómo elegís los cuadros que vas a intervenir? 

La elección depende mucho de tres cosas: la calidad de la imagen, el significado de la obra y qué elementos se le pueden agregar para que tenga elementos relacionados al club.

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¿De dónde partís? ¿Del resultado del partido? ¿Del cuadro?

Es un poco de las dos cosas. Me gusta estar viendo cuadros todo el tiempo y guardarme los que me llaman más la atención. Después siempre me gusta atarlos al resultado de un partido o algún evento que sea relevante. A veces tengo suerte que coincide. Algunas veces dejo algunos preparados. Depende de la situación del momento.

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¿Cómo bocetás? ¿Trabajás partes en papel o solo digital? 

Todo es digital. Generalmente hago las pruebas muy por encima para ver los colores y otras cosas y después en lo que más se va el tiempo es en los detalles.

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¿Con qué programas de diseño trabajás? 

95% Photoshop.

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¿Cuánto tiempo te lleva hacer un Bocart? ¿Y los detalles minúsculos?

Depende mucho de la obra y de la cantidad de detalle que tenga. Diría que en promedio una semana. Si encuentro la imagen en buena definición ahí me puedo divertir más con los detalles. Muchas veces posteo los detalles en forma de Zoom porque sino pasan de largo.

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¿Qué tira más, la pasión deportiva o la pasión artística? 

¡La deportiva sin dudas!

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¿Preferís ver jugar a Boca que desplegar tu arte? 

Me gusta más ver un partido que pasar horas retocando un cuadro. Sin embargo, me da un inmenso placer ponerme a hacer un Bocart cuando el equipo ganó. Es algo que hago con mucha alegría.

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¿Tenés relación con el club? 

Toda mi familia  y yo obviamente somos hinchas de Boca pero no tengo vínculo con el club. Soy solo un hincha más. 

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¿Sabés si algún otra/o artista realiza estas obras en otro lado del mundo?

Vi algunas cosas similares en algunas páginas como Bleacher Report de Inglaterra. Pero fue por una ocasión especial del Fútbol + Arte.

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¿Vendés tus obras? 

No. Es algo que le debo a las personas que me escriben. Espero poder vender pósters pronto. La mayoría de las personas bajan de internet las imágenes y las imprimen en láminas, tazas, remeras, etc.

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¿Hasta dónde soñás que puede llegar un Bocart?

Mi sueño máximo es que algún día haya un Bocart en algún lugar de la Bombonera. Ya sea colgado en algún lado o en forma de bandera. 

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Así cerraba la entrevista con Bruno mientras pensaba que sin dudas sucederá. Imagino no sólo sus intervenciones xeneizes en la bombonera sino también en todos los puestos de venta de la Boca y mucho más allá también. Esto de la industria cultural, la reproducción de obra que puede llegar a muchos hogares en cualquier lugar del mundo. 

La intertextualidad en Bocart nos sirve para reflexionar sobre la cultura y el arte y su relación con la sociedad. Nos interpela a pensar sobre los límites de una obra, la reacción de los diferentes y diversos públicos, también el lugar que ocupa el arte en el mercado, el arte como medio de comunicación masivo, su perdurabilidad y trascendencia en el tiempo, y así podríamos seguir de manera infinita. 

Por último, lo que genera el fútbol en los argentinos, esa pasión que no se puede comparar con absolutamente nada. Los detalles mínimos e imperceptibles de una cara ante un gol o una derrota, los gestos, las miradas, la complicidad. Esas sensaciones las logra captar Bruno de Bocart a través de obras de arte clásicas de todos los tiempos que nos llegan hasta los huesos.  

La obra de Bruno es un grito de GOOOOOL!!!!!

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Bruno es un publicista que trabaja como Director Creativo en Los Ángeles, Estados Unidos.
En su carrera tuvo la oportunidad de trabajar en muchos comerciales relacionados con el fútbol.
Desde su cuenta de Twitter comenzó a hacer intervenciones artísticas de obras de arte famosas
y el fenómeno se volvió viral. Los trabajos se pueden ver en @estoesbocart en Instagram.

La pasión de la cancha en el arte

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La enfermera que pide silencio

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No gritaba así desde el parto de Iñaki. Como pudo y sosteniendo esa panza con tres kilos seiscientos de un cuerpo que no era el suyo, se levantó de su lado de la cama y miró a José, que seguía todavía tratando de salir de su limbo de ensoñación. En medio de toda esa confusión pre parturienta e intentando apurar la situación, Mariela le volvió a decir a José, como ya le había dicho la semana anterior, que el colchón estaba viejo y que no iba a poder pasar ni una sola noche con la bebé ahí. Él, que hizo oídos sordos, se puso su ropa y tomó las llaves del auto. El bolso para el hospital ya estaba listo sobre la mesa junto al diario del día que tenía un titular muy elocuente: “Roban las joyas de Maradona y de su mujer”.

Primero cada veinte, después cada diez y una vez en el Fiat 600 blanco modelo 85, rodeados de los juguetes de Iñaki, las contracciones se repetían cada medio minuto. José todavía no sabe cómo llegaron al hospital a tiempo. Mariela no registró nada de ese viaje a parir. Todavía hoy, a mis casi 33 años, me sigo preguntando por qué nací el día que Maradona perdió sus joyas y no doce días después con la caída del Muro de Berlín.

Fueron tres kilos seiscientos de pelo amarillo. Amarillo como las joyas que el Diez jamás recuperó aquel caluroso 28 de octubre de 1989. También vine a este mundo con una mancha roja gigante en la frente. Mamá dice que fueron los nervios. No sé si los de ella o los míos o tal vez los del editor del diario de ese día que no sabía qué poner en la tapa. Y mirá que había cosas para poner. Mirá que se estaba por venir abajo el mundo. El mundo y el país. El país y la economía. Nada que no sepamos. Creo que por eso durante muchos años estuve desenamorada del fútbol y de todo ese kiosquito que se genera detrás de esos veintidós loquitos que vemos correr con una pelota. O tal vez me cansé de que Iñaki, mi hermano mayor, me insistiera para ponerme en el arco a recibir todos los pelotazos de sus amigos y de él cuando éramos chicos. De todos modos, con el tiempo logré tomar la distancia necesaria para poder entender que, siendo una niña criada en los 90, el fútbol no era opción para mí. Así de fácil. O así de injusto. Por suerte, con el tiempo pude amigarme y sentir y entender un poco esa pasión tan fascinante como popular.

La cuestión es que, así como mi nacimiento, mi cumpleaños número cuatro llegó en un abrir y cerrar de ojos. Todavía retumba en las historias de hoy. Y digamos que tranquilamente son cosas que podrían estar ocurriendo en este momento en cualquier casa de vecino.

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La cama grande sigue vieja y mi mamá amanece esa mañana calurosa de 1993 con el mal humor cargadísimo. Siempre me gustó cumplir años pero esa vez en particular estaba feliz de la emoción. La recuerdo muy potente. A veces pienso que los padres se estresan demasiado en los festejos infantiles, pero después me visualizo como hija con tanta intensidad por celebrar, que entiendo todo sentimiento y contradicción por parte de ellos.

En realidad por parte de mi madre que siempre, siempre lo dio todo y más. Pero no quiero irme de foco así que volvamos a 1993. La siesta llegó rápidamente y papá está tirado viendo la televisión. Parece que Colón ha vencido a algún equipo random por 2 a 0. Todos los sabaleros están de festejo. Toda la casa está detenida y mamá, que no pegó un ojo en toda la noche y tiene más pendientes del festejo que nunca, colapsa y se va de la casa.

La torta gigante de alguna princesa de Disney con la vela número cuatro quedó afuera de la heladera y se derrite del calor. Son las cuatro de la tarde y mis amiguitos del jardín empiezan a llegar. Lautaro, uno de ellos, viene de la mano de su mamá, Julieta, madre pendiente de sus hijos que no los deja solos ni un segundo. Por supuesto, no puede creer que la mamá anfitriona no haya salido a recibirla. Le sorprenden los globos a medio inflar arriba de la mesa, la ropa desparramada que quedó en el comedor y el caos frente al televisor. Es que papá e Iñaki siguen obnubilados viendo las repercusiones del partido.

Así, comienza un festejo un poco alborotado. Iñaki, un trajín de niños y yo corriendo por toda la casa. Un padre desesperado, cual árbitro, intentando acomodar todo. Chizitos amarillos vuelan cual papelitos de colores. Los sanguchitos pasan de mano en mano como choripanes con chimichurri. Gritos, cantos, golpes, alguna que otra pelea.

De repente, arranca a delinearse la jugada final. Como si ese partido pudiera definirse con el famoso gol gana. Improvisando un campo de juego, Lautaro, que parece ser el capitán del equipo visitante, convence a otros dos para entrar en el cuarto de juegos. Iñaki, que está de local y además, es el niño mayor del festejo, no presta ningún juguete y decide defenderlos a cualquier precio. Así, con ayuda de otro niño enloquecido, saca el colchón viejo de la cama de papá y mamá y lo pone de defensa en la puerta del cuarto en discordia, para que ningún jugador contrario pueda ingresar. Pero la emoción pudo más y todos los que podrían haber sido goles victoriosos y definitorios en un partido hecho y derecho, terminaron siendo puntazos de juguetes sobre el colchón apuntalando el gran arco que es esa habitación particular.

No sé quién ganó ese partido devenido en pelea infante campal, pero no caben dudas que ahí mismo fue el descenso de ese colchón, apuñalado por camioncitos y muñecas de los 90.

Mientras tanto, en el bar de la esquina, mi mamá toma un café irlandés mientras lee Final del juego de Cortázar. Falta muy poco tiempo para volver a casa y darse cuenta que, por fin, va a tener una cama nueva.

No habré nacido el día que se cayó el Muro de Berlín, pero en mi cuarto cumpleaños se derribaron un par de muros casi igual de pesados. Y Maradona jamás encontró sus joyas. Quizás, ese 28 de octubre de 1989, los muros del Diego también se comenzaron a derrumbar. O seguramente, nada de esto pasó y esta treintañera desesperada escribe para entender un poco de dónde viene para así entender, aunque sea un poquito, a dónde va.  

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Crónica parida

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Herbert Vianna

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¿Quién es Nico?

Soy el más chico de tres hijes. Tengo dos hermanas mayores de una familia que se mudó hace 30 años al Alto Valle. Somos de Bahía, así que tengo mitad puerto y mitad chacra. Soy un curioso que terminó siendo periodista y que dentro de esa familia fue orientado hacia ese camino. Creo que, en definitiva, soy un contador de historias que lo ve todo a través de la comunicación. 

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¿Cómo nace ese vínculo entre la comunicación y lo gastronómico? 

Vengo de una familia muy vinculada a la radio. Mi mamá fundó una radio comunitaria muy importante en Bahía Blanca y desde chico estuve metido en la cocina de la radio y ahí supe que me gustaba ese mundo. En la secundaria, ya viviendo acá en Cipolletti, abrimos una radio en los recreos. Pasábamos música, charlábamos con todos los cursos.  Más adelante, trabajé de operador en varias radio en Neuquén y después me fui a Buenos Aires a estudiar, pero siempre trabajé. En el 2001, plena crisis, me tuve que volver al sur, y ahí empecé a estudiar Sommelier y a vincularme más con el mundo de los vinos. 

En ese momento estaban de moda los blogs, así que empecé a escribir sin depender de un medio. Me tomaba tres vinos y escribía, mandaba fruta, era como mi bitácora. Hasta que un día un editor del diario Río Negro me invitó a escribir y ahí empecé a masificar un poco el mensaje, que era muy lindo e inocente. Escribía por ejemplo, un día en la vida de Nico y ahí contaba adónde me gustaba ir a comer un sándwich o tomar algo rico. En paralelo, seguía con mi blog que se llamaba Memorias del vino y me acuerdo que un día me llegó un mail y era un periodista chileno que yo veía en El Gourmet, que se la pasaba viajando por el mundo probando vinos. En el correo me hablaba de una nota que yo había escrito sobre un vino de San Juan y me invitaba a escribir para una revista chilena de vinos y gastronomía. Así que comencé a escribir ahí y seguía en el Río Negro, pero también el blog continuaba creciendo. 

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¿Sobre qué escribías principalmente?

En la revista de Chile escribía sobre muchas cosas. Una de las primeras notas que escribí fue sobre el vino con soda, el famoso sodeado y lo que a mí me despertaba: mi abuelo y sus amigos, mi abuelo que le daba una tapita de vino Toro al perro para que no moleste. Así que yo escribía sobre eso: lo que me pasaba a mí con esas cosas vinculadas a la comida, no sólo a lo técnico. De hecho, lo técnico jamás me interesó.  Entonces, empecé a tomarme más en serio todo lo que estaba sucediendo. En el diario comenzaron a salir más notas y otras posibilidades, como armar el suplemento Yo como. También generaba cosas en mi casa, hacía micros para radios. Todo medio hippie, porque a veces no cobraba un mango. 

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¿Siempre te gustó cocinar?

Siempre me gustó comer. Mi abuela cocinaba mucho y muy bien. Pero cuando empecé a escribir sobre cocina, no había mucha gente que lo hiciera acá, entonces eso me permitió conocer un montón de gente y un montón de cocineros, y con eso un montón de cocinas. Pude ver sus procesos y cómo hacían algunas comidas pero sobre todo conocer las historias de esas personas que las hacían. 

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Hablemos de las recetas en los cuadernos. El hecho de dejar una huella escrita. ¿Creés que a través de la palabra, más allá de los formatos, estás aportando y preservando ese patrimonio?

Creo que mi rol es transmitir. En Argentina, el libro de cocina más vendido de la historia es el de Doña Petrona, que tiene más de 50 ediciones. Es un best seller que se vende más que la biblia. Yo sólo transmito, no inventé nada. Las recetas existen hace un montón. Por supuesto que después viene la velocidad de internet, la forma de transmitirlo, pero entre mi abuela, Paulina Cocina o yo venimos replicando algo que viene de mucho antes, con otros productos, otros soportes y cosas más o menos nuevas, pero me parece que, por un lado está el cocinero o la cocinera que se guarda la información y, por otro, están las personas que la transmiten. Yo no soy cocinero, soy periodista. No sé cómo sería si fuera cocinero, a mi me gusta contar sobre la cocina. 

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¿Qué es lo que más te gusta de lo que hacés? .

A mi me gusta viajar y escribir. Me encontré en lugares lejos de casa escribiendo, escuchando, recibiendo. Desde lugares cerca de casa, donde vi a una mamá replicar una receta familiar, hasta en hoteles de cinco estrellas donde estuve con cocineros y cocineras de lo más -top-. Me fascina esa posibilidad de entrar y salir, de meterme debajo de las historias, de la piel de cada una de esas voces que interpretan una receta. Me siento muy cómodo visitando, viajando, escribiendo y viendo cómo transcurre el tiempo en otros lados y poder encontrar algo para decir de todo eso. 

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Si me tuvieras que describir la Patagonia en un plato, ¿qué dirías? 

Siempre estuve relacionado con la manzana, incluso desde antes de venirme a vivir acá. Mi abuela hacía una tarta que se llama haragana que tenía manzanas, manteca, harina y azúcar. Se llama así porque es muy fácil de hacer. Con el Alto Valle siempre estuve vinculado porque veníamos mucho cuando vivíamos en Bahía Blanca y me acuerdo mucho del jugo Cipolletti de manzana, ese -sachet- de aluminio metalizado. Creo que la manzana es el disparador, eso que me remite un poco a mi infancia y a la transición de haberme venido acá. Fui a la escuela primaria del barrio Manzanar, y en los recreos nos escapábamos a robar manzanas en las chacras que había cerca y nos tirábamos a comerlas en el canal. Sin duda, es una de mis frutas favoritas y me lleva a este valle y a todo lo que viví acá. 

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Y respecto al hecho de haber nacido en la costa, ¿qué podés decir?

Mi abuelo era pescador y de chicos teníamos casa en Monte Hermoso así que íbamos todos los veranos. Son 106 km desde Bahía Blanca y mi abuelo tardaba cinco horas en ir porque paraba en Las Oscuras, que está a mitad de camino. Ahí hacía un asado y se dormía una siesta antes de seguir. Mi abuela siempre nos decía “aguanten que el abuelo está durmiendo”. Una vez en Monte, el abuelo salía todos los días a pescar en su bote, y yo lo veía volver con lo que había pescado y ahí mismo desescamar el pescado. Siempre hubo una fuerte influencia con el mar y con lo que pasaba alrededor del mar y la comida como hilo conductor. 

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Me encanta pensar la construcción del paisaje patagónico a través de la comida. 

Sí. Hay muchas sensaciones en los recuerdos y las comidas que los marcan. Se me vienen a la cabeza muchas otras cosas cuando pienso en mi construcción personal de la Patagonia. Desde los cornalitos fritos y en la sensación de ese Nicolás niño, donde el tiempo no pasa, donde me siento protegido, donde está la radio prendida y hay un olor a frito en toda la casa que se mezcla con el olor a mar. Y pensando más para este lado de la Patagonia, se me viene a la cabeza Villa Pehuenia. Tuve la posibilidad de escribir un libro para el municipio de allá y tuve que viajar muy seguido. Una vez, conocimos a una señora criancera que se llama Susana y vive en las Cinco Lagunas de la Comunidad Mapuche Puel. Con ella fuimos a acampar y ahí me pasó algo muy movilizador. Si bien conozco mucho la patagonia norte y he comido todo el abanico de platos y productos de esos lugares, en ese acampe Susana hizo tortas fritas y pan de chicharrón con salsa pebre que me volaron la cabeza, no sólo por su sabor, sino por todo lo que se generó alrededor de eso: el fueguito encendido en un lugar donde no hay señal ni electricidad, el mantel sobre la mesa en un paisaje inmenso, con un cielo igual de inmenso, una olla, la plancha. Creo que todo ese conjunto de cosas creó una música muy linda para mí. 

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¿Pensás que hay lugares donde se pierde esa impronta, o que están vacíos?

Sí, sin duda, y creo que tienen que ver con esa idea del -falso- progreso. Esa idea de avanzar en los territorios en función de especular con otros intereses, donde no hay una decisión fuerte sobre difundir o mantener ciertas cuestiones importantes referidas a lo cultural y a las raíces. Creo que estamos en una era híper industrializada de la alimentación que se está llevando un poco todas esas cosas. 

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¿Tenés algún deseo, sueño o meta en espera respecto a todos estos temas?

Me encantaría armar un gran mercado que agrupe a todas las productoras de alimentos locales. Como un mercado central. Me cuesta mucho encontrar ese tipo de lugares acá. Sobran hiper y faltan lugares nuestros, con productos locales. Me encantaría ayudar a generar eso y  que trascienda.

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El mantel sobre la mesa y un paisaje inmenso

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La primera vez que me sentí perdida al lado de mi abuela 

ella no podía recordar la dirección de su casa. 

Yo tenía seis y me habían obligado a memorizarla 

la recitaba por dentro pero rogaba que fuera ella quién soltara el sonido 

quien escupiera las formas ordenadas de la memoria. 

La miraba desde la cintura suplicante 

como esperando un milagro o una epifanía 

ella solo podía maldecir hasta que solté  ¨Acassuso abuela¨ 

y completó el número aliviada.

Cuando esas fallas geológicas suceden 

algo que debía haber estado sellado se abre 

y el mundo deja de ser para siempre ese universo 

dónde ibas a estar a salvo.

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Lucía Lubarsky / @lulubarsky

Directora, productora y escribe poesía.

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S/T

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Decime quién

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Mientras armaba la entrevista pensaba en cuántas historias tiene para contar nuestro territorio. Muchas que superan la ficción, y lo saludable que es cuando el arte, en todas sus dimensiones, se vuelve federal y nos permite contarlas con identidad propia. Leandro nos cuenta una historia bien rionegrina y nos hace preguntarnos muchas cosas. ¿Toda película es política? ¿Qué valor político/social le da a este film? 

Vamos por ello. 

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¿Fuiste a la plaza cuando llegó Alfonsín a Viedma a realizar este anuncio? ¿Cuántos años tenías? 

Yo era muy chico, tenía 9 años. Recuerdo principalmente esa mezcla de sensaciones que trajo el anuncio del traslado, cierto orgullo porque mi ciudad se podía convertir en la capital argentina. Sin embargo, también recuerdo la preocupación que surgía en las conversaciones familiares de entonces. ¿Qué iba a pasar con cada una de nuestras vidas? ¿Qué iba a pasar con los trabajos de los adultos? ¿Cuánta gente iba a llegar a la apacible Viedma de aquellos años? Había mucha incertidumbre e incluso miedo ante aquello desconocido que se venía, era un cambio drástico en las vidas de las personas de la comunidad. 

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Sos parte de ese hecho histórico, ¿qué pasa con esta vivencia cuando la trasladás al cine?

Ser de Viedma, haber vivido esos años me permitió tener un acceso directo a quienes fueron testigos y protagonistas de esta historia. Eran familiares, vecinos o conocidos a los que podía contactar de manera directa para que me contaran sus recuerdos. Entonces, se dio de manera fluída y natural esa primera instancia de charlas informales, que más tarde serían el germen de una idea de guión y de película. 

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¿Cómo fue volver al sur con la mirada de cineasta? ¿Qué sentiste en ese volver y contar una historia tan rionegrina? 

Yo vivo en Capital desde chico y esta película es la primera que ruedo en el sur. Entonces tenía un sabor a reencuentro con mi gente y con mi entorno. De hecho mi padre, que era corresponsal de Télam en Viedma en el año 1986, participó de la película como entrevistado y falleció poco después de esa primera etapa de rodaje. Entonces todo el proceso de hacer la película en Viedma tuvo en lo personal una carga emotiva muy, muy fuerte. 

Creo que el hecho del traslado de la capital es un hito para los viedmenses, pero es bastante extraño ya que se trata de un hito que se refiere a algo que nunca sucedió. Entonces, sentía como viedmense un nivel muy alto de responsabilidad histórica al abordar un tema tan nuestro. Por lo tanto, viví con mucha ansiedad y expectativa las primeras proyecciones en Viedma. La gente acompañó, fueron cerca de 2.000 personas en un par de funciones y debo decir que la recepción fue excelente. Hubo mucha emoción, mucha nostalgia y la sensación, más allá de subjetividades y sutilezas, de que los hechos fueron de una manera bastante aproximada a como están narrados en la película. 

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¿Cómo conviven el proceso creativo y artístico con el proceso documental y de investigación?

Crear a partir de lo real es apasionante. Tal vez sea lo que más me estimula del cine documental. Ir configurando el relato a partir de los entrevistados que conocés, a partir del material de archivo que vas descubriendo. Hay que generar relato a partir del cruce de los recursos del cine (el plano, el montaje, la música) con los elementos de la realidad que están disponibles y que te vas a apropiar para contar esa historia. 

En el documental hay planificación, un guión tentativo con las escenas que uno puede imaginar, pero siempre la realidad es la que termina imponiéndose y muchas veces esa realidad es la que te regala momentos increíbles. 

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¿Hubo algo del proceso de la construcción de este relato que te sorprendió o modificó algún punto de vista que traías previamente?

Lo que más me sorprendió fue lo mucho que se avanzó en el proyecto de traslado de la capital. No fue, como podemos creer desde el presente, una idea alocada de Alfonsín dicha en un discurso. En el proceso de investigación y búsqueda de documentación fuimos descubriendo cómo se creó el ENTECAP (Ente de Traslado de la Capital), cómo se consensuó una ley en el Congreso de la Nación, cómo un estudio de arquitectura diseñó minuciosamente el nuevo distrito desde su planificación general hasta el tendido eléctrico o la calefacción central que tendría toda la ciudad. Esta sorpresa inicial es algo que también se está trasladando a la gente que ve la película en las salas. Los espectadores toman real dimensión de lo mucho que se hizo y de todo lo que pasó en aquellos años. En perspectiva, siento que si la coyuntura económica primero y la política después hubiera sido otra, con un gobierno más fuerte, con una economía más ordenada y con un Alfonsín que pudiera aspirar a un segundo mandato para llevar adelante los proyectos más ambiciosos, tal vez Viedma sería hoy la capital argentina. 

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 De lo que querías contar, una vez finalizado, ¿sentiste que cumpliste con ese objetivo?

Creo que la película cumple con contar, desde un punto de vista que tiene que ver con la nostalgia, un pedacito poco conocido de nuestra historia argentina y patagónica. Justamente en este año 2023, que se cumplen 40 años del regreso de la democracia tras los años más oscuros de la dictadura cívico militar, es interesante poner en discusión el país que tenemos y también el país que soñamos. En aquel lejano 1986 creo que todavía creíamos en la posibilidad de cambiar las cosas, en aspirar a construir un país mejor, más federal y más justo. Tal vez hoy seamos más escépticos pero ojalá que la película pueda poner en agenda y en discusión el espacio geopolítico que conforma a la Argentina.

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Como realizador, ¿cuáles son los desafíos que afrontás para su distribución y exhibición?, sobre todo en el género documental

Yo siempre digo que el documental es un poco como el hermanito menor del cine de ficción. Principalmente en la exhibición, necesita tener ciertos recaudos, ser programado con más cuidado, perspectiva y atención. Es toda una cadena, primero debemos conseguir que la gente se entere de que estas películas documentales que no tienen el apoyo de las grandes cadenas ni figuras públicas convocantes, existen. Una vez que esto sucede, debemos convencer a la gente que deje la comodidad de su casa y el consumo en las plataformas para ir a una sala de cine. Yo reconozco y agradezco que las plataformas hicieron que la gente vea más documentales que antes. Pero los documentalistas hacemos grandes esfuerzos para que nuestras películas sean vistas en su ámbito natural, en las salas de cine, con una pantalla grande, con el sonido adecuado y con la idea de un acto colectivo.

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¿Qué es lo que te resulta hoy interesante en el cine documental? 

Creo que en los últimos años el cine documental ha generado obras más potentes, creativas y diversas que el cine de ficción. Es un lenguaje en permanente ebullición y cambio. Cambios tecnológicos, cambios de formatos, cambios narrativos. Incluso en una época compleja y crítica como fue la pandemia, se han generado una serie de películas documentales intimistas y reflexivas muy ricas. Surgieron o se desarrollaron algunas modalidades como el “documental de escritorio”, que es un documental que adquiere la forma de la interfaz de un escritorio de computadora, en donde la conexión con lo real está ahí, en ese rectángulo, las entrevistas son por Zoom, los archivos son de Youtube, la documentación es de la propia web. Me parece alucinante que el documental mismo ponga en jaque y reflexione sobre la propia relación que tiene con lo real. 

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Voy a hacer referencia a una nota de Árida, Cine Patagónico, donde nos preguntamos y le preguntamos a muchos referentes del cine regional, si existe el cine patagónico, ¿qué pensás al respecto? 

En primer lugar, decir que conozco y admiro a muchos de los entrevistados y entrevistadas que participaron de aquella nota. También creo, como algunos señalaban, que son difíciles e incómodas este tipo de definiciones. No hay patrones identitarios tan claros ni siquiera en el cine argentino, así que creo que tampoco los hay en el cine regional. Y eso, en el fondo, me parece sumamente positivo, me gusta la idea de lo ecléctico y diverso. También creo que hay motivos para festejar que haya un cuerpo de películas pensadas y creadas en la región, cosa que tal vez algunas décadas atrás era absolutamente impensado. Creo que se debe fomentar el cine hecho en la región, con las herramientas que hoy existen e insistiendo para que estas herramientas se multipliquen.

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¿Toda película es política?

Por supuesto. Creo que hacer cine es un acto político, que busca mostrar situaciones, cambiar realidades, hablar de nosotros, hablar de los otros, hacer pensar al espectador. También en este sentido, ver cine y reflexionar sobre qué cine vemos también es un acto político. Justamente en el contexto actual, en donde hay una peligrosa homogeneización de las formas cinematográficas, de los discursos, de los relatos. En donde se ve igual y se escucha igual una película argentina, italiana o taiwanesa. Cuando las grandes plataformas globales se adueñan de nuestras historias y de nuestra historia, debemos proteger la soberanía cultural y contarnos nosotros mismos, con nuestros recursos y con nuestras herramientas.

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Luego de esta charla con Leandro, reafirmo algo que siento desde hace tiempo, y es que tenemos y que debemos recuperar nuestras historias, nuestra identidad. En ese contexto, el arte recupera y resignifica la memoria. Esta pieza audiovisual nos ayuda a comprender parte de nuestra historia y mirar con el ojo crítico. Militemos el arte patagónico, para volvernos más federales, y que no nos pase esto de la capital que no fue!

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VIEDMA, LA CAPITAL QUE NO FUE!
SALA INCAA ROCA (Uruguay 655 – 1er. Piso – G. Roca) – 20:30 hs.
Viernes 09/06 (estreno) y Miércoles 14/06
Entrada general $200 / Estudiantes y jubilados $100

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Filmografía

/ Los médicos de Nietzsche (2023)

/ Viedma, la capital que no fue! (2023)

/ La visita (2019)

/ Barrefondo (2017)

/ Los pibes (2015)

/ Gricel (2012)

/ Parador Retiro (2008)

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Viedma, la capital que no fue!

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La foto de Peter Leibing

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Eva Peña

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Recuerdo la primera vez que escuché la canción “Miedos” de Emanero. Era chico y ya en ese momento, la letra me hacía sentir representado en sus palabras sinceras, que se sintonizaban con muchos pensamientos que en ese entonces reflexionaba. Sentía como si viviéramos el mundo desde una misma perspectiva, con los mismos ojos.

Llegando al final de la canción se escucha un fragmento de una película que desconocía: The Network de Sidney Lumet. En ese fragmento, un hombre grande que suena preocupado, molesto y con mucho miedo, reniega de cómo se normaliza hablar de homicidios, robos, violencia y crueldad. Como si fueran temas muy naturalizados en el mundo, este hombre suplica que lo dejen tranquilo en su living, con sus cosas y termina diciendo “Soy un ser humano, maldita sea, mi vida tiene un valor”. 

Las películas de Sidney Lumet nunca llegaron al olimpo de los directores dadas sus  temáticas incómodas. De cierta forma, este director estadounidense es el antihéroe, con un fuerte sentido de justicia y una fuerte inclinación hacia el debate moral. Su obra relata la condición humana vista desde las perspectivas crudas de la posmodernidad. The Network no es la excepción porque se siente como un tibiazo a los dientes. Una sátira pionera en politizar la controvertida manipulación de los medios, los abusos del poder, la alienación del ser humano en las ciudades, la salud mental y la violencia.  

El mundo es un negocio” le dice un magnate al protagonista, Howard Beale, mientras  sentado en una gran mesa de negocios le da un discurso sobre cómo a la masa hay que mantenerla entretenida y controlada, algo así como plantea Huxley en Un Mundo Feliz o Foucault con el término panóptico, ambos ejemplos respecto al individuo y a su estado de permanente vigilancia que garantiza su pasividad y control. 

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Un mundo donde el confort de la vida moderna es lo suficientemente cómodo para sacrificar la memoria, la identidad, las  raíces y la naturaleza. Donde no importa que las grandes empresas destruyan y hagan mierda el planeta porque todos asumen que se van a morir mañana, por lo tanto, no hay porvenir que valga la pena salvar. Los placeres pasajeros como el sexo frío, la televisión al palo y la constante masturbación de adoración narcisista valen más que una tarde de mirar el cielo, leer un libro  y compartir con un ser querido. Sacar una foto al río y tomarse unos mates pensando en cómo Tom Sayer fue tan pillo para cruzar el semejante Río Misisipi, o si realmente los cavernícolas vivían la vida en la más amplia forma de experimentarla.  

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Sé que lo que escribo tiene, posiblemente, una perspectiva anticuada, y quizás todos esos pensamientos que tenía de chico, solo me causaban ansiedad y responsabilidad ante un futuro tan poco natural y orgánico. No obstante, en todo este recorrido, partiendo de la canción de Emanero hasta la película de Sidney Lumet, puedo tener una cosa muy clara: sigo teniendo los mismos ojos. Y quizá es ese impacto como si Howard Beale me recordara lo que en esencia soy: un  idealista suicida. 

Wenceslao Rocha / @wencerocha / Estudiante de Artes Audiovisuales del IUPA

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El cruel orden natural de las cosas

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Durante la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de mejorar el rendimiento y camuflaje de los radares alemanes y estadounidenses potenció la investigación científica en el campo de la acústica en busca de materiales capaces de absorber las ondas sonoras.

Los hallazgos de estas investigaciones resultaron fundamentales para la creación posterior de las llamadas cámaras anecoicas, estancias completamente aisladas y forradas con cuñas de fibra de vidrio capaces de absorber el 99,9% de las ondas acústicas. En el interior de una cámara anecoica puede experimentarse el silencio absoluto. Un silencio tan apabullante que permanecer en ella más de 45 minutos es incluso peligroso para la mente, que empezará a sufrir alucinaciones.

La Universidad de Harvard contaba ya con una de estas cámaras anecoicas en 1951 y el compositor John Cage quiso acceder a ella. Quería experimentar el silencio absoluto. Al salir declaró haber escuchado dos sonidos constantes que no era capaz de identificar. Los ingenieros responsables de la cámara respondieron a Cage: había escuchado su sistema nervioso y su circulación sanguínea.

Aquel silencio absoluto, que resultó no ser tal, llevó a Cage a componer su icónica 4’33’’. Cage se había adentrado en la cámara esperando experimentar la nada absoluta, un abismo de vacío, estéril e inhabitable. Sin embargo, el silencio que encontró le colocó en un estado de escucha tan profunda que le permitió oír su propia pulsión vital.

Las White Paintings de Robert Rauschenberg fueron otra fuente de inspiración para Cage. El silencio materializado en el color blanco, otra nada repleta de sentidos y matices, elocuente silencio que sirve de soporte a la luz, las sombras y los reflejos circundantes. Tanto la obra de Cage como las de Rauschenberg se activan con la presencia de los cuerpos, los mismos a los que absorben atraídos por la proximidad del límite.

El silencio nos coloca ante un cambio de escala. Cuando el mundanal ruido desaparece y nos aproximamos a esos límites que constituyen el silencio, una cierta nada, el límite vuelve a alejarse, y el silencio ya no es la ausencia total del sonido sino la atenuación de lo accesorio para acceder a un estado de percepción que nos permita apreciar más allá.

El silencio como condición indispensable de la escucha activa lo ínfimo. Es en ese silencio donde habita lo infraleve y se hacen visibles los desplazamientos mínimos, el reflejo de la luz, el paso del tiempo… ecos de lo esencial.

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Ana Alonso Castellanos

Madrileña, historiadora del arte, diseñadora de espacios y experiencias,
artista y creadora en torno al papel. IG. @anialonsoc

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John Cage (1952) / 4’33’’ / Pieza musical /// www.johncage.org

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Robert Rauschenberg (1951) / White Painting (three panel) / Pintura sobre lienzo / 183 x 274 cm ///www.rauschenbergfoundation.org –@rauschenbergfoundation

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Robert Ryman (1970) / Surface veil / Óleo sobre fibra de vidrio / 50,8 x 50,8 cm ///

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Fernando Zóbel (1971) / Júcar X / Óleo y grafito sobre lienzo / 190 x 240 cm /// www.fernandozobel.es @fernandozobelfoundation
Julia Fernández Plaza (2018) / Isla / Serie de fotografía analógica ///@des.julia

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Uta Barth (2011) / …and to draw a white bright line with light / Fotografía /// www.utabarth.net

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Annita Klimt (2021) / En silencio / Collage analógico /// www.annitaklimt.com@annitaklimt

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* La imagen de portada es un detalle de la obra En silencio de A. Klimt.
* La imagen del pie de nota es un detalle de una de las obras de la serie Isla de J. Fernández Plaza.

Habitar el silencio

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Heart Tom Tom

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Los No me baño son un grupo de artistas latinoamericanos que busca expandir su mensaje a través de las diferentes disciplinas que los conforman. IG: @nomebanio

El graffiti es lucha por el espacio público. Es una provocación. Es una práctica que genera amores y odios. Es arte contrahegemónico que se ubica en la popular, en el museo de la calle. Puede ser eterno y efímero a la vez. Puede ser intervenido todo el tiempo. Es movimiento y es cultura que va por lo prohibido, y de ahí su mística nocturna en el submundo, en la suciedad, en lo croto, y en el anonimato. De ahí en más arte callejero a tope. De ahí en más “no me baño”.

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Buenas y sucias tardes.

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Los No me baño, de ahora en adelante NMB, se conocieron  en una plaza en un barrio de Buenos Aires. Entre los skaters y los aerosoles se apropiaron de ese espacio. Se volvieron federales, en muchas ciudades y pueblos del país nos topamos con su arte. 

Desde el anonimato absoluto tuvimos un ida y vuelta vía e-mail. Ellos son dos, pero a esta altura todes podríamos ser NMB. Porque pensemos un poco ¿quién está feliz de bañarse?, o ¿quién no escribió en alguna pared random un “me rompieron el cora, ahora no me baño”?. NMB ya es promesa, es ritual, y también un acto de protesta ante una situación cotidiana simple y profunda. 

En la actualidad no sabemos cuántos son, pero tampoco nos importa. Son cientas las moskas activando en las calles en distintos lugares del país. Hay una apropiación abismal de su obra. Algo que hace que todes nos sintamos identificades con su artivismo, trascendiendo del graffiti tradicional del dibujo a la palabra, y algo de eso nos convoca y nos obliga a preguntarnos de dónde salieron estos pibes.   

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Nacieron en la mugre de la plaza de un pueblo y con el correr del tiempo se fueron fermentando, trascendiendo fronteras, hasta alcanzar un estilo de vida sucio. Tienen un canal de youtube “No me baño- estilo de vida” donde suben cortometrajes y videos, dirigidos por elles mismes. Sus personajes son moskas metidas en la basura, haciendo arte y recorriendo desde Capital Federal a diferentes sitios de Argentina. Tienen una cuenta de instagram @nomebanio con miles de seguidores, y merchandising nomebanio.com: gorros, remeras, piercings que muchos músicos vinculados al género del trap y rap las exhiben en sus redes como parte del movimiento.

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La propuesta de NBM es infinita, el concepto es infinito, y además, aseguran que su camino como artistas es infinito. El graffiti es la calle. Es resignificar el espacio público. Es transformar. Para ellos es un estilo de vida, para el cual hay que estar siempre listo con las herramientas necesarias para poder plasmar el mensaje que tienen para dar. El corazón es quien manda a liberar la creatividad.

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“Al formar parte del espacio público es un aporte que realizamos a la comunidad para que la libre interpretación tenga su lugar y lo hacemos desde el anonimato para que la obra no se personalice”

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También se vinculan con las artes visuales a través del estudio, para el aprendizaje de nuevas técnicas, y mediante la acción están en constante desarrollo del vínculo. 

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De la calle mutaron a diferentes galerías y espacios cerrados con la “Expo sucia”, para compartir la obra que hacen en el taller, donde tienen una búsqueda artística un poco más elaborada. 

Me atreví a preguntarles, en primer lugar, cómo es la sensación de mutar de un lugar como un baldío o una plaza a una galería de arte, y los NMB me contestaron, cortito y al pie: “vamos sin bañarnos”; y en segundo lugar, me interesaba saber si esa experiencia en los espacios formales de exhibición seguirá ocurriendo en algún futuro. Su respuesta, nuevamente cortita y al pie, me ayuda a ir cerrando esta nota. “Seguiremos yendo pero sin bañarnos”.

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Pensarlos así, lejos de la ducha, me agrada. Siento que la calle transforma los espacios cerrados de exhibición de obras y no al revés. No tenemos que perder el tono callejero. 

¿Cómo será ver el mundo desde los ojos de una moska?

NMB: Natural.

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Vengo a confesar que no me baño

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